Prólogo

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   ¿Qué es querer?

   Oikawa siempre había sido alguien bastante inteligente: cualquier problema podía resolverlo en minutos. Jamás tuvo dudas en ninguna asignatura, jamás tuvo dificultades en entender temas complicados. Era alguien muy sagaz, a pesar de aparentar ser solamente vanidoso y egocéntrico; incluso alguien vacío. En realidad, Oikawa era considerado, y mucho más profundo de lo que parecía. Siempre perdido en sus pensamientos caminaba, totalmente ausente de todo lo que sucedía a su alrededor. Analizaba con oquedad situaciones que se presentaban en su vida, y cavilaba con frecuencia en su propio mundo, lo que causaba que muchas personas sintieran cierta curiosidad hacia él. Sin embargo, el único problema que Oikawa tenía, era que no sabía que era el querer. No algo material o superfluo, no se enfocaba en la ambición que los objetos pudieran causarle. A pesar de las varias parejas con las que había tenido un "romance", Oikawa estaba seguro de que jamás se había enamorado. Era pura y simple atracción que le duraba uno o dos meses como máximo, y el saber que jamás había tenido un sentimiento de amor por alguien (ni siquiera por él mismo), le hacía sentir frívolo; como un humano incapaz de actuar como tal. Oikawa no encontraba humanidad alguna en su interior. Y quizá por eso, era tan complicado acercarse verdaderamente a él, a pesar de que muchas personas querían hacerlo.
   Una de ellas era Kuroo Tetsuro, el muchacho de actitud burlesca y algo sarcástica de Nekoma. Durante el campamento de práctica, pudo notar algo de lo que muchos no se habían percatado nunca: Oikawa estaba perdido. Y no de una manera superficial. No, Oikawa necesitaba profusa ayuda. Pero, en ese momento, Kuroo no supo exactamente qué hacer o cómo acercarse al muchacho bonito, por eso simplemente se limitaba a observarlo, inquisitivo cual gato a la espera, perdiéndose en esa mirada vacía y sin brillo que poseía Oikawa. Pero, para Kuroo, lo peor era ver actuar a Oikawa con tanta alegría, que le dolía en el pecho saber que en toda esa efusividad no había nada auténtico, nada real. Era un dolor agudo, una punzada de desesperación por no saber cómo ayudarle, o cómo hacer sonreír sinceramente a Oikawa. Para el risible muchacho, aquel que parecía no prestar atención a los sentimientos en general, era una necesidad hacer sentir, aunque fuera por un breve instante, vivo a Oikawa. Y, sin saber porqué, o de dónde había nacido aquel menester, buscaba inconscientemente al castaño, esperando con ansias encontrarle.

Verdis Quo (editando) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora