Toska. La historia de un alma rota.

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Está amaneciendo, sin embargo no asoma un solo rayo de sol: las nubes grises y oscuras cubren el cielo y de ellas cae una espesa lluvia que golpea el cristal con fuerza. Me separo de la ventana y echo un vistazo a la habitación: Óscar sigue durmiendo, su pecho sube y baja lentamente. Así, dormido, aún parece el hombre del que me enamoré.

Salgo de la habitación y me asomo a la puerta del dormitorio contiguo para asegurarme de que Erick aún duerme. Me acerco, le doy un beso en la mejilla y me quedo contemplándolo. Sin poder evitarlo, se me derrama una lágrima sobre su rostro y se despierta.


– ¿Mamá? –susurra.


Me doy la vuelta rápidamente y voy hacia la puerta.


– No quería despertarte, sólo quería saber si aún dormías. Descansa. –digo, antes de cerrar la puerta.


Me dirijo hacia el cuarto de baño, me desvisto y entro en la ducha. El agua sale fría y se clava como agujas en mi piel. Pero no me importa: me recuerda que aún siento, que aún sigo viva. Salgo y me envuelvo en la toalla.

El espejo me devuelve el reflejo de una mujer de treinta años irremediablemente envejecida, magullada, cansada. Recojo el pelo castaño que cae de forma irregular por la espalda en un moño, cojo las pinturas y comienzo a maquillar las zonas inflamadas y moradas, ocultando la realidad en la que me encuentro presa.

Me quedo mirando al espejo, perdida en mi reflejo. Entonces escucho cómo la puerta de mi habitación se abre y no puedo evitar sobresaltarme cuando oigo los pasos que se dirijen hacia el baño y veo cómo se gira el pomo de la puerta.

Óscar entra, se acerca y me abraza por detrás. Hace presión contra mi muslo y me da un beso en el cuello, sobre uno de los moratones. Comienza a pasar las manos por todo mi cuerpo y no puedo evitar tensarme.


– ¿Cómo te has levantado hoy, cariño? –me susurra al oído.


«Rota y asustada, pero viva.», quiero responderle.


– Algo dolorida y cansada, pero se me pasará. –le respondo.


– Sé que no debí haberme enfadado tanto, pero llegué cansado de trabajar y hambriento, y no me gustó que aún no tuvieras la cena preparada.


«Hambriento..., y borracho», pienso.


– Lo sé, no te preocupes.


Se da la vuelta y se mete en la ducha. Me propone entrar con él, a lo que le respondo que ya me he duchado y maquillado.


– Además, tengo que haceros el desayuno –le digo, para intentar convencerlo de que me deje ir.


– Que lo haga el niño, que ya tiene edad suficiente. Además, así te maquillas otra vez que no me gusta como estás ahora.


Dicho esto, me tira de la muñeca y me arrastra a la ducha. Comienza a besarme de nuevo y me aprieta contra la pared. Sus besos van descendiendo, y pese a que intento resistirme, comprendo que será mejor dejarme hacer. Las lágrimas que irremediablemente recorren mi rostro se confunden con el agua de la ducha, y mi llanto con el de sus suspiros apagados en mi oído.

Toska. La historia de un alma rota. (Javier Becerril)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora