Capítulo 2

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Son las 22:00 al parecer será una noche fría, Stella está en el sillón mirando la ventana, una botella de vino frente a ella, una copa en una mano, un cigarrillo en la otra, el horno de la cocina que esta cerca ella está encendido, la estufa dejó de funcionar después del invierno del año anterior, su madre Dice que el horno es una buena solución para mantenerse caliente. El teléfono suena, mira el nombre en la pantalla, frunce el ceño y cuelga.

"Como una idea puede que tomemos malas decisiones, empezamos con pequeñas cosas que creemos correctas, pero cuando la idea de vuelve más fuerte que la razón, es cuando las cosas salen mal, en el afán de hacer lo que pensamos, dejamos de pensar"

Un mensaje, toma el teléfono.

- tenemos que hablar, estoy en camino.

Deja la Copa de vino en la mesa y lanza el teléfono hacía la puerta. No sabe que hacer, se siente sola, no, aún peor, se siente culpable. Ya ni siquiera sabe como fue que comenzó todo o por que fue que pasó, no sabe quién es; siempre pensó que sabía muy bien quien era, por que los pensamientos definen quienes somos y ella tenía los suyos bien definidos.

Da vueltas por la cocina, entra a su habitación, aún huele a cigarro, las latas de cerveza siguen en el mismo lugar, el desorden está intacto. Las lágrimas empiezan a brotar de desesperación, ya no sabe como solucionar todo lo que había causado.

La puerta suena, Stella aún no puede contener el llanto, pero levanta la cabeza, toma algo de papel y limpia las lágrimas con mucho cuidado, no quiere irritar su piel. Se acerca a la puerta, respira profundamente y temerosa, abre la puerta; ahi está él, mirandola, con sus enormes ojos cafés, la desesperación en su mirada la agobia, ella supuso que se vería de la misma forma.

  - dale Stella, déjame entrar que esta lloviendo y estoy mojado, sabes que tenemos que hablar- es cierto, está mojado, no puede dejarlo ahi, que más da, más problemas no puede causar.

  - Alfredo, entiende que no va a pasar nada entre nosotros, sólo hablaremos- el asiente con la cabeza mientras se quita los zapatos.

Stella hace un ademán con las manos para que la siga, él deja los zapatos en la puerta y la sigue cerrando la puerta detrás de él.  Se sienta en el sillón mientras ella entra a su habitación, los dos están incómodos, ni estar cerca, pero es de esas situaciones que no puedes evitar aunque quieras. Ella regresa con una remera en la mano, Alfredo la toma y se la pone, dejando la mojada cerca a la ventana.

  - ayer las cosas se salieron de control,  no quiero que tengas una idea errada de lo que somos - Dice Stella.

Ella está sentada en el sillón, él la mira con una sonrisa, tiene los labios delgados, parecen dibujados, nos es 4l hombre más bello que conoce, pero tiene ese algo que la atrae. Alfredo se acerca a ella despacio, con cautela, no quiere asustarla; se sienta cerca a ella y la mira fijamente, quiere besarla, ella también quiere hacerlo, pero ninguno de los dos debe hacerlo otra vez.

   - No va a pasar nada, tranquila, entiendo a Eugenia, pero eres consciente de que es lo que pienso, cuáles son mis ideas y deseos hacía ti.

La tensión es sofocante, el latido de sus  corazones son tan fuertes que uno podía escuchar el del otro, sus respiraciones sólo aumentaban, una gota de sudor recorre la frente de Alfredo, haciendo su piel más irresistible.

Stella se para, prende otro cigarro y va cerca a la ventana, la idea de perder a Eugenia no estaba en sus planes, como tampoco caer en los brazos de cualquier hombre, sabe que sus ideas la llevaron hasta ese punto, pero serían sus ideas las que la sacarían de ese hoyo en el que se había metido. Eugenia sabía lo ilógico que a ella le parecía pelear por un hombre, demasiado primitivo para dos mujeres en esa época, no es que haya tenido muchos amores en su vida, pero de algo está Segura y es que los celos no son parte de su vida, y las personas que lo tenían parecían, según ella, animales. Pero eso no importa, animal o no, Eugenia era su amiga y si eso le causaba tanto daño, es mejor no hacerlo otra vez, no hay por qué dañar a alguien por las cosas que deseamos.

  - mucho tiempo callada Stella, dime algo.

Ella sacude el cigarrillo para que las cenizas caigan de la ventana a la calle, sonríe como si todo estuviera solucionado, camina hacia la nevera, saca una cerveza helada, la abre y se la toma toda de un sorbo, una sonrisa de medio lado se forma en los labios de Alfredo, hace que se lo vea mucho más guapo.

  - Alfredo, fue una noche muy divertida la de ayer, pero quiero que entiendas algo, no va a volver a pasar, se que tenemos ideales parecidos, el hecho de que yo fuera la que se metió en tu cama hace todo esto aún más frustrante, lo sé, ahora es mejor que te vayas, no me volveré a acostar contigo, aunque  de eso dependiera mi vida, necesitas tener las cosas más claras con Eugenia, deja de jugar con ella - las palabras de Stella suenan fuertes, ha tomado una decisión, está Segura de lo que quiere.

  - No puedes hablar enserio - la sonrisa  en su rostro desaparece, dando lugar a una línea recta en sus labios, el ceño fruncido y lo peor de todo, la mirada, esa mirada que una mujer como Stella sabe que viene acompañada de tres palabras, tres flechas en el pecho - eres una zorra.

Toma la remera que está en la ventana, se saca la que Stella le dio, toma los zapatos. Pero no sale, no, aún no, primero da una última mirada de desprecio, como alguien que ve a un perro que acaba de morder a un niño, y sale, sin decir más.

Las piernas le tiemblan, su mirada aún parece fuerte y con decisión, con una enorme sonrisa burlona, tiene que seguir así, por si alguien la ve, no puede parecer débil, no puede ser débil. Deja la lata de cerveza que aún tiene en las manos, se acerca a la ventana, mira la noche, la ciudad, lo pacífico que se ve todo sin estereotipos o moral; prende otro cigarro, mira una última vez al paisaje de su ventana y cierra las cortinas. Entra en su habitación, se saca toda la ropa, se para frente al espejo, observa: sólo hay una mujer, no es perfecta, los ojos negros hinchados por el llanto, las cejas pobladas, haciendo parecer su mirada más fuerte, el cabello largo despeinado, en algún momento pudo ser color chocolate, ahora tiene las puntas plateadas y azules, con las raíces negras; no es delgada, las manos y pies delicados, morena, normal.

Al fin se rinde y cae sobre sus rodillas, no podía soportar más el peso de aparentar valentía. Como una palabra tan insignificante podía causarle tantos sentimientos, no sabe cómo ha llegado hasta ese punto, no sabe cómo sentirse, sólo tiene ganas de quedarse ahí, llorando con el espejo y la noche. Se levanta lentamente, las flechas suelen ser difíciles de sacar, aunque Stella tenga el cuerpo marcado de cicatrices de flechas, el dolor aún es como la primera vez; va hacía la ducha, el agua es importante para lavar heridas.

Muchas cosas pasan por su cabeza: no necesitamos estar enamorados, eso sólo implica producir una cantidad alucinante de hormonas, las suficientes como para sentirnos como en el cielo, con el propósito de querer reproducirnos, todos piensan que es necesario estar enamorado para estar con alguien, algunos hombres ,como Alfredo, sólo disfrutan de el sexo y claro, los pesimistas confían más en la heroína.

Stella suelta un grito, si las cosas fueran tan simples como ser hombre, no tendría que lavar sus heridas, no habría nadie que la llame zorra, ella no hizo nada malo, o tal vez sí. Algo tenía claro, todo el mundo podía llamarla como quiera pero Eugenia no, también la amaba, era su hermana, y no piensa perder eso.

Estaba cansada, pero dormir no era suficiente, necesitaba apagar su cerebro, y había una botella de vodka, esperando por ella.

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