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He salido a correr más de lo normal, cosa que no hacía desde que vivía en Bergen y siendo sincera, me está ayudando más de lo que jamás pensé. 

Hoy es martes. Queda apenas un día para ver a Jordan, y el hecho de pensar en eso, hace que mis nervios aumenten a niveles descomunales, y que tenga un nudo en la garganta.

Miro que la blusa azul esté bien colocada, y que no tenga ninguna arruga. Observo mi reflejo en el espejo de mi habitación, repaso mis labios con el pintalabios rojo mate, y deshago el moño de mi pelo rubio, dejando que caiga. Coloco mi pelo bien, aunque como siempre, queda raro.

Unos golpes en mi puerta me despistan.

— ¿Hola? — pregunta Neal.

Abre la puerta lentamente, y luego me mira.

— Estás genial. Esa blusa te resalta mucho los ojos azules. Me pregunto quién la habrá escogido, porque tiene un buen gusto.

Ruedo los ojos y me miro una última vez en el espejo. Veo mi mirada de seguridad. Llevo toda la semana muy nerviosa y dividida. Hay una parte de mí muy grande que quiere esconderse debajo de sus sábanas y que nunca llegue el miércoles y otra minúscula que necesita ver a Jordan ya.

— Eres un poco idiota. — le digo a Neal —. Pero, ¿podrías acercarme? No tengo mucho tiempo, y hoy no me apetece andar.

Él asiente, con una sonrisa en los labios.

— Vamos. — hace un movimiento con la cabeza.

Ambos salimos de casa en silencio. Y es extraño, pero supongo que es porque apenas son las siete y cuarto de la mañana. Bajamos hasta el parking, y ahí sí veo el pequeño coche de Neal. Es de color rojo. Entramos, también en silencio, y él empieza a conducir.

— Tu madre me llamó ayer. — dice, cuando lleva diez minutos conduciendo.

Suelto un suspiro. Sé por qué llama. Por lo mismo que lo hace cada año por estas fechas.

— Dice que la llames en cuanto puedas. Que es consciente de que tienes mucho trabajo, pero que parece que la hayas abandonado. — se toma un segundo para apartar la vista de la carretera y mirarme.

— De acuerdo. La llamaré en cuanto salga de la maldita reunión.

Neal sigue manejando en silencio. Hoy está de mejor humor de lo normal.

— Por cierto, no me esperes para la comida. He quedado.

Frunzo el ceño.

— Llevas más de dos días sin comer en casa, Neal. ¿Algo que quieras contarme?

Mi amigo me mira un segundo y sonríe. Después vuelve a poner los ojos en la carretera.

— No. — le miro fijamente—. Bueno, sí. He estado saliendo con alguien.

Sonrío con satisfacción.

— Lo sabía. — digo. —. ¿Cómo es? ¿Cómo se llama? Por favor, dime que es buena persona

— Es una buena persona, sí. Y no te voy a decir cómo se llama. Prefiero mantener su anonimato.

Ruedo los ojos y sé que él se da cuenta porque suelta una sonrisita. Siempre le encanta guardar el misterio, cuando sabe perfectamente que no puede ocultarme cosas por más de dos días. Acabará contándomelo antes de que acabe la semana. Por Dios, esa sonrisita es imposible de ocultar.

—De acuerdo, lo entiendo. Pero si vais en serio quiero saber quién es.

Él asiente. Nos quedamos el resto del trayecto en silencio. Para cuando Neal aparca delante de la editorial, vuelvo a mirarlo.

LLÉVAME A LAS ESTRELLASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora