Capitulo cinco

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Había pasado una semana desde que estuve en la casa de Elliot. Había superado aquella estúpida enfermedad y estaba de vuelta a la normalidad, aunque había tomado mucha más distancia de Elliot como medida de seguridad. No por miedo ni porque me sintiera avergonzada o intimidada, sino porque había estado muy sensible en aquellos días y mi humor era más volátil que de costumbre.

Aquella mañana estaba esencialmente furioso, sabría Dios por qué razón. Pero, no le molesté. Quería evitar que me hiriera como lo había hecho antes y empezar una nueva pelea donde yo pagaría las consecuencias.

—Violeta —me dijo cuando limpiaba las mesas—, ¿De qué forma tengo que pedirte que te deshagas de ese horrendo gorro?

—¡Es mi gorro y no me lo voy a quitar!—desafié ni siquiera molestándome en mirarlo—. Está en mi cabeza por una razón y allí se quedará, aunque no te guste.

Pude sentir su mirada fiera en mi espalda, pero no me importó. Sólo estaba tratando de hacerme enojar, pero no le daría ese gusto. Sabía que mi actitud podía verse como si quisiera provocarle y, quizás pudiera explotar de rabia ante mi rebeldía. Pero no dejaría que él ni nadie me dijera lo que tenía o no que hacer. Yo podía vestir y usar lo que quisiera.

Además, él había dicho que yo era sólo la empleada que le divertía en su aburrido trabajo. Sería para mí un placer evitar ser su bufón. Aunque eso significaría tener una de las tantas peleas que se habían formulado desde que nos conocimos.

Cada cinco minutos estaba enviándome a hacer algo mientras resistía las ganas de mandarlo todo al escusado. Era casi imposible no pensar en asesinarlo. Llegué al punto de sentir la necesidad de arrancarle la cabeza de su cuello cuando me envió a limpiar una mesa más de tres veces.

En serio se estaba esforzando demasiado para hacerme rabiar. La cuarta vez que me ordenó hacerlo, estaba tan harta que le arrojé el delantal al rostro y le dije que lo hiciera él.

Aquello lo hizo explotar.

—¡Para eso te pago! —bramó dirigiéndose a mí y tirándome de vuelta el delantal al rostro—. ¡Hazlo!

—No —dije desafiante pero en tono apacible. Él estaba de pie justo frente a mí con el rostro rojo, las cejas muy juntas y la expresión de chico malo que tanto le gustaba adoptar.

—Violeta, no pruebes mi paciencia —me advirtió claramente enojado.

—Ya lo he hecho tres veces, no insistas con ello.

Intenté irme y dejarlo allí, pero sujetó mi brazo con fuerza impidiéndome la retirada.

—¿Crees que no puedo despedirte? ¿En serio piensas que puedes hablarme de esa manera? ¡Soy el dueño de esto!

—Suéltame, Elliot —le pedí intentando deshacerme de su agarre.

—Haz lo que te ordeno y limpia la mesa.

—¡Esta limpia! -estallé.

— ¡Basta! —intervino Flor quien deshizo el fuerte agarre de Elliot y nos separó—. Ambos parecéis unos niñitos. Elliot, la mesa se ha limpiado tres veces. ¿No crees que ya es suficiente? Y violeta, no puedes hablarle como se te antoje, Elliot es tu jefe.

—Un jefe de la m...

—¡Violeta! —me volvió a reprender Flor enojada.

—Es inmadura y grosera, no sé cómo mi padre aún te mantiene como empleada.

—Por que no tiene el cerebro en el c...

—¡Dije basta, Violeta! —intervino Flor por tercera vez.

La rebelde y el guapo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora