Capítulo 2

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-¿Dónde estabas, jovencita?– Madame me recibió con las manos en las caderas y el ceño fruncido.

«En casa de Lianna, lamento no habérselo dicho antes»

–¿Lianna? Llamaste perra a esa chica hace dos días.

Me golpeé la cabeza mentalmente contra un muro.

Piensa en algo rápido, Cambreen.

«Estaba equivocada. Ella es muy buena persona»
Me dieron náuseas. Lianna era toda una perra.

Madame me miró desconfiada.

–Muy bien... Pero si vas a salir durante tantas horas, necesito que me digas específicamente tu paradero y tu hora de regreso.

«Madame, tengo quince años. No debe preocuparse de mí.»

–¡Ja! Hija, aún eres una niña. Cuando seas una Mujer, dejaré de preocuparme por ti, porque tendrás un Cupido al que elegir y un niño al que cuidar. Ahí, sabrás cuidarte sola.

Fruncí el ceño. No quería pensar en eso. La sola idea me ponía enferma.

«Madame... que pasaría si... ¿no me encamo con un Cupido nunca?»

Ella me miró con ojos desorbitados.

–Por Eros, Cambreen, por supuesto que debes encamarte con un Cupido, ¡para eso están las Mujeres! Ya sean mortales o exiliadas, es un deber divino.

«¿Porqué usted no tuvo que hacerlo?»

–Pues porque a las hechiceras nos esterilizan; los Cupidos que creáramos serían abominaciones, hijos del Amor y de la Magia jamás deben procrear. Y no hay mayor pecado que el sexo por pura lujuria, ese acto es únicamente para engendrar vida.

«Yo podría ser una aprendiz de hechicera»

–No, mi niña, lo siento. Tú sabes que sólo una hija de un Cupido y un demonio es una hechicera. Deberías saberlo de memoria, a estas alturas.

Quise echarme a llorar. No había forma de evadir mi terrible futuro, ni siquiera estando metida en la Academia, pues en el ritual de encamamiento las Mujeres tenían derecho a ver el miembro viril del Cupido antes de elegirlo.
Mi disfraz no me proporcionaba un pene, sólo me quitaba el busto, endurecía mis rasgos y quitaba la delicadeza de mi cuerpo de Mujer.

Si tan sólo hubiera nacido varón...
Entonces tendría que preocuparme de completar mis estudios en vez de preocuparme de no ser vista nunca fuera del Mundo E, no tendría que estar asustada por mi elección el día del encamamiento, ni por mi futuro hijo... o hija.

Sólo de pensar en dar luz a una niña se me helaba la sangre.
Mi madre era una exiliada, hija de un Cupido y otra Mujer, lo cual la hacía de linaje puro.
Pero eso no impidió que la encarcelaran el día en que se aprobó la ley que castigaría a las Mujeres que dieran luz a una niña, y tampoco me ayudaría a mí si eso llegara a pasar.
Me mordí el labio.

Mi madre, según Madame, había sido una Mujer hermosa, de cabello rubio platinado, ojos celestes y piel nívea. Se llamaba Denisse, y había hecho todo lo posible para mantenerme con vida.
Me amaba, y yo la amaba a ella aunque tuviera sólo un vago recuerdo suyo en mi memoria.
Era ella, besando mi frente y susurrando mi nombre.

Cambreen.

Una lágrima amenazó con salir. Siempre que pensaba en mamá, me dolía el corazón. Y me llenaba de odio hacia los Jueces, aquellos que hacían las leyes y espiaban a todos, sedientos de sangre.

Me golpeé a mi misma en la cara, recordando que tenía que hacer deberes.
Casi lo había olvidado por completo.

Vamos a ver, ¿"Secciones de la Constitución"? Ugh. Necesitaré una copia de esos papeles si quiero responder todo correctamente.

******

Luego de horas respondiendo, decidí tomarme un merecido descanso.
Me recosté en la cama, aún con la Constitución en la mano, y cerré los ojos.

Me sentí envuelta por algo frío. Asustada, abrí los ojos, con el corazón en la garganta. No había nada. Apreté el libro contra mi pecho como si fuera un escudo, y cerré los ojos nuevamente.

Volví a sentir el frío, pero lo que me hizo tiritar fue esa voz.

Cambreen.

Su voz.

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⏰ Última actualización: Dec 13, 2015 ⏰

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