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La espesa niebla cubre el bosque de manera siniestra. Oigo mis latidos tan cercanos, y, a la vez, tan irreales, que no parecen míos. Mis ojos buscan desesperadamente una salida en ese mar blanquecino y verde oscuro, algo a lo que aferrarme, una balsa con la que sobrevivir. Tengo las alas rotas y una cadena atada al tobillo, pero corro. Corro con lágrimas en los ojos a pesar del dolor, porque es mejor que sufrir. Yo no puedo morir tan fácilmente, pero hay cosas peores que la muerte. Lo único que se oye son mis pasos apresurados, mis jadeos. Y de repente, algo rompe ese silencio, y ese algo es lo que me pone la piel de gallina:

-Ángelito mío, ¿dónde estás? -Contengo las ganas de gritar, porque sería peligroso, e incluso aguanto la respiración. Pero continúo corriendo. Siento un nudo en la garganta, la acidez de la incertidumbre, la voz del miedo. Alzo las alas, que más que blancas son rojas y grises, e intento ascender y volar para salir de aquí de una vez por todas. No obstante, lo único que consigo es que varias plumas caigan al suelo lentamente, y que la sangre salpicada por ellas manche mi cara. El vestido andrajoso que cubre mi cuerpo es tan ligero y tan molesto que se me pega a las piernas.

-Cariño, puedo oírte. Vuelve, por favor. -Esa voz femenina, de aparente amistad y consuelo, es más la risa de un monstruo. Tras ella, se esconde la frialdad que me ha hecho esto. La voz del demonio me persigue, sus manos, me atraparon. Y desde entonces de mí no queda más que sangre y plumas sin brillo, cada una una parte de mi alma que se desprende de mí a cada instante. La agonía recorre mi cuerpo, porque cada vez sé con más certeza que no podré escapar de ella de nuevo. La niebla comienza a cubrir mis ojos cual manto, y es ahora cuando ante mí no veo más que una masa de piedra. Miro hacia arriba y abro mucho los ojos, conteniendo aún las ganas de dejar correr las lágrimas por mis mejillas. No he hecho más que dar la vuelta, he corrido en un círculo continuo para volver a mi prisión. El castillo se alza ante mí, impotente y negro, al borde de un acantilado, como siempre. En alguna parte de esta construcción maléfica, se encuentran las cadenas de las que escapé, el cuchitril en el que estuve encerrada siglos. Un único pensamiento acude a mí mente, la orden de huir. Sobrevive.

-Ah, cielo, sabía que volverías. Sé que te gusta estar con Madame Vitae. Pero puedes llamarme Capere, o señora, o ama, si lo prefieres, mi amor. -Su nombre es tan real que no sé si sus padres sabían cómo iba a ser. O más concretamente, qué. Niego con la cabeza.

-No volveré contigo, no más. -Por fin, Madame Capere Vitae sale de las sombras y el cobijo de los árboles. Sus ojos negros de pestañas largas y curvadas, me observan con malicia. No es una mujer fea, es más, es bastante bella. No me extraña, sabiendo lo que hace. El corazón se me va a salir del pecho, lo preveo. Araño la pared del castillo tras de mí, como si eso fuera a surtir algún efecto. Los carnosos labios de la voz del diablo se arquean en una macabra sonrisa.

-Ambas sabemos, ángelito mío, que ya no tienes fuerzas para luchar. Sólo necesito un poco más de ti, y luego, podrás irte. Ese fue el trato, ¿no es cierto? -Aprieto la mandíbula y cierro los ojos, abatida. Por aquel entonces era joven, e inexperta, y no sabía lo que ocultaba la sonrisa de ese monstruo. Pensé que volvería con reconocimiento y poder. Y nunca volví. Si le doy lo que quiere, caeré en brazos de ese abismo llamado muerte. Pero tampoco puedo luchar mucho más, y si caigo, lo conseguirá de todos modos.

-Quiero romperlo. -Digo, pero mi voz es débil. Me muerdo el labio- No puedo más.

-Mi alma, no es lo que tu quieras, es lo que prometiste. -Sonríe enigmáticamente- Además, ya sabes lo que te pasará si lo rompes.

-¡No, no lo sé! ¡Nunca me lo explicaste! -Gimoteo. Siento mis rodillas temblar, y sé que no aguantarán mi peso por más tiempo. Tengo que pensar rápido y luchar aún más. No puedo acabar así, simplemente no puedo.

-Sólo te lo mostré, y suplicaste que parara. Lo hice. Deberías estar agradecida. -La verdadera máscara de frialdad cubre su cara. Se acerca, y su vestido negro y lujoso ondea tras ella, dándole un aire más siniestro si cabe. Parpadeo, y de pronto la encuentro ante mí. Extiende una mano, con las uñas tan perfectamente cuidadas y pintadas de negro brillante, largas, que me cuesta creer que yo esté hecha una marioneta de aspecto usado y viejo. Me toca con ellas en la mejilla y acerca su boca a mi oído, mientras mi cuerpo tiembla ante su calor corporal.

-Vamos dentro, cariño. Vuelve a casa. -Me agarra con suavidad (y al mismo tiempo firmeza) por la muñeca, y me arrastra hacia la puerta del castillo. Mis huesos están rotos, mi alma hecha pedazos. No me queda nada por lo que luchar, así que, ¿para qué? Pero al ver las pesadas, grandes, y oscuras puertas de madera de caoba abrirse, el miedo y la razón me inundan de nuevo y tiro de ella hacia atrás, chillando, retorciéndome entre sus brazos.

-¡NO ME COGERÁS, NO AHORA! ¡NUNCA! ¡NO VOLVERÉ A ESE INFIERNO! -Me agarra por el pelo y gimo, pero no paro. La araño la cara y la pateo, pero ni se inmuta. Con todo el peso de mi cuerpo me echo hacia el suelo, debatiéndome. Pero peso tan poco que apenas consigo moverla.

-Quieta. -Me ordena con dureza. Y, sin embargo, no paro, porque no quiero darle la mano al dolor. Alzo la mano derecha y golpeo a la mujer en la cara, una vez, otra vez, y otra, pero con debilidad. Entonces la veo. La imagen de una chica de pelo rizado, largo, y ojos profundamente azules ante mí. Aunque no es sólida y puedo ver a través de ella, me tiende la mano y es en eso en lo que me centro. Empujo hacia delante, abriendo mis alas y retorciéndome de dolor, extendiendo mi propia mano para tocar la suya, los dedos por delante, rompiéndose por el esfuerzo. Pero Madame Vitae me coge por la cintura y anda hacia atrás, retorciéndome la raíz de las alas y salpicando mi espalda de sangre roja, que cubre la antigua, granate y reseca. Duele. Pero tengo que continuar, tengo que llegar al fantasma de la muchacha. Le lanzo una patada a mi torturadora y la para sin pestañear. Me dejo caer a la tierra húmeda y clavo las uñas en ella, y me arrastro como un gusano, chillando y desgañitándome, muriendo. El dolor es tan insoportable que no sé si mi corazón se parará aquí mismo. Jadeo y bajo la cabeza. No puedo... no puedo más. Madame Vitae me agarra de la raíz de las alas de nuevo, y un nuevo chorro de sangre brota de ellas. Cierra el puño con fuerza y, con aún más poder, me lanza hacia la entrada del castillo. Mi cuerpo roto choca contra una columna de piedra y la salpica de líquido rojo. Es entonces cuando grito, y sé que mi grito recorre el bosque porque me rompe las entrañas y acaba con mis fuerzas. Pero lo necesitaba.

Antes de cerrar los ojos, abatida, veo el vestido de mi carcelera deslizarse a través del suelo, y oigo las puertas de mi cárcel cerrarse, bloqueando mi camino para recuperar la libertad.

Luego, todo es oscuridad.

Dos vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora