Pasaron la tarde viendo escaparates de tiendas sin llegar entrar a ninguna. Como ella no quería gastar el poco dinero que sus padres le suministraban y él no tenía ni un centavo y no podía permitirse, entonces, ni un mísero gasto, no tardó Delilah en ir anotando los nombres de las tiendas o en sacarles fotos a los escaparates para confeccionarse sus propias prendas.
Iban tranquilos y hablando de nada en especial; ella parecía su hermana mayor o, incluso, su niñera. La ropa de ambos no se parecían en nada: seguía con la de esa mañana unos pantalones y una camiseta que pudo hacer con esas cortinas que no encajaban en la decoración del piso, y los zapatos... mejor no hablar de ellos. Precisamente, porque intentó hacerse unos desde cero y, como es de esperar de una inexperiencia universitaria, no lo consiguió. Cabezona en ese aspecto, compró unos tacones similares a los que tenía en mente hacer para apañarlos a su gusto. Delilah seguía su propia estética de moda basada en su propia imaginación.
Luego estaba el quinceañero, sin embargo, que llevaba una camiseta que parecía usada por primera vez allá por la Segunda Guerra Mundial por sus cortes y el color grisáceo que captaba el blanco del principio, con el amistoso adorno de ketchup que le daba un aire matón. Los pantalones y los zapatos parecían más que viejos también, pero estaban mejor cuidados que su prenda superior.
Se aburrieron de tanta tienda y decidieron empezar su expedición en busca de Leo. Fue toda una bendición para él; no llevaba ni seis horas con esa mujer y ya estaba cansado de ella.
—Tu hermano podría estar en cualquier sitio. ¿Qué estrategia tienes para encontrarlo con solo una pista? ¿Cómo sabes que está aquí y no en Siberia?
—Tengo una foto. Estaba junto a una nota, firmada hace mes y pico. Antes de ir a tu casa, me pasé por la casa de nuestra tía—aquello apenas tenía sentido. ¿Y no le dieron dinero?¿Una cama donde dormir?—. Tuve muchísima suerte de que estuviera vacía.
Entonces, Vera recordó que él no tenía permiso alguno para salir de la residencia. Encontrárselos hubiera sido una sorpresa problemática. De hecho, igual ahora iba a ser él el internado en el reformatorio por allanamiento de morada dos veces.
—¿Cómo te metes en las casas así por la cara?
Se encogió de hombros. Estupefacta, lo dejó seguir.
—Fueron ellos los que lo recogieron para darle el visto bueno, al parecer. Se echaron una foto. No sé la historia, pero seguramente se hospedaría ahí un par de días antes de irse sin decir nada. Había una nota en el frigorífico, supongo que suya, y ponía que no lo buscaran, que gracias y que iba a estar en los edificios por tu zona. No especificó qué edificio era, pero sí ponía el número del piso: segundo, F. La caligrafía la tenía en el culo, eso sí.
Ella negó, divertida.
—En cuanto salí de allí, empecé a preguntar a la gente. La mayoría de las personas me ponían cara de asco, no sé por qué.
—Sí, yo tampoco...—volvió a analizar su atuendo con la mirada.
—Bueno, pues le pregunté a la vecina cotilla estándar y me ha dicho que era un estudiante, cosa que no me creo mucho; que llegaba a las tantas de la mañana, que vomitó en una planta de decoración en el portal. Resulta que se metió en un bar del que tuvieron que echar porque estaban cerrando, y él seguía ahí.
—Es raro. Yo llevo un mes viviendo en el apartamento, y se lo alquilamos al dueño real. Puedo preguntarle después por teléfono por el anterior inquilino. De todas formas supongo que tendremos que rastrear los pubs, bares, hoteles y cualquier sitio de ese estilo.
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A qué teme el león
Science FictionLuka Astori pensaba en su hermano en aquel lugar mugriento cada día. Con falta de momentos juntos pero los suficientes para querer buscarlo, saber de él después de toda la infancia en ignorancia era su prioridad. ¿Quién imaginaría que se encontrarí...