Día 1 - De la lluvia, la alegría y la tristeza

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~Day 1: Joy/Sadness
Alternate: Rain~

Resguardado bajo un tejadillo de la acuópolis, Mikleo contemplaba la suave lluvia que caía sobre Ladylake. No diluviaba, pero aun así todo el mundo había corrido a refugiarse en cuanto las primeras cuatro gotas comenzaron a abandonar las redondas panzas de las nubes. Aquel cielo encapotado y algodonoso no se comparaba en nada con la maldición que estuvo cayendo durante todo un año sobre Pendrago; la de Hyland en aquel momento era una llovizna tranquila y constante con la que nutrir los cultivos, y que cesaría al cabo de un día; era propia de la estación. Pero, hasta entonces, el serafín de agua disfrutaría de poder contemplar esa forma de su elemento que le resultaba particularmente hermosa.

Con la mirada perdida en los incesantes proyectiles, el muchacho extendió una mano fuera del tejado que lo amparaba. Las gotas impactaban sobre su piel, frías y húmedas. La sensación pareció sacarlo de sus ensoñaciones por unos instantes, abandonando ese estado apático que llevaba días haciendo mella en él. Quiso aceptar en aquel momento la tristeza que lo azotaba sin descanso, y frunció los labios al hacerlo. Giró la palma hacia el firmamento y formó con ella un pequeño cuenco. En cuanto tuvo agua suficiente en su mano, invocó sobre ella sutiles y elegantes artes. Rodeada por una luz azul, una esfera cristalina se elevó, dejando que juguetease con ella entre sus dedos. Se dividía y se juntaba a voluntad del serafín, obedeciendo conjuros tan sencillos que no necesitaban ser pronunciados. Él esbozó una sonrisa amarga, como si ese globo de agua fuese una materialización directa del dolor en su pecho. Y de alguna forma, por ir empapado en su magia, efectivamente lo era.

Grácil y frágil como un hada hecha de cristal, Mikleo abandonó el tejadillo. Más tarde, algunos niños de Ladylake que le habían visto a través de sus ventanas hablarían de un milagro que sus mayores no creerían. Contarían un cuento sobre gotas de lluvia bailarinas y esferas de energía brillando en la plaza bajo el mercado, al lado del acueducto. El más perceptivo incluso diría que vio las aguas del lago ondear al son de la danza de un ser etéreo, de un hermoso muchacho semi transparente de apariencia afligida. El serafín no pudo resistirse a salir bajo la lluvia, sumergiéndose en ella, empapándose por completo. Alzaba el rostro en dirección al cielo para que las gotas lo recorrieran, pobres sustitutas de unas lágrimas que se negaba a derramar. Bailó de alguna forma poética, moviéndose al compás de una música que no sonaba y hechizando la lluvia para que fuese su acompañante en aquella solitaria tarde. A su alrededor se extendía un tenue resplandor zafiro.

Sin ser consciente de lo que hacía, entonó una nana que no sabía cuándo había escuchado. No venía de Elysia y tampoco la habían oído a lo largo de su viaje. Era una melodía de la que apenas se veía capaz de entonar unos pocos versos, pues su mente se perdía en la lejanía de los recuerdos marchitos y de las vidas perdidas. Con las manos apretadas sobre el pecho, dejó vagar sus pensamientos y su voz hacia aquel lejano tiempo, cuando era un bebé humano y Muse cantaba esa canción al lado de su cuna, contemplándole con todo el amor de una madre. No lo supo, pero lo intuyó. Jamás sería capaz de poner su presentimiento con palabras, y quizá ni siquiera pudiera volver a cantarla nunca. Sólo sabía que la melancolía de aquel instante pudo resucitar un saber primitivo, para luego volver a asesinarlo en cuestión de segundos. Mikleo no tardó en quedarse en silencio de nuevo, acompañado sólo por el estallido de las gotas al impactar contra el suelo. Bajó la vista en dirección a los adoquines de la calle. El cabello húmedo se le pegaba al rostro y al aro que siempre llevaba bajo el flequillo. Contemplando la nada, únicamente fue capaz de preguntarse por el motivo de su tristeza.

En el fondo, sabía a qué venían aquellos sentimientos, pero no quería admitirlo. Admitirlo le haría daño a Sorey, admitirlo sería como darle la satisfacción a Heldalf de saber que uno de sus golpes iba a tener un efecto devastador. Admitirlo equivaldría a decirle a su mejor amigo que, después de todo, no quería apoyar la decisión que tanto esfuerzo le había costado tomar. Admitirlo, pensó, sería peor que callarse.

SorMik Week [Tales of Zestiria fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora