Capítulo 12.

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Apenas terminé la oración y Liliana estaba frente a mí con su risa hipócrita. Le sostuve la mirada ocultando mi miedo interno.

- ¿De verdad estás lista para complacer mis más profundos deseos? –me dijo mientras me acariciaba mi mejilla–

Volteé mi cara y me quité su mano de encima.

- No te emociones, mi precio es alto –contesté–

- Vaya, vaya. La niña no es tan estúpida como creíamos –gritó Liliana, alejándose de mi espacio personal– Cuéntanos querida, ¿Qué es lo que pides exactamente?

Miré a mis amigos por encima de mi hombro y di un paso al frente con decisión, fue el momento más escalofriante de mi corta vida, pero estaba dispuesta a enfrentarlo por ellos.

- No necesitas torturarlos para que yo me entregue a ti, quiero que los dejes fuera de esto – hice una pausa para acercarme más a Liliana– Garantízame que tendrán una vida plena, alejada de la guerra y te daré el sí.

Los cazadores y el demonio principal se rieron entre sí. Dejaron de rodearnos cuando Liliana les hizo un ademán con la mano derecha. Tronó los dedos y mi hermana y mis amigos quedaron dentro de un círculo de luz azul, ellos gritaron intentando hacerme cambiar de opinión, yo solo pude responder "estaré bien" antes de que se desvanecieran con la luz.

- Fuiste demasiado predecible, nena, pero admitir que en realidad esperaba cortar el cuello de tus amiguitos para que aceptaras formar parte de mí –Liliana me tomó de la mano y me hizo recargarme en una pared del callejón, ella dio dos pasos hacia atrás, sus ojos se le tornaron negros completamente y comenzó a decir muchas palabras en idiomas que yo entendía.

Me quedé en silencio total pero mirando fijamente a Liliana el miedo había desaparecido cuando mis amigos y Diana fueron puestos a salvo. Enfrentaría mi destino tal como lo había dicho la viejecilla Isabel, estaba cambiando otra profecía por el bien de todos.

- Cintia – me dijo Liliana– ¿Estás lista para llevarme dentro de ti?

- Estoy lista.... Acepto ser tu recipiente–respondí–.

Liliana regurgitó una nube negra y muy densa que se elevó hasta el techo de la iglesia, su cuerpo cayó desprotegido y los cazadores se lo llevaron enseguida. Seguí inmóvil recargada en la pared, esperando lo peor, la nube espectral dio una vuelta en el cielo y comenzó a bajar dirigiéndose a mí. Cerré los ojos y puse mis manos en mis bolsillos, solo me quedaba esperar.

Comencé a recordar mi vida, pensé que era un invento de las películas americanas eso de ver pasar tus mejores momentos antes de morir. Visualicé mi infancia, las tardes con mis padres y mi hermana frente al televisor; las noches de desvelo con Betsa y Emmanuel; las clases ridículas a las que teníamos que asistir, las visitas al local de Madame Astrid, los sueños y los pergaminos. Llegué a mi último recuerdo del papel que hablaba de la resistencia, sonreí y esperé que la densa nube entrara en mí pero eso nunca sucedió.

Escuché gritos en idiomas extraños por lo que abrí mis ojos de inmediato. Había unas cinco personas en túnicas negras rodeando a la nube con velas y una urna de hierro puro. Más y más personas llegaban de la nada, como apareciendo de las sombras.

Madame Astrid fue la última en salir camino hacia mí y me dirigió al centro del círculo. Me hizo sostener la urna sobre mi cabeza.

- No temas y sobre todo no abras la boca –me dijo una de las personas del círculo–.

Apreté mis dientes lo más que pude y ellos continuaron con sus palabras raras. La nube fue bajando en un espiral hacia mí pero la fuerza del ritual que se llevaba a cabo la a dirigió directo a la urna. Una vez que entró, Astrid puso la tapa y la selló con una masa gris. El grupo tomó la urna y se desvaneció entre las sombras de nuevo. Madame Astrid me llevó dentro de la iglesia donde Betsa, Emanuel y Diana me recibieron con un fuerte abrazo de alivio. No entendía nada, todo sucedió igual de rápido como siempre.

- En cuanto lleven la urna y la hiervan en lava te puedes declarar libre de pecado, niña.

La voz era de Isabel, ya no podía verla, muy apenas podía escuchar sus gastadas palabras.

- No te engañes, ganamos una batalla pero la guerra seguirá su curso. Debemos evitarla a toda costa.

Miré a mis amigos y a mi hermana, me sonrieron demostrando su apoyo. El miedo seguía presente en todos nosotros pero estábamos dispuestos a ayudar.

- ¿Qué debemos hacer ahora? –contesté mirando al techo e Isabel respondió–.

- Todo a su tiempo, niña, todo a su tiempo.

Madame Astrid se rio y me entrego otro pergamino que contenía un mapa con muchos puntos marcados "espero que te guste viajar" me dijo antes de caminar hacia la puerta.

- Esos son los sellos que debes cerrar para evitarnos problemas futuros. Ten cuidado, existen otros recipientes decididos a terminar el trabajo de Liliana. Yo estaré contigo pero la responsabilidad es tuya –fue lo último que escuché de Isabel–.

Como ella y Astrid lo habían dicho todo estaba por comenzar. La guerra aún era posible. Los pergaminos nos indicaban el camino a seguir y lo que debíamos evitar que sucediera. Mi miedo estaba latente pero ya podía enfrentarlo, al lado de Diana y mis amigos la carga no era tan pesada.

Me encontraba lista para asumir mi rol en la batalla; para aceptar ser quién debía ser pero sobre todo para escribir mi propio destino. Aprendí que las profecías se podían cambiar y eso era lo mejor de todo.

Fin.

Los Pergaminos de Madame AstridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora