Como cada jueves por la noche me daba una escapadita al Le Procope, un cafecito chiquito de París, el mas antiguo para ser mas claro. Acá me llevaba mi padre cuando era tan solo un nene de 10 años, mi primera taza de café fue aquí, y no me gusto para nada su sabor fuerte y agrio. Desde ahí aprendí a echarle 6 cucharas (grandes) de azúcar al café, sé que es un desperdicio completo el solo hecho de falsificar una identidad tan clásica como la del café, pero así me gustaba, y con los años aprendí a no ser nada por nadie, o dejar de hacer cosas que para mi son un gusto, pero es un completo atentado para algunos.
Tanto lió por el azúcar en mi café.