Portadora de una espada en forma de media luna, Diana es una guerrera de los Lunari, una fe rechazada en casi todas las tierras a los pies del monte Targon. Ataviada con una armadura reluciente del color de la nieve una noche de invierno, es la personificación del poder de la luna plateada. Imbuida de la esencia de una presencia de más allá de la elevada cima de Targon, Diana ya no es humana en su totalidad y lucha por descubrir su poder y propósito en este mundo.
Diana nació cuando sus padres se refugiaban de una tormenta en las despiadadas laderas del monte Targon. Viajaban desde tierras lejanas, atraídos por sueños sobre una montaña que nunca habían visto y por la promesa de la revelación. El agotamiento y las tormentas de viento cegadoras los abrumaban en las laderas orientales de la montaña, y allí, bajo la luz de la fría e inmisericorde luna, Diana llegó al mundo a la vez que su madre se despedía de él.
Unos cazadores del cercano templo de los Solari la encontraron al día siguiente cuando la tormenta había amainado y el sol había alcanzado su cenit. Estaba envuelta en piel de oso y acurrucada en los brazos de su padre muerto. La llevaron al templo, donde se presentó a la niña huérfana al sol y se le puso el nombre de Diana. La niña con el pelo azabache fue criada como una Solari, una fe que predominaba en las tierras del monte Targon. Diana se convirtió en una iniciada y la enseñaron a venerar al sol en todos sus aspectos. Aprendió las leyendas del sol y entrenó a diario con los Ra-Horak, los guerreros templarios de los Solari.
Los ancianos Solari le enseñaron que toda vida provenía del sol, y que la luz de la luna era falsa, ya que no proporcionaba sustento y creaba sombras en las que únicamente las criaturas de la oscuridad encontraban asilo. No obstante, Diana encontraba la luz de la luna fascinante y bella, de un modo que el sol abrasador que resplandecía sobre la montaña nunca podría igualar. La joven se despertaba todas las noches tras soñar que escalaba la montaña y se alejaba de los dormitorios de los iniciados para poder recoger las flores que se abren de noche y observar cómo los frescos manantiales se volvían plateados a la luz de la luna.
A medida que pasaron los años, Diana se sentía en desacuerdo con los ancianos y sus enseñanzas. No podía evitar cuestionarse todo lo que le enseñaban. Siempre sospechaba que había algo más que no se mencionaba en las lecciones, como si todas aquellas enseñanzas fueran incompletas de forma consciente. La sensación de aislamiento de Diana fue creciendo con los años, ya que sus amigos de la infancia se distanciaron de aquella chica mordaz e impertinente que no terminaba de encajar. Por las noches, mientras contemplaba cómo la luna plateada se alzaba por encima de la inalcanzable cumbre, se sentía cada vez más como una marginada. El deseo de escalar las faldas de la montaña era como un picor que nunca se iba, pero todo lo que le habían enseñado desde su nacimiento le advertía que la montaña se cobraría algo más que su vida si alguna vez llegaba a intentarlo. Solo los más valientes y capaces se atrevían a una subida semejante. Con cada día que pasaba, Diana se sentía más sola y más segura de que había algún aspecto esencial de su vida que no quedaba satisfecho.
Su primera pista de lo que podría acontecer ocurrió cuando barría la biblioteca del templo como castigo por discutir con uno de los ancianos. Un destello de luz detrás de una estantería combada atrajo la mirada de Diana, que, después de investigar, descubrió las páginas medio quemadas de un antiguo manuscrito. Diana cogió las páginas y las leyó esa misma noche bajo la luna llena, y aquello que leyó abrió una puerta en su alma.
Diana supo de un grupo casi extinto conocido como los Lunari, cuya fe veía la luna como una fuente de vida y de equilibrio. Por lo que Diana pudo deducir del libro incompleto, los Lunari manifestaban que el ciclo eterno (día y noche, sol y luna) era esencial para la armonía del universo. Esto supuso una revelación para la chica de pelo azabache. Cuando miró más allá de los muros del templo iluminados por la luna, vio a una anciana envuelta en un manto de piel de oso caminando fatigosamente por el largo camino que llevaba a la cima de la montaña. La mujer iba tambaleándose. Se apoyaba en un bastón tallado en madera de sauce para mantenerse en pie. Vio a Diana y le pidió ayuda. Le dijo que tenía que alcanzar lo alto de la montaña antes de que llegase la mañana; una ambición que Diana sabía que era del todo imposible.