2 Días Antes. Chris Eiffein.

35 10 6
                                    

  10:30 AM
  -Pase buen hombre, pase! Corra que la lluvia no perdona a nadie! Corra señor, corra!
  Los gritos de aquel hombre de avanzada edad resonaban en aquel lugar tan cerca y a la vez tan lejos de la civilización.
  Chris apuraba el paso, una lluvia lo había tomado por sorpresa mientras conducía por la carretera, dejándolo sin más remedio que parar y buscar un techo donde pasar la noche.
  Para su suerte había encontrado una, no era muy lujosa, tampoco tenía pinta de tener muchas comodidades, pero, para esa noche, el creía que le serviría.
  El anciano tenía un aspecto cansado, unas bolsas bajo sus ojos dejaban a la vista que en un par de días ese anciano no había dormido muy bien. Estaba vestido muy pulcramente, lo que le llamó enormemente la atención a Chris, (vamos, un hombre con un aspecto tan cansado, y con tan buenas pintas? ¿Para que estar tan bien vestido en aquel lugar tan alejado de todo?)
  -¿Un viaje muy agitado Señor?- habló el anciano haciendo énfasis en la última palabra.
  Chris que ya estaba bajo el techo de la barandilla dejando su equipaje le respondió sonriendo, tratando de así parecer más amigable.
  -Un viaje demasiado agitado para mi gusto-, mientras contestaba observaba los pequeños detalles de inperfecciones en la pintura de las paredes.
  -Ni que lo diga, Señor. Este tiempo es una locura! Un día hace tanto calor que uno siente que se quema, y ¿de pronto? Un frío invernal, uno que le hace a uno castañar los dientes como un loco.
  El anciano observaba a Chris de arriba hacia abajo, lo analizaba como estudiándolo, cuando estuvo seguro que el hombre allí parado no respondería prosiguio.
  -¿Cómo se llama uste' señor? Espero no le moleste mi pregunta.
  -No, como cree, ninguna molestia, me llamo Chris-, le tendió la mano y el anciano se la estrechó. -Chris Eiffein, un placer.
  -El placer es todo mío muchacho, yo soy el viejo Larry, y aquel es mi hijo Tomas-. Dijo el anciano apuntando con su dedo a un joven chico de unos veinti tantos que se acercaba a paso rápido. - El lo ayudará a instalarse, y ahora pase, pase que le daré algo para secarse o se agarrará un resfrío.
  Chris le siguió el paso a aquel anciano, a primera impresión todo le parecía bien. Si, había notado algunos detalles, y esos detalles los notó por los gajes de su oficio, cada vez más creía que la psicología era algo que poco a poco lo iba remplazando.   Es más creía incluso que en algún momento no quedaría mas de la persona que era, creía que solo quedaría un robot en lugar de Chris Eiffein, un robot que todo lo analizaba, uno que cada vez se cerraba más al entorno y la vivencia con la sociedad.
  Mientras le seguía el paso a Larry su cabeza empezó a divagar, uno de sus pensamientos fue el como le temblaba la mano a aquel anciano, pensó para sí que tal vez era producto de la edad, pero... ¿y esa vestimenta? Esa vestimenta no quedaba muy bien en el pobre anciano, no por anciano, no; sino porque la posada en sí no tenía muy buenas pintas, las pinturas hacía mucho que habían empezado su camino para dejar aquellas paredes que decoraban, todo estaba descolorido.
  Eso le hacía dudar, quien se preocupaba más por sus fachas, que por el lugar donde vivía, donde habitaba normalmente.
  Chris no estaba sorprendido, no, ya había visto muchos casos así antes, de personas compulsivas por el cuidado de sí.
  Pero nunca esperó que en ese lugar, encontraría un caso de esos.
  Los pequeña casa del hombre estaba decorada por algunas fotos, dos ventanas, un sofá (que parecía haber dado una larga batalla contra el tiempo) una mesa con una lámpara sobre ella y, en el centro de la sala una mesa de madera con algunas revistas y un cenicero.
  -Venga, venga, su habitación aún no está lista, Tomas la está limpiando, ahora mismo es un auténtico desastre, los inquilinos anteriores si que sabían ensuciar! Ja! Pero venga, siéntese por aquí mientras le traigo algo de comer.
  -No se preocupe, no quiero molestar-, dijo Chris tomando asiento en el sofá.
  -No, no, no, usted no es molestia, quede tranquilo, le prepararé algo rápido y luego verá su habitación.
  -Está bien, si usted cree que no es molestia le tomaré la palabra; además, si le soy sincero, un poco de hambre siento, ese viaje se sintió denso, pesado, muy pesado diría yo.
  -Claro, buen hombre, claro, usted tranquilo, tranquilo señor, todo estará bien, todo.

  -¡Maldita sea! ¡Odio este trabajo de mierda! Maldito padre! ¡Maldita posada! ¡Maldita familia que ensucia mis pisos!
  La Habitación 406 era un lugar que, si uno lo veía desde lejos llegaba a parecer hasta agradable, era la mejor habitación de la posada, contaba con una Tv por cable, un stereo y la cama más suave. También su iluminación era muy buena, la ventana estaba tan bien ubicada que permitía que el primer rayo de luz de la mañana penetrara e inundara todo ese cuartito a su antojo.
  Las aves revoloteaban casi como si estuvieran danzando, como si lo tuvieran todo minuciosamente calculado.
  Si, la habitación 406 desde lejos era un lugar muy agradable, pero... en ese momento no lo era, en ese momento era asqueroso, era un completo desastre.
  Las aves ahora no cantaban, los rayos del sol ya no querían entrar hacia aquel sitio, en vez de eso, parecían tratar de evitarlo como pudieran.
  La tv por cable ya no trasmitía aquellas caricaturas que el pequeño Dany observó durante tres días seguidos, no, ahora trasmitían estática.
  La cama, aquella cama que unió por tres noches seguidas a aquella feliz pareja (o bueno aquella pareja que ERA feliz)
Hoy estaba echa un despojo de sábanas que se amontonaban unas sobre otras, las sábanas caían rozando el suelo por el peso ejercido de dos cuerpos que, ahora, bañados en sangre no eran mas que un ex envase para el alma.
  El cuerpo de la chica estaba tendido sobre las sábanas, desnuda, con una mueca en su rostro (tal vez el último gesto que pudo lograr en su vida) su cuerpo ahora era un vestigio de carne que hacía presente claras señales de golpes contundentes.
  Ella se llamaba Brenda Maxinoff, era una chica joven, 27 años recién cumplidos, toda una vida por delante. A su lado estaba Marcos González, el, tenía 34 años, trabajaba de bombero en su ciudad natal. Marcos contenía una abertura en su cabeza, de lado a lado, producido por un golpe que lo dejaría inconsciente al instante, de el caían gotas de sangre densas, de un color rojo opaco, caían y repicaban en el suelo de la habitación.
  TIC
    TIC
      TIC
  También estaba el pequeño Dany, el pequeño Dany que antes de ser un cuerpo sin vida fue un niño con muchas amistades, en su escuela las maestras victoreaban su inteligencia. La maestra Graciela siempe le decía "Dany tu tienes un futuro enorme por delante, ¿lo sabes? Un futuro enorme! Ahora ve Dany, ve y juega!"
  Dany, ese pequeño que luego de comprar su dulce en una máquina expendedora se encontró con la terrible imágen de sus padres siendo ejecutados por Tomas. Y Tomas, ni lento ni perezoso le disparó a quemar ropa al pequeño. Un disparo certero y contundente, Dany ya no jugaría ni vería caricaturas, ya no vería a su maestra, a Graciela.
  Ya no abrazaría a su madre en  plena noche cuando las pesadillas inundaran su calma.
  Tampoco ayudaría más a su padre a alimentar a los animales y luego se quejaría de los tontas que le parecían las gallinas y su padre sonreiría de las ocurrencías de su hijo.
  Ellos tres no eran la primera familia que pasaba por aquella habitación 406, ni tampoco serían los últimos.
  La habitación 406 hoy estaba teñida de un crímen, hoy se ponía el traje color rojo y lo lucía sin culpa, hoy esa habitación dejaba que el silencio en sus paredes hablaran. Y hoy, los pájaros ya no cantaban.
 

Habitación 406-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora