Un amigo viene a verme.

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Sentada en el marco de la ventana me dedicaba a observar lo bella que era la noche, un cielo estrellado estaba por sobre mi cabeza, la luna grande y bien luminosa, recargue mi cabeza en el marco y con mi pierna flexionada, coloque mis manos en la rodilla.
Luego, un tan bajo sonido de «Sh» se vio presente, mire dentro de mi habitación y solo la oscuridad me recibió, se volvió a escuchar aquel insignificante sonido.
Después de un rato un «Hey» lo acompañaba, mis cejas se fruncieron y mi vista dio a parar a la persona parada debajo de mi ventana.
Me levante de aquel marco y con mis manos bien agarradas a este, me asomé por la ventana.
Un sujeto vestido de negro estaba parado en el jardín. De un imprevisto el chico escalo la enredadera que estaba a lado de mi ventana, asustada la cerré y camine al interior de mi alcoba ubicándome en mi cama debajo de esas calientes y pesadas cobijas.
Después de un rato no escuche ni un ruido, ningún intento de abrir aquella ventana.
Mi cabeza salió lentamente del interior de aquella cobija, mis ojos mirando la oscuridad de mi habitación morada, en una esquina una silueta oscura estaba parada.
Pegue un grito que inmediatamente fue callado, el sujeto me había tapado la boca con su delgada mano. ¿Cómo es que había entrado?
Un «tranquila» salió de sus labios, mientras con la otra mano tocaba mis cabellos dorados. Una capucha negra cubría su rostro.
Lentamente retiro su mano de mi boca y continuo hablando «Soy un amigo y he venido por ti» no le conocía, su voz era grave y rasposa, esta persona estaba loca, no tenia idea de quien era. ¿Venido por mi? ¿Ha que venia eso?
Me levante de mi cómoda y gran cama, me pare frente aquel sujeto que se hacia llamar mi amigo. Su altura era algo anormal, era demasiado alto.
Su huesuda mano se tendió hacia mi, y con la otra quitaba esa capucha que no me dejaba ver su cara. Cuando la mire no me gusto nada, sentí nauseas, terror, no estaba cómoda.
Una sonrisa de malicia y diversión había en ella, era pálida, definida; sus pómulos estaban marcados, barbilla y quijada igual, parecía la mismísima muerte, pensé.
Luego dijo algo que me hizo sudar frío. «No parezco, soy»

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