Alone: Parte I

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El paraje estaba desierto.

Los campos de regadío estaban en temporada baja, era invierno, y por eso ella iba vestida con ropa de temporada, aunque en cualquier otra temporada fría también podías encontrarla vistiendo la misma ropa. Unos vaqueros desgastados, con agujeros por todos los años en los que ella no se había separado de ellos; una sudadera verde fosforito con capucha, que le llegaba más allá del estómago; y unas zapatillas que imitaban pobremente las Converse del año 87, verdes y blancas.

El árbol estaba donde la última vez. No es que ella pensara que hubiera podido estar en otro sitio distinto, pero, con el paso del tiempo, temía que hubiera sido talado, arrancado por el viento, o, incluso, que hubiera crecido vegetación a su alrededor. Sin embargo, su apariencia era exactamente igual, quizá un metro más alto. Seguía en el mismo páramo, al lado de los mismos campos arados (que la chica sabía que florecerían en primavera, al invierno siguiente se pelarían y el granjero, al final, solo recogería la mitad en buen estado); en medio de la nada. Las ramas seguían dobladas, como si el árbol fuera una persona que quisiera arquearse hacia atrás con los brazos con la cabeza.

Y, aún así, algo parecía diferente. En la visión, en el olor, en el ambiente, de esas veces que tienes el presentimiento de algo que no puedes explicar.

Normalmente, Becca podía predecir el futuro. Sabía que aquel año morirían 125.879 personas, debido, en parte, a una enorme plaga que se extendería por África oriental y que preocuparía mucho al resto del mundo. Sabía que en tres segundos, el cuervo que tenía al lado, mientras caminaba, saldría volando. Sabía que una de las alumnas de su antiguo colegio, Marcy Williams, sacaría un diez en Historia y un dos en Física, lo que le impediría lograr su resultado perfecto otro año más y sus sueños se hundirían por completo. No obstante, cuando se había imaginado a sí misma volviendo al árbol que se erguía a su frente, ninguna visión, ni pensamiento remoto, había cruzado su cabeza.

Eso nunca antes le había ocurrido.

Se subió la capucha y el vaho salió por su boca al exhalar un suspiro. El aire..., no, definitivamente era el olor. Una mezcla de jabón, cuero y... ¿algo podrido?

Becca siguió caminando hasta que llegó a tocar el árbol con las manos. Los olores se habían intensificado, y sentía náuseas y atracción a partes iguales. Le encantaba el olor a cuero, su padre siempre lo llevaba cuando ellos salían por la ciudad. Le traía tan buenos recuerdos que solo pensarlo hizo que un par de lágrimas se reunieran en su ojo. Pero no retrocedió.

Abrazó al árbol, aunque el tronco era tan grande que sus manos no llegaban a rozarse siquiera al otro lado. "Estoy aquí." pensó "He vuelto, una vez más. Y esta vez soy..."

-Soy diferente- no se había dado cuenta de que quería hablar en voz alta en ese momento hasta entonces-. Tú y yo seguimos igual. Seguiremos hasta siempre. Para siempre.

Las lágrimas empezaron a aflorar en sus mejillas. "Beckie, Beckie" la voz de su padre resonaba en sus oídos mientras las lágrimas se convertían en un torrente imparable, "Recuerda que este árbol es especial. Es como nosotros. Es duro, es resistente, durará mil años. Es como tú. Porque tú también conseguirás sobrevivir a las tormentas más duras y los huracanes más violentos".

Becca no había sabido hasta hace poco lo cierto que podía llegar a ser eso. Una vez más, el árbol y ella. El trío reducido a una triste pareja. El árbol y ella aguantando la tormenta solos, para siempre, para toda la eternidad. Hasta que el árbol desistiera al fin de la vida, y entonces sería solo ella una vez más. Infinitamente.

Estuvo llorando un rato más, junto al árbol, sentada con la espalda en el tronco, mientras el olor nauseabundo seguía allí inidentificable. Le pareció oír un sonido de pasos en un momento determinado, pero no vio a nadie al girarse, y pensó que sería mejor así. No quería que nadie la viera en ese estado de debilidad; peor aún, en realidad, nadie podía verla. Así que le dio igual cuando algunos cuervos se posaron en las ramas del árbol y empezaron a graznar; cuando se hizo de noche y la Luna quedó cubierta por las nubes. Ni se inmutó al amanecer, cuando los rayos del Sol iluminaron justo la parte del árbol tras ella, pasando limpiamente por el cuerpo de Becca sin iluminarla, ni calentarla.

Érase una vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora