vii. huida

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ADVERTENCIA: más heterosexualidad.


El lunes comenzó a nevar, y para Jeno era solamente el augurio para mayores desastres. Cuando era niño, solía disfrutar de la primera nevada y salir a jugar con sus hermanos y amigos; cuando adolescente, era el preludio de resfriados y calles resbaladizas que le hacían avergonzarse frente a las chicas cuando terminaba cayendo de bruces en el pavimento. En Canadá no era mejor, puesto que todo parecía más oscuro que en el resto del mundo, más frío que los polos, y más eterno que una travesía en el desierto; el invierno canadiense, largo y turbio, era lo que menos disfrutaba en la vida.

Fue inevitable toparse con un par de accidentes durante su camino a la universidad, algunos autos colisionados y motocicletas arrumbadas en la lateral de la calle, seguramente habían ocurrido durante la madrugada, o quizá temprano, cuando todo seguía oscuro como si fuese medianoche. 

Al llegar al campus, pensó en reunirse con Renjun en la sala común de la unidad de investigación como llevaba haciéndolo últimamente, pero decidió mejor encerrarse en su oficina antes que verle a la cara. Todavía no puede creer que le haya confesado lo que sentía por Jaemin, cuando quizá no era más que un capricho de hombre maduro falto de sexo. Ni siquiera ayer que le llevó las llaves del auto a la casa fue capaz de enfrentarlo, por lo que mejor se hizo al dormido en su habitación.

Era un maldito cobarde,tal vez incluso un ridículo. ¿Pero cómo no serlo? El tan solo pensar que le atraía un chico de la edad de su hijo le parecía de lo más estúpido. ¿Acaso pretendía que le correspondiera? ¿En qué mundo un joven como Jaemin se fijaría en un descarado como él?

—Jeno, —el aludido se giró antes de abrir la puerta de su oficina, Sana estaba a mitad del pasillo. Su cabellera rubia caía por sus hombros erguidos, y una adorable sonrisa tímida adornaba su rostro. Era una mujer encantadora, y Jeno añoraba poder mirarla con deseo— me da gusto verte hoy, ¿podemos hablar un momento?

A pesar de que habría preferido estar solo y pensar en todo y nada, termina por asentir, y le hace pasar apenas abre. La oficina no es tan grande, pero tiene espacio suficiente para el escritorio, un pequeño sofá, un librero y algunos estantes. La pulcritud del lugar reflejaba la personalidad tranquila de Jeno, a pesar de que su cabeza era un total desastre.

—¿Puedo ayudarte con algo? —forzó una sonrisa que ella confundió con rencor. Jeno respetaba a Sana y le parecía una gran mujer, pero en ese momento no estaba del mejor humor.

Tal vez debió bajarse la erección matutina con algo más que solo agua fría.

Sana se sentó en el sofá e invitó a Jeno a su lado, el pelinegro sopesó hacerlo por un segundo, pero cedió. Enseguida, se vio inundado por el agradable aroma del cabello de la doctora, un aroma suave a cítricos que le puso alerta a sus movimientos y mucho más consciente de su presencia.

—Quería disculparme por la otra noche, pero no es algo que hubiese podido controlar. Además de que tuve un día larguísimo y-

—No hay de qué preocuparse —interrumpió, y la verdad es que se había sentido aliviado al momento de llevarle a su departamento. Su mente estaba muy nublada pensando el joven castaño, y los temas de conversación se le estaban terminando.

A veces le sorprendía lo perverso de su mente, que creaba infinidad de situaciones sexuales solo con un par de besos inocentes. Besos de un dulce y tentadoramente atractivo adolescente que, en sus fantasías más turbias, parecía estar coqueteándole.

—Lamento mucho haberlo arruinado, y quería recompensarte también por ello —admitió Sana con timidez, y Jeno, a pesar de que la encontraba muy atractiva, se preguntó por qué no podía sentirse por lo menos un poco excitado por su cercanía—. Aunque más que una recompensa... es algo que llevaba deseando desde hace un tiempo.

My Son's Boyfriend | nominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora