El frío de la madrugada golpeó al cansado joven, cuyo cuerpo se estremeció ante el mismo. Frotó sus manos en busca de calor y alzó la vista al negro cielo, una capa oscura que no mostraba ni la más pequeña de las estrellas. Su ojo amoratado le impedía ver con nitidez el camino que estaba surcando, mas era capaz de cruzar cada estrepitoso callejón sin siquiera verlo. Aquel era el lugar que lo había visto crecer, una prisión de la que no parecía poder escapar y que detestaba con toda su alma.
—Arkan —llamó la voz de su dueño tras él, deteniendo su tranquilo caminar y consiguiendo que este volteara. A lo lejos, pudo distinguir la silueta del hombre, alguien corpulento cuyo rostro se veía iluminado por el cigarrillo que tenía entre los labios—. Creí que te había dicho que no te fueras tras una lucha sin antes haber hablado conmigo, tengo que darte tu parte. —Sus ojos se teñían del color naranja que desprendía la parte inferior del cigarro, y una pesada gabardina lo cubría del frío nocturno.
El joven agachó la vista en cuanto Ulyanov quedó frente a él, tendiéndole un pequeño sobre. Mas su otra mano sostenía otro, de mayor tamaño. Arkan tensó la mandíbula, indignado al descubrir el por qué su dueño había decidido ir tras suya, pese a que esto significara recorrer un mayor tramo para regresar a su hogar. El hombre le sonrió, mostrando unos blancos dientes que resaltaban en la oscuridad.
—Ya sabes qué hacer Tigrecito. —Hizo entrega de los dos paquetes, para después darle un golpecito en el pecho al muchacho—. Quiero que mañana haya treinta de los grandes, y si no... Te mataré, ¿me oyes?
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Calles oscuras
Short StoryA veces, el luchador no cae ante los encantos de una dama y sigue siendo el mismo demonio. En ocasiones, se cuenta una historia con una certeza a la que no estamos acostumbrados.