Capítulo 8

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Yuya se separó tan rápido como se había acercado. Retiró su mirada del otro y apretó sus puños. Se levantó a huir de esa situación, lo suficientemente aliviado del cuerpo, pero no de la mente. Se alejó al menos un metro, se mordió los labios y se volvió a mirarlo, sin verle realmente. Pero él habló primero.

—Yuya —tuvo el impulso de seguir hablando. De hacer cualquier cosa para evitar que el otro tuviera algo peor de lo que preocuparse—. Yuya, no es... —suspiró—No es un buen momento para... estas...

—No lo volveré a hacer —suspiró. Negó suave, el otro apenas y parecía capaz de decir algo—. No lo haré de nuevo. Solo, dejemos esto pasar, iré por unas hiervas afuera.

—No hace falta que...

—Está bien —suspiró—. Está bien, iré. Puedo reconocer entre una cosa y otra, Yuto. —el aludido abrió su boca, pero nada salió de ella. Solo el sentimiento de que el otro no tenía ganas reales de decir mucho o tratar de arreglar algo que Yuya había arreglado sin más. Las ganas perdidas de decir algo, o quizá fuera solo el desconcierto de no saber que demonios era lo que debería hacer—. Solo, necesito cambiar de actividad—y se volvió. El de ojos grises no quiso rendirse

—No es buen tiempo —suspiró por fin, se levantó, además. Yuya siguió su camino. Convencido de que era un idiota de nuevo—. Quiero decir, que no es un buen tiempo para esto.

—No ha pasado nada —le dijo. No se había volteado, pero si ralentizado su caminar. Esperando a que el otro lo detuviera quizá. Como si el no tuviera ganas de quedarse con él, así fuera la cosa más incómoda del mundo—. No es nada. Estamos bien. Es mi error, puedes ignorarme si deseas.

—No voy a ignorarte —negó. Yuya seguía en su avance—. Yo solo quiero decirte que no es buen tiempo para, siquiera pensar en algo como...

—Nunca lo será —suspiró el otro se volvió un momento—. Y eso esta bien —volvió su vista al camino.

—No, no tiene que estarlo —se mordió el labio. No sabía como hacer para que el otro parara de caminar y le escuchase. No quería que las cosas empeoraran, pero tampoco tenía mucho suelo en lo que sostenerse—. No lo está.

—Solo voy por una hiervas Yuto, no es nada del otro mundo —sintió como el otro paraba su andar, pero no se detuvo.

Yuto entonces casi se desesperó para pensar en una forma de hacer que el de ojos rojos se calmara y dejara de caminar. Las cosas estaban terminando mal, ¿y todo por qué no podía manejar una situación? ¿De verdad? No, no iba a dejar las cosas así.

—No sé nada de estas cosas en realidad. Nadie habla de esto nunca, Yuya—el aludido pareció por unos instantes con ganas de parar—. No tengo la más mínima idea de como hacerlo y entiendo que tú tampoco —se dio una pausa. Corrió un poco al lado del otro. Al menos para verle la cara, incluso si estaba llena de lágrimas o cualquier cosa—. Sólo —suspiró y cerró los ojos un momento. En serio no podía creer que fuera a soltarlo—, quería decírtelo cuando volviéramos a la aldea —Y lo soltó, sin estar demasiado seguro aún. Yuya paró de súbito su andar. Miró a Yuto que se paraba enfrente suyo y también lo miraba, se presionaba los labios uno contra otro indeciso, y cuando habló los separó algo más decidido—. O incluso antes, antes de llegar de nuevo. O quizá con la alegría de haber matado al demonio mayor —Tragó saliva. De verdad lo estaba haciendo, ahora, y en esas condiciones—. Pero, te me adelantaste.

Y hubo un silencio. Yuto no habló esperando a que Yuya respondiera. Yuya no habló esperado a que el otro dijera algo más. Una vez más, uno de ellos suspiró, el de ojos rojos y cabellos verdes con rojo.

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