Quería decirle tantas cosas, tantas, que se colapsaban en su cerebro. Cuando estaba ahí, delante de ella, como ahora, le costaba pensar en lo que debía decir. El tiempo pasaba demasiado rápido para su gusto; ojalá pudiera pararlo y disfrutar. Porque también quería hacer demasiadas cosas. Quería congelar la imagen y disfrutar de cómo sonreía, quería sentir sus manos apretando fuertemente las suyas. Quería abrazarle y no dejarle ir jamás, para poder recordar esa sensación siempre que lo necesitara.
-Adiós- dijo, sin embargo, y se arrepintió al instante. No quería decirle adiós. Deseaba decir algo gracioso para que pudiera irse con una sensación de haber acabado bien.
Él, no obstante, le sonrió. Sus ojos tenían tal intensidad, tal felicidad... La alegraba verlo. Quería acercarse y comprobar de qué color tenía las pupilas, pero el problema era el mismo. El tiempo corría y corría, y ella solo identificaba que eran demasiado negras en la oscuridad, tirando hacia el castaño.
Ella sabía que él no captaba todo lo que ocurría dentro de ella, nadie podía. Había intentado explicárselo, cómo cada uno de sus infinitos pensamientos era un punto, y le costaba conectarlos, de manera adecuada, para que pudieran salir en el momento adecuado. A menudo se sentía sobre la arista del Everest, temiendo dar un paso en falso y precipitarse a su muerte. Caminaba sobre una línea delgada, y cada acción podía truncar su viaje. Pensar que lo fastidiaría todo hacía que se sintiera mal, que sintiera como si él mereciera a alguien normal. Alguien que no fuera tan complejo por sí mismo, tan desastre. Sobre todo, lo sentía.
Había intentado explicárselo, porque quería que él la entendiera. Quería que la entendiera mejor de lo que ella se entendía a sí misma, o incluso que la ayudara a hacerlo. Pero era tan difícil... Tantas cosas tenía en la cabeza, tan poco tiempo, que no sabía cuál decir sin estropear nada y, al mismo tiempo, hacer que le dedicara aquella sonrisa que hacía que su corazón aleteara.
Le abrazó, y se fue, aunque no quería irse. Echó a andar, frecuentemente mirando hacia atrás, y preguntándose qué haría una persona normal. ¿Una persona normal sentiría ganas de correr hacia atrás y mirarle profundamente? ¿O incluso solo volver hacia atrás e intentar decir algo que fuera un mejor final de conversación? No, definitivamente una persona normal no pensaría tanto. Una persona normal sabría qué tenía que decir, sabría cómo decir las cosas en cada momento. Una persona normal no caminaría sobre una arista, sino sobre suelo firme. Una persona normal podría olvidarse ya de aquel encuentro y pasar a su siguiente actividad de la noche.
"Quizás no estoy destinada a ser normal", pensó, mientras se alejaba, como siempre, con sensación de que había algo más que podía haber hecho o dicho, con sensación de que no sabía si estaba haciendo las cosas bien o mal, ya que no quería fastidiarla.
Entonces decidió que sí había algo más que podía hacer. Porque, cuando ella deseaba dejar salir algo, lo que hacía era escribir. Y, si podía mostrárselo, quizás pudiera acercarle un poco más al entendimiento de que ni siquiera ella misma sabía qué quería hacer. Que a veces se sentía tan confusa que tenía que escuchar música y pensar. Tenía que dejarle saber que escribía con la tinta que fluía por sus venas, que sus sentimientos se plasmaban por papel mucho mejor, incluso aunque se enrollara mucho.
Así que lo escribió. Quería decirle que lo sentía, una vez más, porque, como siempre, no sabía si la reflexión la haría dar un paso seguro en la cuerda floja, o uno hacia el vacío. Pero, a veces, solo nos queda seguir al corazón. Y, si él la guiaba, no se arrepentiría de compartir nunca un pedazo de su alma.
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Un poco corto... Pero he decidido que también publicaré alguna reflexión!!!
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Érase una vez
Random¿Qué pasa si coinciden un vampiro y un fantasma? ¿Cómo acabará el campamento militar para los adolescentes del futuro? ¿Qué hace Emma cuando su novio muere? Una serie de historias cortas de diferentes temas con las que entretenerte si quieres pasar...