《Jimin》 «pt.1»

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»Parte 1.

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A Jimin le encantaban las conocidas flores camelias. Eso era lo esencial.
Cada día se esforzaba más y más por el jardín de su enferma madre ya que a la mujer mayor también le fascinaba, mas sin embargo, no podía encargarse ella de las plantas.

Ese día Jimin no logró obtener el dinero suficiente vendiendo los pequeños y tristes ramos de camelias de color violeta. El hombre encargado de la renta les tenía con la soga al cuello, pero nuestro protagonista no podía hacer mucho más cuando le tocaba trabajar y estudiar –muy poco o nada, en realidad– a la vez.

Los ramos, de apariencia bastante extraña, con el pasar de las horas y estar tanto tiempo bajo el sol comenzaron a marchitarse y a ponerse feos muy rápidamente a lo que poca gente se paraba a comprarle flores incluso con el cartel que había puesto diciendo que el dinero lo usaría para su moribunda madre. ¿Y su padre? Jimin no sabe nada de él desde hacía años, tampoco se atrevía a preguntar debido a que quería ahorrarle el mal trago –es decir, el pésimo recuerdo– a la mayor.

Al caer la noche y con las flores casi literalmente muertas y muy feas, corrió y corrió hasta llegar a su hogar donde su querida madre seguro lo esperaba impaciente y con un hambre feroz, ella ni siquiera podía moverse por sí sola y hace unos días no se dignaba a hablar. Jimin le preguntó con insistencia qué ocurría, si le molestaba algo o si quería algo más, pero ella se dedicó el resto del día a quedarse callada, mirando únicamente en una dirección y sin parpadear, rígida.

Una vez que llegó a su hogar –el cual estaba en una zona peligrosa y ni siquiera era tan bonito o cuidado– en su bicicleta, la aseguró con cadenas a un poste cercano para que no le fuese robada y caminó a zancadas hasta la puerta donde, una vez más cuando la abrió, se encontró con el cuerpo inmóvil de la mayor sobre el futón yacente en el suelo.

—Hola, mamá —saludó, sin obtener la misma respuesta a cambio. Se dedicó a seguir hablando para que ella le escuchara, cerrando la puerta tras sí—. Hoy no ha habido dinero suficiente, madre. Pero si esperamos dos o tres días más con las flores seguro que tendremos más clientes —intentó sonar optimista, pero seguía sin responder—. Cierto, debes de tener hambre, ¿no? Aún queda de la sopa enlatada de hace dos noches, iré a buscarla ahora mismo.

Quitándose los zapatos –ya que aún estaba de pie en la entrada– y quedando en medias, corrió sin prisa en dirección a la pequeña nevera para sacar la lata fría y a medio comer de ahí.

—Debemos esperar a que se descongele un poco, ir fuera y hacer una fogata no es una buena opción ahora mismo, es bastante tarde ya —siguió hablando, acercándose a ella y poniéndose de rodillas a su lado, tomándola de la mano, la cual se sintió a su tacto sumamente helada—. No ha hablado en un tiempo, madre, si tenía frío debió habérmelo dicho y yo le traería mi manta —se para nuevamente sobre sus pies y busca su cobija, acolchada e ideal para el frío, queriendo dársela. Cuando la encontró, entre sus falanges la abre seguido de una mueca al notar el cambio repentino de temperatura que tendría—. Esto tomará un momento, madre. Mi manta está algo fría, espero que no te importe demasiado el cambio, ayudaré a que se adapte con nuestro calor corporal acostándome junto a ti, ¿bien? —asiente para sí mismo sabiendo que no tendrá respuesta.

Hace a un lado la cobija que su madre tenía encima, y cuando lo hace, grita sin contenerse. Deja salir todo su llanto hasta quedar afónico y sentir sus cuerdas vocales desgarrarse en su garganta, hasta que el sonido no pudo salir más o no tan correctamente.

—¡Oh, Dios...! —se cubre la boca con las manos retrocediendo unos cuantos pasos hasta chocar con la pared. Siente su pecho subir y bajar y empieza a hiperventilarse.
Su corazón late duro, fuerte contra su pecho.

Jimin, el niño de las Camelias. «YoonMin» 《ThreeShot》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora