INTRODUCCIÓN
Esa noche llegué a casa después de un día de trabajo, se marcaban las 11:00 pm en mi reloj de mano. Recibía una llamada de mi hermano mientras intentaba averiguar en dónde estaba Bailey, después de todo, ya la extrañaba.
Terminé la llamada y coloqué mi smartphone en uno de los bolsillos delanteros de mi pantalón. Entonces fue cuando sentí unos gélidos y delgados dedos sobre mis párpados móviles. Seguido de una dulce voz femenina a la que reconocería sobre todo "¿Quién soy?" sonreí al instante y reaccioné para volverme hacia ella y darle un fuerte abrazo levantandola tan solo unos centímetros del suelo, como siempre lo hacía.
—¡Me lastimas! ¡Bájame!— gruñó con algo de diversión.
—Bailey, ¿Por qué sigues despierta? ya es tarde...— refunfuñé mientras la dejaba de nuevo en el suelo.
—¿No recuerdas que día es hoy, tontito?— levantó las cejas divertida.
—¡No por favor!— no puedo creer que lo mencionara, yo no le tomaba tanta importancia.
—¡Tu cumpleaños!— dijo mientras daba pequeños saltos frente a mí. —Y te compré algo— canturreó, como era su costumbre.
—No debiste, pequeña— dije mientras acomodaba un alborotado mechón de su cabello detrás de su oreja.
Bailey corrió por la habitación hasta llegar a un pequeño mueble de donde sacó una pequeña caja color marrón. Luego volvió a mí corriendo nuevamente, nunca comprendí de donde sacaba esa energía.
—¡Aquí tienes amor!— lo dijo mientras ponía dicha caja justo frente a mis ojos, retrocedí un paso ya que casi me sacaba un ojo. Tomé el regalo entre mis manos y levanté la pequeña tapa para encontrarme con un lustroso reloj.
—¿Pero por qué un reloj? ¡ya tengo uno!— mostré mi brazo. —¡Pero está roto tontuelo!— su sonrisa se ensanchó.
Después de ésta escena, nos dirigimos a la habitación para recostarnos en la cama donde nos dimos tiernas caricias antes de dormir, como era cada noche. Al poco rato ella posó su cabeza sobre mi pecho, para disponerse a dormir, mientras yo la abrazaba.
Bailey era la chica que conocí mientras cursaba el tercer semestre de la preparatoria. Desde que la conocí, supe que era la indicada, a pesar de ser tan diferentes, ella con sus jugueteos, bromas, chistes de los cuales no entendía, y yo... con mis libros, buenas notas y malos chistes. Poco después de graduarnos de la Universidad de Yail, una cálida noche de verano organicé para ella una cena con nuestros familiares, en la cual pedí su mano en matrimonio.
Recuerdo esa noche haber estado tan nervioso que comí la mitad de mis uñas. También recuerdo sus bellos ojos de un color grisáceo inundarse en lágrimas tras escuchar mi propuesta, debo admitir que yo también lloré un poco. Fue la noche en la que se cumplieron todos mis sueños, me esperaba una larga vida junto a ella.
Y ahora me encontraba ahí, con ella durmiendo sobre mi pecho, a una semana del gran enlace.
Marcaban las 3:00 am en el reloj pegado a la pared y escuché fuertes alaridos que parecían venir de mis vecinos, decidí ignorarlos, ya que siempre fueron algo típico en ellos, hacer escándalos. Pero ésta vez, escuché lloriqueos desesperados de una pequeña, así que fui, se podría tratar de algo grave veniendo de un infante.
Salí por la puerta trasera y me dirigí a la casa de los vecinos para así tocar la puerta con fuerza "¿Necesitan ayuda?" "¿Hola?" pero nadie atendió a mi llamado, los gritos persistían y los pequeños lloraban desconsolados. Así que solté un golpe con mi pierna izquierda sobre la puerta, y ésta se abrió delante de mi.