IV

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La señora Marín irrumpió entre el silencio de la clase, el miedo al suspenso de su asignatura se podía casi palpar con los dedos. Su asignatura no era complicada, era ella la que lo dificultaba más.

«Que Dios reparta suerte», pensó Cora santiguándose mientras suspiraba antes de que el examen encima de su mesa le amenazara con un suspenso.

11:10 p.m.

Las primeras clases del día habían acabado, lo anunciaba el timbre que marcaba el descanso para desayunar.
Las dos amigas se juntaron con otras dos chicas de otro curso, Elena y Aura, para hablar y cotillear mientras aprovechaban su sándwich y un cigarro.

— Pues a mí el examen de hoy me ha salido mejor de lo que esperaba.
— Suerte la tuya, Cora, yo creo que no llegaré al cinco.

En mitad de la conversación una moto negra frena delante de las cuatro chicas. El dueño de ella se quita el casco y sonríe saludando a todas ellas, en especial a Cora con un beso tierno en la frente. No hacía falta que se descubriera el rostro para que Cora supiera que era Christian.
A Aura literalmente se le caía la baba cuando veía al moreno, aunque nunca se arriesgó a nada.

— Las cuatro jinetes del apocalipsis, -reía desde la moto el chico observando a cada amiga con un Camel entre los dedos índice y corazón-, qué peligro tenéis.

— Yo que pensaba que los institutos te daban alergia. - bromea Naira dándole un pequeño golpe en el brazo - ¿Qué te trae por aquí?

— Vengo a llevarme a Cora, quería invitarla a comer, si no tenéis ninguna clase importante.

Cora sonreía escuchando hablar a Christian hasta que escuchó su propuesta y miró a su mejor amiga con ojos de cachorro, Naira ya sabía que le tocaría cubrirla, tendría que pensar una excusa nueva.

Cora le dio la última calada al cigarro antes de tirarlo al suelo y pisarlo, cogió el segundo casco y se lo puso una vez subida en la parte trasera de la moto de su... ¿mejor amigo?
Christian esperó a sentir los brazos de ella rodear su cintura para arrancar hacia un restaurante situado en la Gran Vía, sabía que yendo a un italiano jamás podría fallar.

Media hora más tarde aparcó unas cuantas calles más arriba y caminaron el resto del trayecto hasta el lugar.

— ¿Te lo pasaste bien anoche?
— Necesitaba quedar con ellos, hacía mucho que no les veía y con las cosas que le pasan al Jota es imposible aburrirse. A las tres y media estaba en casa, caí rendido.
— ¿Y esto lo tenías planeado? ¿O te has levantado y has dicho “voy a recogerla al instituto y la llevo a comer”?
— Me he levantado y he dicho “voy a recogerla al instituto y la llevo a comer”.

Los dos rieron como un par de bobos en la entrada del restaurante, dejaron que el mesero les guiara hasta la mesa reservada para después observar el menú.

Si no fuéramos tú y yo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora