Infierno delirante

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Ocho de la noche de un sábado conmocionado y Alan ya no sabía cómo hacer para poder deshacerse del sujeto calvo que ya llevaba al menos dos días persiguiéndolo de nuevo. El plan para destruir al sonriente se había diagramado en su cabeza a la perfección ese día que sentado en la estación de trenes, había tenido su epifanía. El problema más grande era que del dicho al hecho había un gran trecho y él seguía en peligro. La niña, por alguna extraña razón, había desaparecido. Llevaba días sin verla y parecía casualidad que fue ese mismo momento cuando el sonriente regresó a acecharlo.

Buenos Aires era un caos atroz, más de lo normal, porque Calamaro daría un concierto en vivo a beneficencia de UNICEF. Fue por eso que Alan marchó tranquilo al estadio unas horas antes de comenzar el show. Por supuesto, pasó antes por una despensa y compró seis paquetes de fideo para poder donar a la buena causa. Al llegar a hacer fila, Alan comprendió que esa había sido su mejor idea hasta el momento.

Los miles de fans ya haciendo cola enfrente al estadio le daban una tranquilidad que llevaba al menos cuarenta y ocho horas sin sentir. Estaba rodeado de gente, por un tiempo estaría seguro. Ahora solo le quedaba tranquilizar los latidos de su corazón y permitirse ese gusto. Andrés Calamaro había sido su cantante favorito desde la adolescencia y poder escuchar en vivo al cantante de Estadio Azteca era un honor para él.

El sonriente se dejó ver entre la multitud y logró que Alan perdiese un poco su tranquilidad. A pesar de todos sus pesares, una hermosa muchacha que se encontraba por delante de él le comenzó a hacer charla. Lo que necesitaba para poder relajarse. Por ahora estaba a salvo y debía recordarlo. Estaba despierto, estaba rodeado de gente y sobre todo, siempre habría luces encendidas alrededor.

Le brindó a la chica el encendedor que tenía en el bolsillo pues ella había perdido el suyo justo cuando más deseaba fumar. Cuando la muchacha, quien se llamaba Ana, le devolvió el artilugio que él tan celosamente guardaba, Alan volvió a sentir que respiraba. Ese encendedor nuevo, porque siempre se fijaba que anduviese, era su plan B cuando las luces por alguna razón lo abandonaban. Esa pequeña llama que creaba el encendedor le era tan necesario como a un adicto al cigarrillo, pero por razones por completo distintas.

Sin embargo tuvo que cortar estas reflexiones de cuajo, como si fuesen cuellos cercenados. Perder el tiempo meditando acerca del motivo que lo había impulsado a acudir a este concierto, regodearse con él, era una fanfarronería que no podía permitirse ahora, ya que vio a Joe, el rápido en la distancia. El teniente calvo, al lado de él, era una hormiga. Se camufló entre las miles de figuras que le servían de coartada y lo observó con detención.

 Lo conocía a la perfección: Joseph Resch, una mítica figura televisiva. Sabía quién era, no en vano dedicaba su programa semanal a los engendros como Alan. En definitiva, si se enteraba de que se hallaba en el concierto, todas sus intenciones se iban al garete. El instinto de ese hombre era infalible. Decían que con solo olfatear el aire al arribar a algún lugar, ya sabía si había algún psicópata agazapado entre la multitud. Es más, las autoridades solían consultarlo porque, aunque no era médium, su memoria fotográfica le permitía conocer al detalle qué se encontraba fuera de su sitio en cada escena del crimen. Entraba en la habitación donde se había producido algún acontecimiento que le pondría la piel de gallina a cualquiera y, sin amilanarse, se concentraba en cada pequeño indicio que solían obviar hasta los investigadores más experimentados: esa gota de sangre fuera de contexto, aquel cenicero en el baño y sin colillas que habían lavado con lejía, el vestido rasgado que colgaba prolijo en el closet, el arcón de la abuela con el gato dentro. ¿No sería mejor irse del maldito concierto, a las corridas, en lugar de permanecer allí y ponerse en riesgo?

—¿Cuánto falta para que empiece Calamaro, bonita? —escuchó que Joe le preguntaba a Ana y sintió que la furia lo recorría por entero, desde la punta de los dedos de los pies hasta el último cabello.

Infierno delirante: Una aventura del teniente ReschDonde viven las historias. Descúbrelo ahora