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17 años atrás.

La lluvia inunda las calles, los rayos y los truenos abrigan el entorno, el peligro es notorio para cualquier alma presente, las familias se refugian en sus hogares, temen a la noche como si ésta fuese una noche distinta, una noche que trae consigo un mal augurio.
El silencio es interrumpido por los quejidos apenas perceptibles de una mujer sufriendo con cada fibra de su cuerpo, una capa de sudor cubriendo su piel, las luces tenues del pequeño cuarto en el que se encuentra apenas iluminan su rostro, su cuerpo es débil y su respiración es cansada hasta que por fin la acompaña un llanto, el llanto de una pequeña niña recién nacida. Conforme aumenta su llanto más crece la tormenta como si la locura del clima fuese culpa de ella.

—Tienes que llevartela.—Dijo la mujer desesperada.
—No podemos huir, la están buscando.—Dijo con desesperación la anciana que la acompañaba con la pequeña en brazos.
—No podemos huir juntas, es peligroso...—Un quejido pequeño salió de sus labios—Alejala de mi, llévatela...
—Pero, mi señora ¿Qué haré con ella? ¿Qué pasará con la niña?
—Alejala de éste mundo y regresa conmigo, necesito que ella esté a salvo.—Susurró

El llanto de la niña ya no era audible, la madre se quitó una cadena del cuello y se la dió a la anciana mientras contemplaba a la niña con cariño, aquella escena se vio interrumpida por el amenazante sonido que se aproximaba a ellas.

—Llévatela, hazlo ya.—Dijo desesperada e incorporándose pero la anciana no se movió. —¡Hazlo ya, es una órden!

La anciana tomó a la niña y la envolvió en una sábana, apenas logró salir de la casa cuándo un estruendo se escuchó dentro, ella sabía que debía ser cuidadosa pues ellos ya estaban ahí, corrió entre las sombras sabiendo que eran su única protección bajo la lluvia peligrosa que estaba sobre ella, apenas protegiendo a la niña de ésta, corrió durante horas y horas hasta dar con un pequeño pueblo, ella no confiaba en ninguna persona de éste mundo pero sabía que era lo único que podía hacer. Una pequeña casa acogedora estaba en lo alto del pueblo, la anciana echó un vistazo adentro y agudizó el oído escuchando lo que pasaba dentro sin mayor esfuerzo, colocó a la niña frente a la puerta y le puso la cadena que antes le había dejado su madre, observó a la niña con detenimiento y la acarició con ternura.

—Hasta pronto, Madeline—susurró.
Entonces tocó el Timbre y huyó

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