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—¡Isabella! ¡Baja en este instante!
Gritó mi madre furiosa desde abajo del árbol.

Con una pereza enorme me até mi cabello en una coleta baja. Mi trasero estaba sobre la rama gruesa del pino que había escalado, mi padre estaba en otro pino casi llegando a la cima, solté un quejido al verlo llegar a la cima y por ende, ganar. Tuve que rendirme y comenzar a bajar del pino para esperar la regañada de mi madre por hacer algo tan peligroso.

Mis padres y yo venimos al bosque para poder pasar un tiempo en familia, pero acabamos jugando con mi padre. Mi madre no estaba muy contenta con eso, ella siempre dice que los juegos de mi madre son muy rudos para una chica como yo, normal, quiero decir. Hasta que no haya tenido mi primera transformación no tenía el derecho de jugar con Papá.

—Algún día de estos ustedes dos me van matar de un enojo. —Mamá tenía ambas manos en sus caderas, dándole esa pose autoritaria que a su esposo y yo como su hija, tememos.

—¡Pero qué dices mujer! —Papá salto al bajar del pino, quedando en cuclillas en el suelo, donde mi madre aprovecho para darle un zape—. ¡Ay! ¡Eso dolió mujer!

—Vamos. Es hora de comer.
No nos prestó mayor atención, giro en su eje e inicio el camino de regreso a casa. Sus oídos escuchaban nuestros pasos, así que no perdí la oportunidad de burlarme de mi padre sacando mi lengua, el imito mi gesto.

Mi madre -Elizabeth Miller-, es una hermosa mujer de cabellos castaños oscuros y hermosos ojos azules. Desde que tengo memoria ellos han sido así, dándose amor de maneras tan peculiares. Mi padre -Stive Miller-, un hombre de casi cuarenta años, cabello azabache y hermosos ojos mieles. Ambos viven felices con su hija única. Ósea yo, Isabela Miller, una chica de cabellos azabache, ojos mieles y una piel tostada.

Probablemente ellos dos me tuvieron por error, no he visto índices a que deseen otro hijo desde que tengo uso de razón. Les pedía de pequeña un hermano y nunca pude tenerlo, ellos decían que no era momento y hace seis años deje de insistir. Ahora tengo 18.

—Cariño —Habló mi padre—, Eli, cielo... ¿Sigues enojada? —Escuche un gruñido animal que me erizó la piel y a mi padre lo hizo retroceder—. Tomare eso como un sí.

—No la hagas enojar más...
Susurre lo más bajo que pude, pero esa mujer tiene oído supersónico, nos lanzó una mirada de reojo matadora.

—Hoy lavare la bajilla. —Comento abatido.

Es claro que sí. Mamá no deja escapar a nadie cuando se enoja, varias veces hemos lavado los platos para las horas de la comida, cosa que odiamos más que nada. No entiendo por qué, pero es una pereza del tamaño de un tanque.

—Mis condolencias Papá.

Era media tarde, llegamos rápido a casa, estaba cerca del bosque así que no era muy complicado llegar cuando conocías el camino. Mamá entro a la casa y Papá la siguió para contentarla y así no lavar la bajilla por una semana, pero eso solo le aumentara la condena. Lo sé porque también lo intente una vez.

Pase de largo de la cocina donde mama servía la comida, papa la seguía como cachorro regañado. Seguí hasta subir las cortas escaleras y poder entrar a mi habitación, tenía tarea que terminar y hambre no tenía. De paso Stive se salvaba de lavar dos trastes más.

—¡Isa ¿Te sirvo de comer?!

—¡No Mamá!

Cerré la puerta de mi habitación, me senté en mi silla junto al escritorio y abrí mis libros para hacer mi reporte sobre la diferencia entre los brujos y los hechiceros. Cosa que me llevo casi toda la tarde.

Mis padres no lo saben, pero a veces en la escuela me molestan por ser hija de un Beta guardián de frontera común y corriente enlazado a una Delta que posiblemente sea la más fuerte de la manada, pero por retirarse de la guardia del Alfa y casarse con su destinado le quitaron el título y ahora vive como una mujer común de esta manada. Una más del montón.

✔ SEMIDIOSA HIJA DE LA LUNA © [ENBUENOVELA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora