Odin

9 1 0
                                    


Había dedicado toda su vida a moverse entre las oscuras y sucias calles, yendo de mano en mano con la única intención de sobrevivir. Sus ojos, desde pequeño, fueron acostumbrados a la sangre, a las armas y a los blancos polvos que en innumerables ocasiones hubo de esconder bajo la camiseta y pantalones. Y él, pese a tener una cantidad de dinero que pese a ser paupérrima le permitía alejarse de ese mundo, no se marchaba.

Su vista fue depositada en las cuencas llorosas y amoratadas de su adversario, unos ojos enrojecidos por las lágrimas y la furia que antes mostraban unas irises verdosas. Se vio a sí mismo reflejado, y se percató que su sangre caía dibujando una carmesí línea desde su sien derecha a su mandíbula. Ni tan siquiera había reparado en el sudor que encharcaba su rostro y cuerpo, causado por el esfuerzo que sacrificaba por la victoria; por un día más de vida.

—Ese chaval me gusta, ¿sabes? —Pudo escuchar entre el público, una mole de gente que gritaba tanto su nombre como el de su rival. Estaba sin aliento, y su corazón golpeaba su pecho con fuerza. Y no, no era porque una bella princesa lo estuviera esperando sano y salvo, sino porque la pelea estaba siendo dura y frenética—. Lo hacen llamar Arkan, ¿a qué se debe ese nombre tan extraño?

Por unos instantes optó por desviar la atención hacia los hombres que hablaban sobre él, arrugando el rostro y consiguiendo que la sangre se le helara. Su dueño estaba allí, con una socarrona sonrisa y barajando la posibilidad de ceder su alma a una nueva persona. Un latigazo de dolor en el rostro consiguió que sus piernas flaquearan, obligándolo a lanzar un rugido airado y contraatacar. Sabía que había sido su fallo, mas detestaba que lo golpearan con la guardia baja. Él no era culpable de nada, el resto tenía la culpa. O eso es lo que siempre se decía, aquella frase era la misa de su propia religión.

Calles oscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora