Capítulo 1

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¿Has escuchado alguna vez de los admiradores secretos?

Tengo la teoría de que tener un admirador secreto puede resultar tanto emocionante como terrorífico al mismo tiempo. Verás, en este mundo pueden existir dos tipos de admiradores: los románticos empedernidos que se conforman con enamorarte (o avergonzarte, varían en cada caso por supuesto) de bellas palabras escritas en el papel sacado de la tienda de regalos más cursi que puedas imaginar, o puedes ser totales acosadores que te siguen a casa y mandan mensajes sacados de un thriller psicológico dónde –por si no fuera suficiente sentirte vigilada- te confirman la sospecha de que alguien te ha seguido a casa.

Para mi buena fortuna, mi acosador favorito no es más que un chico limitado a dejarme cartas en los momentos que menos me lo espero. Están en cualquier sitio, y llegan sin previo aviso, cada semana, sin falta, desde una servilleta que casualmente acompaña mi comida del día o un bello sobre decorado dentro de mi libro favorito. Vale, eso suena realmente perturbador, pero créeme, es de lo más bonito, y sólo ocurre una vez cada ciertos días, así que no está tan mal.

Incluso de vez en cuando me descubro a mí misma fantaseando con el chico detrás de las cartas (por Dios que sea un chico), y puede resultar de lo más bizarro que te guste alguien sin conocerle en persona, ¡Pero, oye! Cuando alguien se enamora por medio del Internet nadie le dice nada.

Es sábado por la tarde, y la única que tiene el poder de sacar mi perezoso trasero de la cama en un fin de semana, es mi profesora de arte dramático, la señorita Ferreira. Claro, que podría regresar a mi dormitorio más deprisa si se dignara a aparecer, y su retraso sólo puede significar que estaré encadenada a ese escenario unas cuantas horas más. Me encantaría estar en una confinada soledad dentro de esta anticuada celda universitaria, pero lamentablemente, hay otro recluso acompañándome.

Estamos enfrascados en uno de mis juegos favoritos, el cual puede resultar infantil a simple vista, pero no es nada comparado a los insultos ridículos que son casi el pan de cada día para nosotros.

Ignorar a ese engendro de Satanás es uno de mis pasatiempos predilectos, y ojalá fuera tan sencillo hacerlo como contarlo. Se supone que el hijo de tremendo ojete debería ser feo, lo más feo posible, tan feo que asuste. Tendría que ser un monstruito regordete. Jorobado. Con verrugas en el rostro y los dientes amarillentos. Y que de paso el aliento le apestara más que el ajo. Pero no. Ese pedazo de imbécil era lo contrario a la definición de feo de mi diccionario. Una prueba más de que el universo me odiaba. Porque claro, no hay nada más divertido que odiar al chico it del momento en el mundo de la actuación. Estúpida mala suerte.

Alguna vez escuché que para olvidar a alguien tenías que evitar que se hiciera famoso, bueno, obviamente nunca hubiese creído que eso aplicaría a mí. Gracias por nada, estúpido Dios Todopoderoso del Homicidio Justificado, apareciste demasiado tarde en mi vida.

Con un suspiro clavo la mirada en el espejo frente a nosotros demasiado consciente de mi apariencia para mi propio bien. Maldita sea, si esto fuera una comedia la canción de "brillas y brillas tan lindo" sería aplicable para un meme de mi rostro.

Hago una leve mueca mientras deslizo una toallita húmeda por mi piel con el objetivo de refrescarme, mientras me pregunto si no habré arruinado mi cabello con el nuevo fleco asimétrico que me he hecho. Arrugo levemente el ceño logrando que mi nariz respingada se frunza; fuera del nuevo peinado, sigo siendo la misma. Labios llenos. Ojos marrones. Piel besada por el sol. Y una constitución ósea aceptable.

Satisfecha con mi nueva piel fresquecita, lanzo la basura al interior de la mochila procurando mantener mi vista lejos del espejo –tiendo a ser algo paranoica con el hecho de verme mal- cuando una risita atraviesa el espacio haciéndome apretar los dientes.

Shakespeare ¡Tenme envidia! (En proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora