Capítulo tres

40 13 13
                                    

Zeo me tira de la manga de la chaqueta vaquera por decimoquinta vez en la mañana. El parque de atracciones Donford está abarrotado de gente, y la larga hilera de cabezas que me tapa la vista consigue que me desespere.

—No puedo hacer nada, deja de comportarte como un bebé —le reprocho.

—¿Como un bebé? ¡Llevamos media hora esperando!

—Te recuerdo que no estoy aquí por gusto, y que eres tú el que ha insistido en venir. Tienes suerte de que no sufra agorafobia.

Que tu madre te obligue a acompañar a tu hermano menor un martes por la mañana a un sitio que aborreces no es muy divertido. Sobretodo cuando pasaste la noche entera haciendo comentarios de texto filosóficos que ni siquiera Aristóteles entendería, y todo tu esfuerzo y dedicación no sirvió para nada. ¿Por qué? Se ve que, milagrosamente,justo antes de salir de casa, recibí un mensaje del departamento estudiantil en el que comunicaban que se habían anulado las clases por motivos técnicos. Supuestamente por una fuga de gas.
Diría que lo agradecí. Diría. Porque no es así. Mi madre, también conocida como Rochelle, no deja escapar ninguna oportunidad en cuanto se trata de "aprovechar el tiempo libre de su hija para que esta aporte algún bien a la sociedad". Pues me da a mi la sensación que esa sociedad, la cual sólo incluye a Zeo, es un tanto reducida. Y mi vida otro tanto más injusta.
Quiero decir, es mi día libre, mío. Si él no está en el colegio es porque no quiso ir a ver el Acuario del Este con el resto de sus compañeros de clase , cosa que mi madre no habría permitido cuando yo tenía su misma edad. Pero como siempre, la política aplicada al rubio no es la misma que se me aplica a mí.

—No te inventes palabras —sus ojos se entrecierran, mirándome con fastidio.

—No lo hago. Asume que no sabes su significado.

Sí, tratar con un niño de primaria mimado y con el ego subido no es siempre agradable. Me pongo enferma solo con pensar en cómo será dentro de un par de años, cuando se crea el rey del universo o algo por el estilo y sin dudarlo del instituto. Más le vale a mi estabilidad mental que eso no sea así.

—¡Já! Tengo un diez en todos los exámenes de lengua —dice con marcada suficiencia—. Claro que lo sé.

—¿Sabes lo que significa?

—Sé que no existe.

Su expresión cambia a una de perplejidad cuando la palabra aparece en la pantalla junto con su definición. Aparto el móvil de su campo de visión y escondo la sonrisa maliciosa que se forma en mis labios.

—¿Qué decías?

—¡Eso es injusto! Tú eres mayor que yo.

—Vaya, qué sorpresa ––me tapo la boca simulando un bostezo. Siempre me ha gustado mantener la compostura ante él, ponerlo de los nervios con pura sutileza sin que apenas se dé cuenta––. Pero tú eres el de los dieces —añado y soy capaz de oírle castañear los dientes desde aquí.

Vuelvo mi vista al túmulo de personas que tenemos delante. Se me escurre entre las manos cómo a la gente le gusta subirse a esos infernales trastos. ¿Qué si se suelta tu cinturón de seguridad, o lo que es peor, que un simple tornillo provoque toda una masacre? Se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo y las palmas de mis manos se empapan automáticamente cada vez que mis ojos se fijan en la gran estructura de madera que se cierne delante de mí, casi amenazante.
Ni yendo borracha como una cuba me subiría ahí, ya tendrían que forzarme para que lo hiciera y dudo que llegase viva hasta el final del trayecto. Sin duda sería un suicidio. Estoy nerviosa y eso que me voy a limitar a esperar a Zeo a la salida de la atracción. De todas formas ya es mayorcito, y en caso de que no lo fuese, tan simple como que no subiría. Mantengo mi postura y seguirá siendo así aunque las circunstancias cambien mágicamente.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jul 27, 2020 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Trampa para moscasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora