Era un martes, en verdad era un martes colorido el día que murió de viejo. Aquel hombre quedó en el olvido, no por morir sin tener amistades o amores, sino por morir al último. No miento al confesar que en verdad no me acuerdo de su nombre, ya que nunca lo supe. Pero créanme cuando les digo, murió tras un amanecer hermoso, el mundo seguramente quiso departirlo con un afable y último recuerdo.
El viento estaba de buen humor ese día, sus risas de entre los árboles le delataban.