dieciochoavo

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Gerard no sabía cómo reaccionar, a sus ojos, todo era un fondo impresionista sin borde; recordaba haber besado a Bert antes de entrar al Instituto, un beso de menta y cigarrillo. Después nada claro. Una llamada de emergencia, su madre llorando, sirenas, Mikey pálido, ambulancia, forenses, Bert no contestaba, la línea muerta, su tía muerta, muerta... asesinada.

La voz de su hermano, su voz, después borroso. ¿Por qué Bert no contestaba? Y de repente, en vez de su novio, Frank a un lado, abrazándolo, y él llorando. Más luces, más borrones; trazo, error, trazo, error, trazo... ¿llamada?

Para ese entonces seguía en casa de su tía, con los ojos hinchados de tanto llorar y Frank palmando su espalda. Sacó su celular con torpeza, no podía ni respirar, la voz de un oficial repetía la frase: "un chico de sudadera azul". Gerard apenas si pudo deslizar su dedo por la pantalla de su celular, sólo dando paso a una voz, curiosamente, muerta:

A-acabo de ver la... las llam-m-madas perdidas, lo siento— fue una especie de decepción la que bajó por su cuerpo. Reconocía el tono de voz: lento y nasal.

— ¿Bebiste?— Frank alzó la mirada cuando Gerard habló, del otro lado de la línea, Bert suspiró:

Tú lloraste.

— ¿Por qué bebiste?— lo ignoró, las lágrimas ya corrían en automático por sus mejillas. 

Tuve un problema.

—Te necesitaba, Bert, acaban de asesinar a mi tía—esta vez la voz de Gerard se desdibujó. La respuesta de Bert tardó más de veinte segundos.

¿Cómo?— en ese segundo Gerard notó lo mucho que odiaba al asesino de su tía, cayó en la cuenta de que Bert era un asesino también, y que estaba mal. Todo estaba mal.

—T-tengo que colgar. —balbuceó, después cortó la línea y se levantó, empujando el agarre de Frank. Ignoró toda pregunta o voz que llegara a llamarle, salió de la casa de su tía, la cual seguía atestada de patrullas, a pesar de que el cuerpo de Martha ya había sido llevado a una sala forense.

Mientras salía, vio a su madre llorar en la entrada de la casa, estaba arrepentida de haber odiado a su propia hermanaen vida, era patético porque nada valía tanto odio como para matarla, Gerard supo que era así. Él siguió hasta llegar al otro lado de la calle, se sentó en la banqueta, tomó su cabeza con ambas manos e ignoró la llamada que entraba a su celular. Pensó demasiado, incluso se secaron las lágrimas de sus ojos. Tenía demasiado odio y confusión en su cuerpo, ¿por qué la habían matado?, ¿quién? El oficio de Bert le llegó como las cuatro balas a Martha. Matar por dinero... ¿y si Bert...? Empujó el pensamiento con fuerza. No. Bert no. Conocía a Bert... ¿lo hacía? Otra llamada entró en ese momento, Gerard bajó la mirada, el nombre de "Bertie" brilló como diamante. ¿Cómo iba Robert vestido esa mañana?, ¿sudadera azul?, ¿cuántos asesinos mataban vestidos de azul?, ¿cuántos asesinos había en San Francisco?

— ¿Tú la mataste?— la pregunta saltó sin poder detenerla, el celular había aparecido en su oreja, haciéndolo sudar.

Sí.

— ¿La mataste?— su voz chilló. 

— ¿Gerard?— en ese segundo se dio cuenta de que no había estado hablando en realidad. — Am-mor, contéstame— la voz de Bert seguía muerta, Way talló sus ojos.

— ¿Preguntaste algo?— esta vez escuchó su voz claramente.

—Sí.

— ¿Qué?

— ¿Me amas?— el artista se quedó callado. Todo era un Hugo Ball.

—Bert, acaban de matar a mi tía.

—Estoy muy borracho.

—Bert.

—Por favor no te vuelvas a acercar a mí— Way alzó la mirada, Frank iba saliendo de la casa de Martha, y lo buscaba con la mirada. La vista esmeralda se le nubló.

—Bert.

—Por favor.

— ¿Por qué?— Frank lo divisó con la mirada y fue a acercarse; dos gruesas lágrimas se desbordaron de la paleta de verdes. Un suspiro, de triste color, atravesó la línea, después el asesino repitió su acción, y mató la llamada...

*

Rob sabía que Gerard sospechaba, porque era un artista, y esos siempre imaginaban lo fantástico. Fue a beber porque su corazón estaba gritando, así que sólo podía ahogar el ruido con alcohol. Sabía que no podría alejarse de Gerard, y que, ya pasando el efecto del vicio, iría a buscarlo y le vomitaría un mundo de mentiras para volver con él, porque era tonto estando sobrio, más tonto ahora que había olvidado cómo matar. Su lengua dormida quería gritar la verdad a los cuatro vientos: "Yo maté a Martha Lee porque de matar a Donna Lee las cosas serían como en las diez plagas de Egipto", pero no podía. No.

Volvió a su casa a eso de las dos de la madrugada. Le pesaba el cuerpo, vomitó a un lado de su porche y entró arrastrando los pies, sólo se quedó dormido porque el nivel de alcohol en su cuerpo era impresionante, tanto como el hecho de que su auto no tenía ni un rasguño.

A eso de las seis de la mañana sintió otro peso en la cama, lo ignoró porque sabía que de despertar su cabeza abriría las puertas a la resaca, y más dolor en su cuerpo lo iba a matar. Abrió los ojos a eso de las nueve, eso porque el ruido de artilugios moviéndose de lugar le llamó la atención. Vio la figura de Gerard completamente vestida de negro, frente al espejo.

—Gerard...

—Me voy en la tarde. Anoche estabas muy borracho —la voz era firme, pero el reflejo del espejo no. —Voy al entierro de mi tía, ¿vas a seguir bebiendo?— McCracken se sentó en la cama con pesadez, volteó a su derecha y vio su sudadera azul acomodada en una silla. —¿Cuánto te pagaron?— el asesino sintió un golpe en el estómago. —Te están investigando, y si no hablo, no te podrían encontrar.

—No me pagaron— Gerard soltó una risa de dolor.

— ¿Entonces sí fuiste tú?

—Tiene explicación. —Way volteó a verlo.

—No, Robert, tiene precio, y no es lo que ella valía para mí.— no esperó respuesta, salió del cuarto y azotó la puerta. Bert supo que ese día sería el último que lo vería.

Saltó fuera de la cama y abrió la puerta, no sabía si Gerard era un fisgón, pero en ese momento no se le ocurrió algo más.

—Ella era Res Rubia.— le sorprendió que Gerard detuviera su camino escaleras abajo, hizo el ademán de volverse a verlo, pero se arrepintió, quedando de espaldas.

— ¿No pudiste aceptar el trabajo y ya? —su suave voz tembló.

—Era tu mamá. — Gerard se desvaneció...

ahógame |gerbertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora