Día 3 - Del viento, el miedo y la agitación

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~Day 3: Fear/Excitement
Alternate: Windy~

Rugía el viento en el desfiladero de Westronbolt. Aquel lugar era amenazante, y no sólo por verse siempre dominado por potentes oleadas del elemento que lo regentaba. La prueba del santuario de Ginebra parecía expandirse por todo el lugar. Aquel día sólo estaban buscando una gema iris, pero ni su misión era poca cosa ni el tiempo y la malicia parecían acompañarlos. Zarandeados por las ráfagas de viento que les hacían tambalearse sobre las rocas del desfiladero, los infernales se les echaban encima sin cuartel, como si el propio Heldalf los hubiese puesto ahí para entorpecer sus pasos.

Sorey, Mikleo, Rose y Lailah luchaban dos a dos en un duro enfrentamiento contra infernales de tipo babosa. Algunos de ellos no los habían visto nunca. Feroces y asquerosos, se combinaban entre sí para formar una masa gelatinosa de mayor tamaño, con la capacidad de formar y endurecer tentáculos que disparaba como lanzas arrojadizas. Llevaban varios minutos combatiendo y la malicia de los infernales no parecía querer ceder ante las llamas de la purificación de Sorey y su Escudera. El agotamiento que conllevaba llevar prácticamente todo el día de viaje —desde que salieron de Pendrago por la mañana— no hacía más que jugar en su contra.

Ante uno de los ataques del infernal, que se había convertido en un sólo monstruo enorme y fuerte al fusionarse varios entre sí, Sorey se tambaleó. El Pastor se vio por un momento en el suelo, aunque logró mantener el equilibrio. Ese instante de despiste le bastó a la bestia para centrar sus ataques en él, con intención de acabar con su vida. Podría haber sido mortal, pero un escudo de agua y un bastón ágilmente blandido se interpuso entre ellos, salvándole la vida. Serafín y humano se sonrieron desde la gratitud, aunque ese sentimiento duró poco. Con el impacto de ese viento cortante que parecía capaz de helar la propia sangre, llegó el siguiente asalto.

Sorey aún no se había repuesto del todo, y Mikleo continuaba con los ojos fijos en él. La babosa se había desplazado a la izquierda del serafín de agua, como si se hubiera fijado en Lailah en vez de en ellos. Error. Desde ese ángulo disparó uno de aquellos afilados proyectiles. Rose gritó y trató de detenerlo, pero fue inútil. Notando que la lucha era más complicada de lo esperado e intuyendo lo que ocurriría, Zaveid y Edna entraron en batalla al auxilio de sus amigos. Lailah hizo un intento por contenerlo con una bola de fuego y Sorey se lanzo hacia delante, con la expresión desfigurada por puro terror. Creyó que el corazón se le detendría del miedo al ver como el tentáculo acertaba de lleno en el pecho de Mikleo, derribándole.

-¡Mikleo!

Un grito unificado reverberó por todo el desfiladero, trasportado por ese viento huracanado. El Pastor tuvo la rapidez suficiente como para coger a su amigo en brazos antes de que tocase el suelo. Mikleo estaba inconsciente y herido, inevitablemente fuera de combate. Había perdido todo el color en la piel y su cabeza caía hacia atrás sin fuerza alguna, como si fuera una marioneta a la que le han cortado los hilos. Sus brazos colgaban inertes a ambos lados de su cuerpo y su bastón cayó al suelo con un ruido sordo que nadie llegó a escuchar. Mientras la lanza que le había atravesado se consumía en malicia, ese mismo miasma infectaba la herida abierta. Sorey a causa del shock sólo pudo pensar una cosa: era la primera vez en su vida que veía la sangre de un serafín. Era carmesí, tan roja como la de cualquier ser humano.

Mikleo en sus brazos apenas pesaba lo mismo que una pluma. El chico lo sujetaba con cierta delicadeza, pero los nudillos con los que apretaba su espada ceremonial estaban blancos a causa de la presión ejercida. Por un instante, el tiempo se ralentizó. Cada latido de su corazón transportaba por sus venas terror en vez de sangre. Eran lentos, pero los notaba en todo el cuerpo, en especial en los oídos y el estómago. Vibraba. Temblaba gracias a cada uno de ellos con miedo e ira. ¿Perder a Mikleo? Eso no era una posibilidad. No, no, no; la vida sin él no existía. Sin él no importaría nada, sin él como si la malicia lo inundaba todo, que sería el primero en esparcirla. Mikleo era uno de sus motores, de sus impulsos, era quién mantendría vivo su sueño incluso cuando él no estuviera. Mikleo siempre había estado ahí, y la simple idea de que pudiera dejar de estarlo... No, no la concebía.

El shock apenas duró unos segundos, los suficientes como para darse cuenta de que el serafín seguía vivo y no había muerto en el acto. Una ráfaga de viento frío en el rostro bastó para despejarle. Reaccionó. Con una petición velada en los ojos se volvió hacia Zaveid, pasándole ese cuerpo inconsciente con sumo cuidado. Sálvale, le pidió sin emitir sílaba alguna. El serafín de viento tomó al de agua entre sus brazos, arrodillándose para tumbarlo en el suelo. Mikleo estaba en buenas manos. Y Sorey se volvió, centrándose en los gritos y en el fragor de la batalla.

-¡Lailah! -Gritó, mirando hacia sus compañeras. Rose y Edna, armatizadas, no le daban cuartel a aquel bicho del demonio. La dama del lago asintió en su dirección, concediéndole el permiso necesario para actuar. Acabarían con él de un golpe-. ¡Fethmus Mioma!

Armatizaron. Con aquel gigantesco mandoble envuelto en fuego, en las llamas de la purificación, Sorey y Lailah se lanzaron contra su enemigo gritando juntos, sustituyendo por un momento la excitación al terror. El Pastor lo supo, su Señor Primordial estaba cambiando el miedo por la adrenalina para matar dos pájaros de un tiro: purificar al infernal y evitar que él mismo perdiera la cabeza. Se lo agradeció aunque, como en tantas otras ocasiones, quizá no lo suficiente.

Cuando el infernal no fue más que cenizas disolviéndose en el desfiladero y todos volvieron a su propio ser, los sentimientos de preocupación, pánico e histerismo retornaron una vez más para dominar a Sorey. Quizá fuese de una forma mucho menos peligrosa, pero aquello era inevitable. El muchacho volvió la vista en dirección a Zaveid y Mikleo. Un remolino de viento verde los envolvía a ambos. Era viento curativo, fruto de las artes del serafín. Los otros cuatro corrieron en su dirección, asustados. Cuando cesó, por un instante cayó el silencio. Era un silencio pesado, sólo interrumpido por el aullido del aire al moverse entre las afiladas rocas. Sorey se dejó caer de rodillas al lado de los dos serafines. Zaveid todavía sostenía al más joven. La herida había desaparecido, pero seguía inconsciente y en su ropa permanecían rastros de sangre. Rose fue la primera en atreverse a romper esa dichosa quietud.

-¿Se... se va a poner bien?

-Eso espero. -Contestó el serafín-. He hecho todo lo que he podido, creo que será suficiente.

-¿De verdad, Zaveid?

-De verdad.

-Como se nos muera Meebo, la culpa será tuya.

-Edna, por favor, no bromees con esto.

La rubia bufó ante la pequeña regañina de Lailah. En realidad, ella también estaba preocupada, pero decirlo sólo aumentaría el malestar de Sorey. Por suerte, gracias a los cuidados de Zaveid, Mikleo no tardó más de un minuto en despertar. Al principio simplemente le temblaron los párpados, pero luego entreabrió los ojos y los labios, permitiendo a un débil murmullo abandonar estos últimos.

-Sorey...

-¡Mikleo! ¡¿Estás bien?! ¡¿Te duele algo?!

-Sorey, calma, calma. -Pidió Rose, apoyando una mano en el hombro de su amigo-. Déjale respirar.

-Estoy... bien. -Masculló mientras trataba de incorporarse. Puso una mueca de dolor, pero se negó a admitir que de la horrenda herida quedaba una consecuencia que le afectase. Apretando los dientes mantuvo la compostura todo lo que pudo y más, y a nadie le pasó desapercibido-. Siento haberos preocupado.

-Ni lo menciones, chico.

El joven serafín fue a incorporarse, pero Sorey se lo impidió. El Pastor le atrapó en un abrazo delante de todos sus compañeros que, aunque nunca habían recibido explicaciones abiertas de lo que ocurría entre esos dos, algo se olían. Mikleo en cualquier otro momento se hubiera avergonzado y lo hubiera apartado de un empujón pero —al notar cómo temblaba— decidió dejarse vencer momentáneamente por el dolor de la herida y consentir que esos brazos entre los que tan seguro se sentía lo envolviese. Permitiendo a un quejido escapar desde sus labios le correspondió, para sorpresa de todos, aferrándose con los dedos a la capa de Sorey.

-Creí que te morías... -Musitó el Pastor. Se le quebraba la voz.

-Pero no lo he hecho, ¿no?

-No... No y menos mal. El abuelo me habría matado a mí.

Mikleo emitió algo así como una risa atragantada. Notó el beso de Sorey, cómo posaba los labios en su cabeza con suavidad para asegurarse de que —en la medida de lo posible— todo estaba bien. Ambos dejaron escapar el aire que no sabían que contenían. Porque después del miedo y la excitación de la batalla, la brisa les traía el alivio.

SorMik Week [Tales of Zestiria fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora