El viernes 10 de Octubre de 1986, alrededor de las 12 del mediodía, la ciudad de San Salvador, capital de la República de El Salvador, fue arrasada por un violento terremoto que destruyó gran parte de las edificaciones y produjo unas mil quinientas víctimas y muy cuantiosos daños materiales. Entre los numerosos muertos se hallaban las alumnas de la escuela Santa Catalina, en donde fallecieron aplastadas por los escombros unas cuarenta niñas y un niño. Grande fue el dolor que la población sufrió al enterrarlos. Se inició la lenta reconstrucción de la ciudad, con la esperanza de que el terremoto quedase pronto en el olvido.
Pocos meses después, llegó a la ciudad de San Salvador un circo. Todos creyeron que se trataba de una bendición del cielo, ya que traería un poco de solaz y borraría, al menos en lo inmediato, tantos ingratos recuerdos que había dejado el siniestro. Los artistas fueron alojados en un hotel a medio derruir, y en la plaza mayor se anunció que el ansiado espectáculo pronto estaría al alcance de todos.
No hubo persona que quisiera perderse el encanto del circo. Las funciones tenían lugar al aire libre, en medio de los edificios aún en proceso de reconstrucción. Noche tras noche los artistas se entregaban a regalar diversión al público, cuando alguien notó que en la ventana de un primer piso un niño reía, fuertemente divertido por los acontecimientos de la función. Como la algarabía era general, a nadie le extrañó mucho que una cosa tan común sucediera, aunque algunos se preguntaron por qué el niño no se unía al resto del público y prefería observar los números desde esa distancia, en la ventana de un edificio que había sido afectado por el terremoto. Las funciones continuaron y nadie pareció preocuparse demasiado por el asunto.
Sucedió que una noche, cuando el circo daba una de sus últimas funciones, el los rumores sobre la presencia del niño aumentaron a tal punto que la curiosidad de la gente demandó que unos vecino se acercaran a la ventana para preguntar al chiquilín por qué no se unía a ellos en la fiesta. Grande fue la sorpresa cuando se constató que el niño había desaparecido y ningún rastro se halló de él, ni dentro ni fuera del edificio, y no se pudo dar con padres ni parientes. Nadie afirmó conocer al niño, aunque desde la distancia desde la que se lo veía se hacía imposible distinguir claramente sus rasgos. Subyugados por el misterio, los habitantes de San Salvador se dispusieron, la noche siguiente, a observar con detenimiento la última función del circo.
Los artistas estaban ya finalizando la última de las escenas, cuando alguien escuchó, en medio de la risa y la jarana generales, un aplauso divertido que provenía de la ventana en la que el misterioso niño había aparecido días atrás. Y allí estaba él, cuando todos voltearon para verle: dichoso, disfrutando de la velada, agitando sus manos. De inmediato se inició su busca; cuando llegaron hasta la ventana del primer piso, las personas que habían acudido presurosas no encontraron a nadie.
Entonces alguien lo recordó: entre los más de mil quinientos muertos que se contabilizaron a causa del terremoto en la ciudad de San Salvador, figuraban las cuarenta alumnas de la escuela Santa Catalina, y un niño. ¿Puede haber sido su espíritu el que se negaba a partir violentamente de su querida ciudad? El risueño niño no ha vuelto a aparecer, y quizás no lo sepamos nunca.
ESTÁS LEYENDO
Creepypastas
Paranormalte gusta el terror? te gusta que se te hiele la sangre?, pues han llegado a el lugar correcto :) espero que no duerman esta noche...