El Ángel del Sueño

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Una oscuridad densa y profunda fue lo primero que me recibió al llegar... pero no importaba. Nunca ha importado que tan oscuro o iluminado esté, puedo ver cada detalle a la perfección. Veo al chico que está dormido en una pequeña y mullida cama cubierto con una gruesa manta tratando de protegerse del frío invernal que aqueja la ciudad.

Entiendo que es él por quien he venido. Lo reconozco a la perfección. Ese ligero latido en mi interior me indica que es la persona a quien le ha llegado su hora.

Me sorprende un poco haber venido por alguien tan joven. Lo examino durante un momento y compruebo su buen estado de salud y eso me sorprende todavía más. Empiezo a dudar si me han asignado al sujeto correcto. Decido posponer su partida y espero a que despierte. Parpadeo una, dos veces y tal vez han pasado dos minutos, dos horas o dos años. Para mí el tiempo humano dejó de importar hace muchos siglos.

El sol ha aparecido en el cielo y sus rayos dorados atraviesan la ventana e iluminan toda habitación. Observo detenidamente como se levanta y una vez más me deja sorprendido: su labio inferior está reventado y un pequeño corte divide su ceja derecha. El golpe que dejó tal marca debió ser tan fuerte que seguro le hizo ver las estrellas. Pero no puedo preguntar nada porque él no puede verme ni oírme. Lo sigo hasta una pequeña habitación y al traspasar la puerta descubro que es el baño. Después de ver sus ojos reflejados en el espejo entiendo porque me han designado a este chico: piensa en suicidarse. Sus ojos tristes y vidriosos anhelan una muerte piadosa que termine con todo de una vez.

Momentos después estoy caminando detrás de él, si va a suicidarse no puedo ser yo quien le quite la vida después de todo. Debo esperar a que él lo haga y si es necesario alentarlo un poco, para así poder recoger su alma y llevarla a la Luz u Oscuridad Eterna, según sea el designio de los Supremos Jueces.

Caminamos a través de las húmedas calles de la ciudad, lleva a la mirada en el suelo y en los oídos una música ensordecedora que lo aísla de un mundo que poco a poco lo está matando. Música ruidosa para una mente ruidosa, pienso al verlo en ese estado.

Se detiene frente un descolorido y descuidado edificio de hormigón, en la parte de enfrente de la reja que lo bordea puede leerse "Universidad del estado", y creo poder entender el poco entusiasmo que tiene al llegar aquí: el edificio parece más bien una prisión.

Se queda de pie unos minutos junto a la puerta y comprendo que espera a alguien. No le importa el agua que cae del cielo y humedece su ropa. No le importa que los chicos y chicas pasen a su lado y no reparen en su presencia, como si él no existiera. Ese es el desinterés de alguien que perdió la esperanza en la vida desde hace mucho tiempo.

Espera.

Y espera.

Y espera más pero nadie aparece. Una vieja chicharra suena en el interior del edificio dando inicio a una larga jornada de clases. Si es posible, sus ojos se apagan aún más y creo que ha llegado el momento en que se quitará la vida. Pero no lo hace. Con pasos lentos y desanimados se interna en un largo pasillo rodeado de aulas. Lo veo tomar asiento y casi puedo sentir sus deseos por desaparecer y abandonar a todo lo que lo rodea. Nunca antes había sido asignado a un suicidio y la verdad es que no entiendo cómo es posible que quiera terminar con su vida. La vida humana es tan sencilla y compleja a la vez. Dedican horas y horas a actividades tontas y sin sentido que muchas veces reducen sus años de vida. Sus tontos y frágiles corazones albergan más sentimientos negativos de los que pueden soportar y terminan rotos e inservibles. Y lo irónico de todo esto es que comienzan a valorar lo importante cuando ya es demasiado tarde, cuando sus cuerpos son frágiles y enfermizos, cuando ya es imposible empezar a vivir porque tiene los días contados. Los humanos no han entendido que el tiempo nunca es suficiente para ser feliz. ¿Y por qué digo que no lo saben? Porque cada día, generación tras generación, veo como sus vidas se apagan sin que ellos encuentren un sentido a su existencia.

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