Sonó el despertador. Genial. Otro día sin sentido en la vida sin sentido de un idiota sin sentido. Encorvado, a paso ligero se dirige al espejo de su cuarto de baño. Se mira. Donde antes relucían unos brillantes ojos, ahora solo quedan dos esferas apagadas que esperan el momento de ser cerradas por la eternidas, adornadas por unas ojeras que gritan socorro, algo de ayuda para una persona solitaria. Se lava. Se peina. Se viste. Y lo más difícil: se dibuja una sonrisa. Bueno, disimularla es fácil; lo difícil es aguantarla. Total, lo ha estado entrenando. Una persona sola no tiene nunca nada que hacer.
Antes de salir de casa, reprimió una grieta que podría haber ocasionado un desbordamiento. Cada vez le costaba menos, cada vez era más normal no mostrar sus sentimientos, cada vez era más normal mostrar una máscara, una sonrisa de cristal.
Decidido, se secó los ojos, se levantó la capucha y salió de casa, a enfrentarse a un nuevo día.