[Nueve]

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Conduzco con los nudillos blancos, haciendo sonar la bocina con la urgencia de casi cruzar la ciudad en busca de mi novia.

El corazón parece querer salir de mi pecho, las luces de los autos logran irritarme y aún más las luces en rojo de los semáforos.

Su madre, Lori, sonaba bastante preocupada. Mi mente bloquea partes de la llamada, queriendo que sea mentira lo que he escuchado al otro lado de la línea, pero es 15 de noviembre.

En este día, los deseos no se cumplen.

Hace tres años, el padre de Shailene dejó este mundo, prometiendo a su hija regresar para prepararle un pastel de cumpleaños. No se supo nada de él hasta el día siguiente.

Muerto. En carretera.

Shailene sumida en la depresión y la culpa comenzó con el consumo de antidepresivos; al "no notar mejoría" (sus palabras) optó por un par de botellas de alcohol.

Día tras día se encontraba en estado total de ebriedad, algunos días eran horribles. Otros, se conformaba con un par de tragos; entre su hermano y yo le buscamos ayuda, internándola en un centro de rehabilitación.

Funcionó y, a los siete meses, saliendo de ahí se lanzó a mis brazos entre lágrimas de arrepentimiento por todo lo que había hecho, por todo lo que había dicho.

Hoy se cumple el cuarto año del fallecimiento de quien fue su ídolo, aquel que la inspiró a estudiar arquitectura. Terminando la carrera consiguió trabajo cerca de la universidad, me alegré por ella y le aseguré que la visitaría seguido.

La relación a distancia había servido bastante, pero en circunstancias así, con la lluvia golpeando mi parabrisas y el cumpleaños de mi novia agotándose con cada minuto (al igual que su estabilidad emocional, al parecer) entrada en estado de desesperación total.

Entro a la calle principal en la que vive mi novia. Frente al imponente edificio el gran parque central se abre paso entre tonos cafés y naranjas y lo primero que noto es que el apartamento de Shailene tiene las cortinas corridas: nunca las cierra.

— Maldición.

Estaciono enfrente, bajando con las llaves en la mano, ni siquiera sé si me detengo a colocarle la alarma, pero en cuanto entro al vestíbulo el portero me saluda extendiendo una mano, regreso el gesto y subo los escalones de dos en dos, mi teléfono vibra dentro de mi saco y lo tomo lo más rápido al ver el nombre de mi suegra iluminar la pantalla.

— Voy llegando.

Lori suspira, su respiración cortándose. Shailene le había dicho que estaría en casa por su cumpleaños a pesar de que odiaba estar acompañada ese día, sin embargo, nunca llegó: las llamadas no entraban ni al teléfono fijo ni a su celular.

— Gracias, Theo, por favor márcame en cuanto la tengas contigo, necesito saber que está bien.

— Yo te aviso, Lori, mantén la calma. — cuelgo y llego frente a la puerta de Shailene, respiro hondo y busco la llave indicada para insertarla en la cerradura y abrir la puerta de poco a poco.

Todo está inundado en penumbras, la única luz que llega es la que otorga la avenida y el rayo que se abre paso desde el pasillo. Entro de manera sigilosa, pero mis pies crujen ante lo que parece ser cristal. Cierro la puerta de golpe, mi pulso disparándose a velocidad luz en cuanto noto el suelo lleno de pequeños cristales, agua y restos del teléfono fijo.

— ¡Shailene!

La llamo, mandando al diablo la tranquilidad que intentaba mantener, pero en cuanto me adentro en el lugar noto de todo menos tranquilidad.

Pequeñas dosis de amor • Sheo • One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora