Capítulo 1: de cómo lidiar con la soledad

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   Oikawa abrió los ojos, como siempre más temprano de lo que le gustaría, después de una intranquila noche de insomnio. Los primeros cuatro segundos después de despertar eran los más felices de su vida, para después sentir todo el peso de encima cotidiano. Con cansancio se acomodó mejor en el suave colchón que hacía de soporte, recogiendo del suelo la manta que seguramente había tirado él mismo sin percatarse de ello para después acobijarse. Masajeó con sus índices las sienes, que le punzaban levemente. Definitivamente, necesitaba dormir, como cinco años.

   Una vez que vio nuevamente el reloj, y era hora de levantarse para ir al instituto, jadeó con sumo desgano y pesadez, dirigiéndose primeramente al baño para asearse y comenzar con su rutina diaria. Mientras tomaba una rápida ducha, sintiendo el agua caliente caer sobre su cuerpo, se quedó pensando en la nada. Muchas veces, se sorprendía a sí mismo cavilando sin propósito alguno. Pero, le era inevitable pensar en la monotonía que lo encerraba en un ímprobo ciclo, sin salida. Cuando razonaba hasta ese punto, se sentía ahogado, sin oxígeno alguno. Y era ahí cuando despertaba. De alguna manera lograba suprimir toda emoción negativa, preparándose para fingir una vez más. Afortunadamente, era algo automático, hasta podría decirse que natural. Pero eso era algo que ni él mismo podía explicar, algo de lo que no era plenamente consciente. Solo sucedía y ya.

   Bajó las escaleras, casi corriendo. Pero se detuvo a mitad de camino, algo decepcionado de lo que se encontraría en la planta baja. Suspiró, y retomó su andar con pesadez, negando repetidas veces con la cabeza para sí mismo. No era la primera ocasión en la que sus padres no estuvieran en casa, ni la primera vez que desayunaría solo. Y, sinceramente, ni siquiera hambre tenía como para detenerse a tomar alimento alguno. Era mejor ignorar todo, de nuevo, y enfocarse en lo que realmente importaba en esos momentos: ir al instituto y jugar volleyball. Lo único por lo que Oikawa sentía verdadera pasión. La temporada de intramuros estaba a una semana de comenzar, y era momento de centrar toda su atención en los entrenamientos, pues debía dar su máximo para aplastar a Tobio y ese chiquitín de cabellera naranja tan efusivo que le ponía de nervios. Además, había otras escuelas mucho más fuertes, como Nekoma o Shiratorizawa. No tenía tiempo de pensar en las grimas que le amedrentaban.

La caminata hacia el instituto siempre le relajaba de toda la presión que él mismo, consciente era, ponía sobre sí para siempre dar lo mejor que podía. Le daba tiempo para estar un momento consigo, antes de ser rodeado de personas. Además, debía mantenerse a la cabeza de la clase como mejor promedio, no podía darse el lujo de distraerse en nimiedades. Sin embargo, era algo agotador ser alguien popular, y eso implicaba asuntos subalternos, por lo que era su obligación aprender a lidiar con ellos. No es que Oikawa adorara toda la atención que recibía tanto de chicos como de chicas, pero era un poco débil cuando de decir "no" se trataba. Por ejemplo, cuando alguna chica se le declaraba con la típica carta de amor, y esa mirada que siempre las caracterizaba, tan anhelante, Oikawa simplemente no podía rechazarlas y romperles el corazón. Así que, la cantidad de personas con las que había salido, ya ni siquiera las recordaba. Pero, no obstante, jamás le gustó alguna en realidad. Igual pasaba con los chicos. No porque carecieran de estética, sino porque jamás movían algo en el interior de Oikawa.

Pensando, como siempre, Oikawa se sentó en la butaca que le pertenecía. Ni tan al frente, ni tan al fondo. Así podía prestar atención a las clases, y mantener su "estatus social", por así llamarlo. Algo somnoliento, saludó a algunos compañeros del equipo de volleyball, y a algunos otros amigos con los que no era tan cercano. Tan sonriente como sólo Oikawa sabía ser, se encontraba nuevamente en el centro de un pequeño círculo de alumnos, enfocados en escuchar a Oikawa hablar de cómo se había hecho su peinado esta mañana (cosa que era totalmente falsa, porque ni siquiera se había acicalado tanto). Súbitamente, un fuerte golpe fue a parar sobre su cabeza, causándole un leve dolor que le hizo deformar su rostro en un gesto, expresándolo. Era Iwaizumi, su mejor amigo desde que era un infante, y al cual adoraba.
—¡Iwa-chan! Siempre haces lo mismo—. Se quejó Oikawa con un puchero, mientras masajeaba la zona adolorida.
—Calla Mierdakawa, en vez de andar de niño bonito, deberías dormir antes de que entre el profesor—. Le regañó Iwaizumi, percatándose de las profundas ojeras que adornaban la piel bajo sus ojos. Inmediatamente, el grupito a su alrededor se disipó, refunfuñando entre dientes, recalcando lo mordaz que era el as del equipo deportivo.

Verdis Quo (editando) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora