Me quedo ensimismada observando esos ojos amarillos. Porque no son amarillentos, ni marrones claros, son amarillos. De ese color tan vivo que aprendemos cuando estamos en el primer ciclo de infantil, del color con el que pintábamos el sol en una esquina de la hoja. De ESE color y no de otro. Por eso sé que lo que me decía Lu es verdad, y me siento en peligro.
-¿Marina? -Pregunto- Yo me llamo Regismunda. -En el momento en que escapa de mi boca, suena aún menos estúpido que cuando lo pienso. Creo recordar que hace unos minutos he admitido que me llamo Marina. Ahora resulta que soy Regismunda. Lo que más me sorprende es que las mentiras no dejan de brotar de mi boca:
-Trabajo en un McDonald's a media jornada mientras intento pagarme un curso en la universidad, aunque he de confesar que a veces, y sólo a veces, cojo algunas patatas de las bolsas de los clientes y me las como. Debería estar obesa. Marina es mi prima, quizá la busques a ella. Se ha ido de crucero por el Mediterráneo. Tiene un humor muy negro y es bastante guapa e inteligente. Yo siempre la he envidiado.
Acabo de inventarme una nueva vida en milisegundos, y de hacerme un pequeño homenaje no muy lejos de la realidad. Al menos según me parece a mí. Los demás pueden pensar lo que quieran. Me paso una mano por el pelo intentando ser adorable, pero lo único que consigo es que los dedos se me traben entre mis rizos enredados. Maldito gel de rizos elásticos, no pudiste dominar a Marina y por eso te quemaré en la hoguera. Claro, si salgo ilesa de aquí y mi madre me deja. Observo la cara del muchacho unos segundos, casi puedo verlo recapacitar. Abro mucho los ojos en un intento vano de asemejarme al anime japonés, con sus ojos tan graciosos y puros. Dejo de hacerlo cuando comprendo que me parezco más a un sapo con los ojos saltones. El chico no es feo, ahora que lo veo con detalle. Aparte de los ojos, tiene un rostro de adolescente, muy normal, sin orejas de gato ni cuchillas como dientes. El pelo es castaño claro, revuelto, que casi le tapa los ojos. Es poco más alto que yo, y tiene algunas pecas apenas perceptibles salpicándole la nariz. Ahora comprendo por qué Lucía decía que era guapo, ya que tenía razón, pero eso no lo exime de ser un psicópata acosador, por lo menos en mi caso.
-Me voy. -Digo, pero me tiene agarrada fuertemente por el brazo, y al girar mi torso, siento como me lo retuerce. Aprieto los dientes y cierro los ojos, necesito irme de aquí. Mi corazón late con fuerza contra mi pecho, me estoy poniendo nerviosa. En una pelea, obviamente ganaría él. Pero yo tengo... me he dejado el cuchillo en casa. Maldigo a mi madre por obligarme a dejarlo, alegando que "debo respetar las normas sociales y no parecer una maníaca con un arma por la calle". Gira la muñeca y siento la piel de mi brazo arder, obligándome a gemir de dolor. Le suelto una patada que esquiva, y mueve mi brazo de tal manera que caigo de rodillas para evitar rompérmelo y comienzo a gritar como una posesa. Si no puedo pelear, tengo mi garganta y mi voz chillona de niña considerablemente más pequeña. Ah, y unos pulmones privilegiados.
-¡AYUDA! ¡ME QUIERE SECUESTRAR! ¡ES UN MANÍACO, ME VA A MATAR, LO SÉ! ¡Y LUEGO VENDERÁ MIS ÓRGANOS!
¿Vender mis órganos, de nuevo? Ya lo he pensado más de una vez, y creo que debo considerar la posibilidad de ir a un psicólogo. Pero mis chillidos alertan a los vecinos, que salen de las casas y ven la imagen tal y como está: una muchacha arrodillada en el suelo, con el brazo aprisionado por un chico que tiene todas las de rompérselo. A Ojos Amarillos no le ha dado tiempo a taparme la boca, y por eso sigo despotricando todo lo que se me ocurre:
-¡POR FAVOR! ¡AYUDA! ¡ME HARÁ DAÑO!
Estiro las manos para agarrarme y clavar las uñas en el asfalto, un intento que resulta fallido, pero los habitantes de la calle se acercan y nos separan. Agarro la bolsa de la piscina y retrocedo hasta conseguir ponerme en pie. Me froto el brazo con una mueca de dolor y veo al muchacho desaparecer entre la multitud. Jadeante, me apoyo contra el muro más cercano y cierro los ojos. Me siento como el ángel de mis sueños, en peligro, aunque yo he conseguido escapar. Ella está completamente sola y sucia, ensangrentada, y la tal Madame Vitae parece aún más peligrosa que Ojos Amarillos. El corazón está a punto de atravesar mi pecho y las venas de reventar, soy una bomba de sangre ahora mismo, y un poco más de miedo me hará explotar. Deslizo mi temblorosa mano dentro de la bolsa de la piscina y tanteo para encontrar la pantalla rota de mi móvil, y por consiguiente, el resto. Cuando siento su frialdad contra mis yemas, suspiro. A partir de ahora adoptaré mi nueva identidad como Regismunda, sólo me falta un carnet falso y tener una prima en el Mediterráneo. Creo que eso me evitará peligros, aparte de la ira de los encargados del McDonald's si se enteran que manoseo y robo las patatas de los clientes. La idea suena tan estúpida que no puedo evitarme echar a reír, lo que relaja mi cuerpo y me hace sentir mucho mejor. La pantalla de mi teléfono se enciende y comienza a sonar la canción Material Girl de Madonna, que siempre me ha encantado. Comienzo a alejarme antes de que los vecinos se den cuenta de que aún sigo ahí y comiencen a bombardearme con preguntas inútiles del tipo "¿Qué tal estás?" "¿Llamamos a tus padres?" o "¿De verdad robas mis patatas?". Aprieto la pantalla y me llevo el teléfono al oído:
-¿Hola?
-¿Marina?
-Ah, Lu. He visto a Ojos Amarillos. Sí, es muy guapo y todo lo que quieras, pero ES UN AUTÉNTICO MANÍACO.
-Marina, tienes que aprender a escuchar.
Bufo, y creo que se oye al otro lado, porque escucho la fluida risa de mi amiga resonando contra mis tímpanos. Pero suena nerviosa, algo inusual en la potente y sincera risa de Lucía, que es contagiosa, al contrario que la mía, que sale de mi garganta en ocasiones contadas.
-Por favor, ven.
Y entonces se corta. Puede haber sido un fallo de conexión, pero últimamente me pasan tantas cosas extrañas que no estoy segura. Material Girl vuelve a sonar y lo cojo de nuevo, pero ya no es Lucía quien habla.
-Sabía que eras Marina. -La voz de Ojos Amarillos suena a través del aparato y me pone la piel de gallina, aunque si saliera de un chico normal me encantaría. Hace unos instantes estaba entre un tumulto de vecinos que no le quitaban los ojos de encima. Ahora está hablando a través del móvil de Lucía, y eso no es buena señal.
-Ven a casa de tu amiga o...
-¿La matarás? He visto muchas películas de asesinos jóvenes y todas acaban de dos maneras: una, la chica súper valiente salva a su amiga y encierran al secuestrador (o muere) y dos, se enamoran mutuamente y cabalgan vomitando arco irís hacia la puesta de sol. ¿Cuál eliges?
Eso parace haberlo descolocado un poco, pero enseguida se recompone y vuelve a hablar seriamente.
-Hay cosas peores que la muerte, Regismunda. -Dice burlonamente. Vaya, los maníacos también tienen su vena bromista. Quién lo diría.- Y se te acaba el tiempo.
Ahora sí, cuelga. Me quedo un momento mirando la pantalla anonadada, con los labios tan prietos que se me tornan blancos. Me planteo la cuestión de llamar a la policía, pero una persona con el poder de teletransportarse que da aunténtica grima los noquearía sin pestañear. Yo tampoco soy una opción mucho mejor, pero por lo menos soy una opción. He aprendido que hay veces que hay que anteponer la vida de los demás a la tuya propia. Suspiro y aprieto el paso, cambiando de dirección.
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Dos veces
Fantasy«Qué extraño es ver derrumbarse el mundo... y ser tú la causante de ello» Creo que me estoy volviendo loca. Oigo voces, veo fantasmas. Y todas las noches tengo el mismo sueño espeluznante. Puede que sea así y que no esté cuerda. O puede que sólo est...