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No sabía cuantas veces había infringido la normativa, y tampoco desconocía el número de puñetazos que llevaba dados al caído cuerpo de su rival en el ring. Sentía como numerosas manos lo tomaban de los brazos y del costado, intentando apartarlo, mas hacía uso de todas sus fuerzas para continuar su frenético ataque.

—¡Que alguien lo pare joder! —gritaba uno de los hombres, quien supuso que era el dueño del joven que tenía bajo su propio cuerpo. Durante unos instantes miró el rostro de este, percatándose del labio y nariz rotos que mostraba, al igual del río de sangre que cubría cada poro de su clara tez—. Ulyanov, ¡haz que tu sucio perro se detenga! 

Aún respiraba, y eso, no le gustaba al propio Arkan. Tenía que ser el mejor, y nunca había de permitir que lo humillaran; y por desgracia, su contrincante lo había conseguido en ese movimiento que lo había pillado con la guardia baja. Tensó su mandíbula y rugió, mientras alzaba el puño. Sus ojos, de un claro azul se clavaron en los entreabiertos del otro, quien parecía suplicarle una clemencia que no estaba dispuesto a otorgarle. 

—Él sabe lo que hace. —Ulyanov se cruzó de brazos, alzando el mentón y llevándose un cigarrillo a los labios. Era consciente de lo que se venía ahora, una acción con la que siempre disfrutaba un enorme placer. Uno de sus mejores luchadores acabaría con el campeón de Stellato, y no sería únicamente en el escenario donde bailaban con los puños, la rodillas y los pies. Sino que detendría los latidos del corazón de La bestia siciliana. 

En cuanto el ganador de la batalla dejó caer su puño, contempló como la cabeza rebotaba contra el suelo haciendo resonar un pequeño crujido. Sus hombros bajaban y subían debido a la agitada respiración, y los músculos se relajaron. Su orgullo había sido restablecido, y el miedo que tenían los demás, había incrementado. 

Calles oscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora