Cuando descubrí que me perdí

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Luego de un tiempo preocupándome por todos, menos por mí, empecé a bajar los ánimos que tenía, mi sonrisa ya no era igual; quería dormir siempre, y no podía hablar mucho sin derramar mil lágrimas casi sin sentido.

Lo que en un momento me encantaba, dejó de agradarme. La comida ya no me causaba el mismo apetito, las salidas las evitaba casi que por completo, y mi tiempo se distribuía en la universidad, los trabajos, dormir al menos 4 horas en la tarde y 2 en la madrugada, mis insomnios prácticamente eternos, aconsejar a los demás sobre como manejar su vida y verificar mi falta de energía manteniendo mis redes actualizadas y mentalizándome  en que nadie daría importancia a lo que veía.

Peleaba más de la cuenta con todo el mundo, con mi mamá, mi papá, mi familia y hasta mis compañeros de la universidad, con quienes lograba una relación cordial era porque no hablabamos seguido o algo así.

Luego de casi un mes y medio o más de insomnio y sensación de ser miserable, de unas cervezas, consejos de amigas, charlas con mis padres y espiritualidad, recibí el impulso que me hacía falta, y entendí que, de alguna manera, debía recuperar lo bueno que había dejado ir de mí, que debía convertirme en mi fan número 1, y que, si quería gestionar un cambio en mí, debía empezar por aceptar el principio, todo con lo que iba a empezar, y entender que si hacía cambios era por mí, por sentirme bien, por amor propio y por mi propia paz; y no por falta de amor y sensación de fastidio con el espejo o las personas.

El camino de vuelta a míWhere stories live. Discover now