Capítulo Segundo

132 3 0
                                    

–Quiero verlo.

–Lo siento señor, pero sólo se permite la entrada a familiares directos.

–¿Acaso no sabe quién soy yo? ¡Soy Adrik Mishenko, y exijo que me dé el pase!

–No tiene caso alterarse conmigo. La situación es delicada, el paciente está crítico, solo han pasado 24 horas desde la última intervención quirúrgica, no puede recibir visitas si no son las estrictamente autorizadas.

–Pero cómo es posible, doctor… –una voz oscura, resonando opaca mientras se acercaba lentamente, escoltada por unos pasos secos contra el suelo de losas– Si el gran Mishenko quiere abrir las aguas a su paso aún en la terapia intensiva de un hospital, quiénes somos nosotros, simples mortales, para querer impedírselo…

Adrik se giró para enfrentar al hombre que lo miraba con indisimulado odio y ya sin rastros de sus almibarados modales. Roger Warren se detuvo ante él, con las manos tomadas en la espalda, observándolo de arriba a abajo con desprecio.

–¿Qué diablos haces aquí, Mishenko? No hay ninguna medalla de oro que puedas robar, ni fanáticos que te adulen. Vete.

–Sólo quiero ver a Julien.

–¿Y por qué razón querrías verlo?

–Lo respeto y lo admiro –respondió Adrik cubriendo sus verdaderas intenciones–, y por eso quiero ofrecerle mi ayuda para…

–No necesito tu ayuda, puedes irte.

–No se la ofrezco a usted, si no a él –aclaró con frialdad–. Necesita alguien que lo ayude, que lo cuide, que se asegure que está recibiendo todo lo que es posible darle.

–Yo soy perfectamente capaz de cuidar de mi hijo solo, no te necesito husmeando en mis asuntos.

–No, claro que no. No le convendría que descubriera lo que hizo, ¿verdad? Imagínese lo que diría el mundo… Su propio padre…

Los ojos de Roger Warren se abrieron, encendidos en cólera, y se acercó tanto a Adrik que dio la impresión de que iba a golpearlo de un momento a otro.

–¿Estás insinuando que yo hice esto? ¿Que yo ataqué a mi propio hijo?

Adrik apretó los puños. Estaba dispuesto a pelearse si era necesario, y de hecho lo haría con mucho gusto. Pero en lugar de eso, inclinó su cabeza sobre el colérico hombre y murmuró apretando los dientes.

–No. Estoy insinuando que es un maldito hijo de puta, que ha maltratado a su hijo desde que era un niño, que lo ha sobre exigido y explotado en beneficio personal. Que se ha apropiado de su cuenta bancaria, que ha fraguado información para ocultar las lesiones de Julien, y que me encantará saber lo que piensan las autoridades de los campeonatos al respecto… Pero no señor Warren, no tengo pruebas de que haya sido usted quien hizo esto. Aún.

Se hizo un silencio desagradable. El rostro de Roger Warren parecía a punto de explotar de la ira que a duras penas lograba controlar. Adrik, en cambio, se había enderezado y miraba con su expresión de hielo, aguardando una respuesta.

–Te crees tan invencible… –murmuró desdeñoso, y permaneció observándolo, tragando su propio veneno. El ruso no respondió, sonriendo con una mirada jactanciosa con la que parecía estar diciendo "lo soy"–. Muy bien, si quieres verlo, entra, si no, vete, pero no permitiré que utilices la muerte de mi hijo para crearte más publicidad.

–Su hijo aún no ha muerto. Y deseo con todo el corazón que no lo haga.

–Los deseos no siempre se hacen realidad, Mishenko. Aunque seas tú quien los formule… –Una sonrisita malévola que Adrik estuvo a punto de borrar de un golpe–. Y por cierto, no apuntes con tu dedo con tanta facilidad… puede que el acusador termine acusado.

Sangre Sobre El Hielo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora