Me preguntas en que estoy pensando. Te respondo que estoy pensando lo que sea que tú estés pensando...
El muchacho, recorría las calles con un semblante demasiado lastimero, su mirada sólo se dirigía hacia abajo y todo su cuerpo se sentía horriblemente tenso. Se dirigía a aquel lugar que le haría sentir cómodo al menos unas cuantas horas.
Se estremeció tras recordar las palabras de esos dos, le repugnaba el sólo hecho de pensarlo y saber que era verdad. De alguna manera lo sospechaba de hace un buen tiempo, sin embargo una parte, la parte estúpida, para ser más específicos, de su cerebro trataba de eliminar dichos pensamiento. Ya que, le aterraba la idea de suponer que el chico que adoraba se prestara para ese tipo de cosas. Un escalofrío le recorrió la nuca de manera espontánea, provocando que parara en seco unos segundos para después proseguir con su lenta caminata.
Se sentía avergonzado, no quería mirar ninguna persona en esos instantes.
Su respiración era tan congestionada que la gente que pasaba por su lado, o le miraba con desagrado y con preocupación, sin embargo lograba a hacer o decir nada, debido al paso acelerado del chico les impedía siquiera ver su rostro. El camino a casa se le estaba haciendo muy largo, le extrañaba ya que al ser South Park un pueblo relativamente pequeño las casas deberían encontrarse cerca a otras, los pies le estaban matando. Recordó vagamente aquel cuento donde la sirenita sentía una daga clavada en pie por cada paso que daba, al pactar el contrato con Ursula. Río por lo bajo, al encontrarse comparándose con una de las princesas más conocidas de Disney.
Al estar mirando tanto rato el suelo, no reaccionó a la voz de su hermana pequeña llamándole desde la puerta para que entrase, casi se había pasado de largo.
La niña le miraba haciendo un puchero, estaba muy abrigada. A diferencia de él que llevaba su sudadera azul, sin su característico chullo.
— Te vas a enfermar- le dijo molesta- ¡Y mamá se va a poner muy triste, tontito!
La tierna reprimenda de la menor le causó una sonrisa triste. Obediente, entró a la casa.
Su padre estaba en el hogar, leyendo un periódico del día anterior en el sofá de éste.
Muy disimulado fue rápido hacia su habitación, no quería hablar con Thomas, no podría... Él y su padre tenían la relación menos "padre e hijo que cualquier par podría tener, debido a la dificultad de ambos para expresar sus sentimientos abiertamente.
Cerró despacio la puerta y se dejó la cama tendida. Sus parpados se juntaron hasta que el ruido exterior se volvió un silencio agradable, de esos que le gustaban.
Ω
Los sonidos de alguien tocando la puerta le despertaron abruptamente, ¿Cuántas horas había dormido? Miró la ventana, ya estaba oscuro. No quería abrir, sabía quién era, y sinceramente no poseía los ánimos para lidiar con ello.
Se volvió a recostar sobre el colchón. Sin embargo, la puerta se abrió de repente. Había usado las antiguas llaves de la casa.
Hombre astuto.
El pelirrojo le miró apenado. Mientras que se sentaba al pie de la cama, sin parar de observar a su pobre hijo. Tosió un poco para eliminar la tensión.
El pelinegro se sentó sobre sí, y también le miró.
— ¿No me vas a decir porque estás así?- finalmente dijo, se le notaba el nerviosismo en la voz.
— Estoy bien- respondió Craig seco.
— No, no lo estás. ¿Me ves cara de idiota? ¿Qué sucede, Craig?