Valentín aprendió a cocinar para poder seguir invitándome a comer los domingos en su casa. Tras la falta de esperanza, su única mujer, tuvo que reorganizar su vida y comenzó a realizar tareas que hasta aquel momento no hacia en su rutina. Empezó a plancharse las camisas y a cocinar platos. Su vida se volvió más triste sin mamá.
Había visto a Lucas en alguna ocasión por el barrio, pero nunca antes había tenido la oportunidad de hablar con él. Desconozco el motivo, pero aquel día me interrumpió en mi paseo con Mía para preguntarme por la raza de la que era una cachorra.
Me dijo que quería tener un perro, pero no sabía de que raza, puesto que no era un experto del tema. Me gustó que asumiera que no sabia del tema. En aquel momento de mi vida lo habitual era encontrarme con personas que sabían de todo.
Con Mía como excusa; así comenzó nuestra charla, que derivó en una profunda conversación acerca de la vida y, sobre todo, de la muerte. Es curioso porque fue él quien sacó el tema, y no porque le angustiara -según me explico-, sino más bien todo lo contrario. Con un discurso sólo quiso transmitirme una realidad: Vamos a morir todos.
Lucas no entendía y no le entraba en la cabeza que huyéramos de la única cuestión que nos iba a acompañar toda la vida hasta su victoria final: la muerte.
Y ahora que estoy a un paso de ella, que noto como me desangro, que la baja temperatura corporal me provoca espasmos en ciertas partes del cuerpo que no logro ubicar ni identificar, ahora he recordado al viejo Lucas y, lo reconozco, tengo miedo a morir.
Siempre he sido muy miedosa. Tuve miedos desde niña. A tener pesadillas, a suspender, a hacerme mayor, a ser rara, a volverme loca, a gustar y a no gustar, a que me quisieran y a que no, a la vida y a la muerte.
Tuve miedo, incluso, a dejar de tener miedos. Pero ahora es distinto. Por primera vez, el miedo es real. Puedo morir. Puedo morirme yo. Es más es posible que ya lo esté y no lo sepa porque nunca lo he estado antes. ¿Quien dice que esto no es estar muerto? Nadie ha venido de la otra vida a explicarnos el camino de vuelta, que quizá sea este en el que me encuentro.
En aquella conversación que me marcó para siempre el sabio Lucas me clavó la mirada, me observo con sus vivos ojos y me dijo:
Lucas: - Que disfrutes intensamente de la vida porque tienes un número limitado de cosas por hacer y decir, de tazas de café que tomarte y de copas de vino -explicó-. Nada es eterno y tú tampoco. No eres tan especial. Créeme.Laura: -¿Es ése motivo por el que la sonrisa se nos va borrando del rostro a medida que pasan los años?-
Lucas: -Ay, pequeña, envejece peor la mirada que la sonrisa. Observa a cualquier abuelo que veas pasar; da igual su genética o que los años hayan respetado más o menos su piel. Únicamente fíjate en su mirada: ahí está su edad.
Laura: - Entiendo lo que quieres decir, Lucas, pero debe de resultar complicado mantener una mirada cuando todo lo que viene por delante en la vida es peor.
Lucas: -¿Peor? ¿Eso quién lo dice?
Mira, Laura, la vida es como es. Las reglas del juego nos vienen dadas desde el primer mes de enero. Ésta es la partida que te ha tocado jugar. Éstas son tus cartas y no importa si las reglas son injustas: va a dar igual. Así que te daré un consejo: acepta la vida como viene. Con los momentos felicidad y de desgarro. Con la enfermedad y el placer. Acepta la vida: con el sufrimiento y las alegrías.Laura: - Te refieres a aceptar la vida con su muerte, ¿verdad?
Lucas: - ¡También! Tenemos la responsabilidad y la obligación de vivir disfrutando de cada momento, porque es irrepetible. Cada segundo que pasa es irrepetible. Espero que seas consciente de ello, Laura. Me despierta mucha curiosidad los jóvenes que pierden el tiempo porque creen que es una fuente inagotable.
Laura: -Pero ¿crees que es un problema solo de jóvenes? ¿ Y si los que dejan pasar el tiempo son viejos?
Lucas: - Entonces es que son tontos. Una persona que ha tenido toda una vida para aprender y es incapaz de disfrutar al máximo de ese preciado tesoro es que no quiere hacerlo. O no esa capaz. ¡ peor para ella! No dejes que la años te pasen por encima, Laura. Sácales tú todo el jugo y bébete la vida.
Con Lucas en la mente y un dolor insoportable, pienso en las personas que me llorarían sii partida terminara aquí. Aquellas que se entristecerían con mi perdida. Las lágrimas sinceras. El vacío que queda cuando alguien a quien quieres de verdad se va para siempre.
¿Quién echaría de menos mi voz? ¿Quién tardaría más tiempo en olvidarse de mi?
Cuando falleció mi abuela dormí con su peine en la mesita de noche durante meses. Su olor se iba lentamente con el paso de los días, como su imagen en mi recuerdo, así que coloqué una foto junto a su peine y cada noche besaba la foto y rociaba con un perfumador las púas del peine, como ella en los últimos tiempos. La colonia era de granel, sencilla y fresca. Inconfundible, como ella.Cierro los ojos y oigo unas sirenas a lo lejos. La voz se un hombre intenta calmarme, pero no tengo fuerzas para contestarle ni apenas para respirar.
El aliento entrecortado, mi vientres intentando buscar espacio para expandirse, mi lengua buscando un poco de e humedad en este ambiente.
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Olvide decirte te quiero
RomanceTras sufrir un terrible accidente de coche, en la difusa linea que separa la vida de la muerte, a Laura se le aparecen todas las palabras que se quedaron sin decir: palabras de amor, de perdón, de amistad, de reconocimiento.....Por su mente desfilar...