▫ [5.] Promesas ▫

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Incluso en el momento en que dejó escapar su último aliento, Shouto pensaba en Izuku.

Sus amigos le habían dicho que aquello era inútil, que ese tipo jamás regresaría. Que le habían hecho una promesa vacía, cruel, porque Izuku no había sido capaz de cumplir con ella.

Durante todos esos años, a Shouto le habían pedido que continuara con su vida. Que no perdiera su tiempo esperando a alguien que obviamente no regresaría. A sus ojos, no valía la pena pasar el resto de su vida solo, que merecía contar con la compañía de alguien que fuera cariñoso con él y lo tratara como merecía.

Shouto no pensaba de esa manera, en absoluto. Si bien había dudado, en un par de ocasiones, como cualquier ser humano con temores e inseguridades, las dudas siempre habían desaparecido rápidamente. Se esfumaban como el humo del cigarrillo de las cortesanas que jamás fueron un alivio suficiente para su corazón. Y aunque él sólo terminaba en esos parajes para calmar el dolor y soledad que su corazón clamaba, nunca se había sentido necesitado de buscar consuelo en el cuerpo de alguien más. Porque Izuku lo había arruinado incluso en ese sentido.

Shouto a veces se reía de sí mismo. Se burlaba de la persona en que se había convertido, alguien tan ingenuo que prefería aferrarse a la esperanza en lugar de aceptar lo razonable. A la fe que nunca lo abandonó y siempre lo hizo creer que Izuku volvería.

Pero olvidar a Izuku era algo que simplemente no podía. Incluso respirar hacia que lo recordara. La forma en que su cabello olía después de un baño, cómo le sonreía de esa manera picara en las noches que se escabulló a su casa. Con el corazón latiendo ante cada chirrido de la madera, las respiraciones agitadas y la ropa que caía haciendo un camino que reflejaba sus secretos. Sus pecados, porque amar a un hombre de la forma en que Shouto amaba a Midoriya debería considerarse pecado. Algo prohibido para la estabilidad mental y física de cualquier ser humano.

Shouto no se lo recomendaría a nadie, pero se alegraría en silencio.

Porque a pesar de que lo suyo había sido corto, Shouto por primera vez se había sentido realizado, vivo. Su relación no había iniciado como nada más que encuentros fortuitos y besos llenos de pasión desenfrenada; y sin embargo, se convirtió en todo.

Izuku se convirtió en la persona sin la cual no podía imaginar su casa. La persona que lo escuchó y consoló en cada una de las ocasiones que Shouto se derrumbó. Como cuando su padre partió a mejor vida, como cuando su madre se sumió en la tristeza. Como cuando sus hermanos tuvieron que ir a la guerra.

Lo suyo supuestamente había nacido sólo como algo carnal, pero terminó siendo mucho más que eso.

Izuku le había mostrado la bondad que existía en cada persona. La fe que podías depositar en los amigos que recibían tus golpes sin defenderse si con eso lograbas descargar tu furia, pero que también te los devolvían por ser tan capullo.

Izuku también le enseñó el arte de escuchar. Escuchar de verdad, con el corazón, como cuando un alma gritaba por ayuda y era tu deber ayudarlo.

—¿Por qué siempre quieres salvar a todos? A ese ni lo conoces —le había reclamado en una ocasión, y Midoriya había respondido todo fresco.

—¡Y yo que sé, Shou-chan! ¡Mi cuerpo se mueve por sí solo!

Lo había golpeado por imbécil, pero terminó besándole hasta que ya no sintió los labios, con el corazón pesado por la emoción.

Sin embargo, había sido esa cualidad la que terminó separándolos al final. Shouto tenía sentimientos encontrados al respecto, porque amaba y odiaba esa característica en Izuku. Esa bondad que lo hacía quien era, que lo definía como la persona de la que se había enamorado; pero que también, había sido más fuerte que el amor que le tenía a Shouto.

Izuku también le había enseñado eso. El dolor de un adiós velado por caricias dolorosas, furiosas. Su penúltima noche juntos había estado llena de reproche, de un corazón que se llenaba de miedo y lo volvía más y más egoísta.

Shouto no podía negarlo, habría deseado que Izuku lo escogiera por sobre todas las cosas. Siempre, sin ninguna excusa ni duda. Incluso por sobre su vocación de salvar y curar a las personas.

Pero de haber sido así, Shouto sabía que lo suyo se habría convertido en algo tóxico. Seres enfermizos que no podían vivir sin el otro, como una peste que te obligaba a modificarte y a renunciar en las cosas que creías.

Esa había sido la última lección que le había dado Izuku, la definitiva. Shouto había tenido que aprender que había vida sin Izuku. Que él también tenía que buscar en su corazón y recordar las otras cosas que amaba y que lo definían como persona. Como la medicina lo hacía con Izuku, como el arte hizo con Shouto.

Su deseo de expresar su amor y lo que le hacía sentir, había hecho que Shouto volcara su alma en distintos lienzos, cada uno de ellos llamando a su amor. Donde quiera que estuviera, Shouto siempre pintó pensando en Izuku, pero todavía siendo capaz de respirar sin él.

Con su vocación, Shouto había viajado por el mundo. Por fin se había decido a dejar los grilletes que lo ataban a una vida sin chiste dentro de un hogar acomodado, para terminar conociendo todo lo que la vida le deparaba, con sus buenas y malas caras.

Shouto había comprendido lo que era la felicidad, la había palpado con sus manos y había dejado de sentirse una mariposa enjaulada. Cumplió con sus sueños, pero siguió amando a Izuku.

Y quizás había sido por su amor, porque estaban conectados de formas que ni ellos entendían del todo, que se encontraron por última vez. De pasada, por decisión del destino, se encontraron y se hicieron uno de nuevo.

Izuku había sonreído contento cuando Shouto le comentó con alegría que había cumplido sus sueños, que era un gran pintor. A quien no contratabas por fama, sino por la dedicación y cariño que él empleaba al inmortalizar momentos mágicos. Ese tipo de momentos que deseabas que no terminaran jamás.

Por su lado, el chico de rizos verdes también le comentó sobre su vida en el campo de batalla, aunque su historia sonó algo más melancólica. Teñida de tristeza, porque Izuku había odiado la idea de no poder salvar a todos, de no ser suficiente.

Cuando Shouto vio la determinación de Izuku en sus ojos ardientes, supo que su tiempo de estar juntos todavía no había llegado. Izuku no se sentía satisfecho, no podría vivir con la idea de que pudo salvar a alguien más y no lo hizo.

—Vuelve. Cuando la guerra termine, vuelve a mí por favor —le suplicó quedamente, con el aliento chocando contra las orejas y cabellos de Izuku. Sus manos deslizándose nuevamente por su cuerpo.

—Lo haré —le había dicho entre beso y beso, con una sonrisa inundada en lágrimas—. Lo prometo.

Aquella noche, Shouto se empeñó en dejar una marca en Izuku. Un indicio que siempre le recordaría la promesa que ambos se estaban haciendo, él de regresar, y Shouto de esperar por siempre. Dejó que su alma invadiera la esencia de Izuku, y los unió por un lazo invisible.

Pero pasaron los años, e Izuku nunca regresó.

Y sin embargo, antes de que el cegador se llevara su vida a un terreno más allá del físico, Shouto supo que Izuku no había roto su promesa.



*-*-*-*-*




—Intenté volver, pero no pude. Lo siento, lo siento mucho, Sho-chan —sollozó Izuku, con la frente pegada a su pecho y las manos arrugando la tela que cubría su torso.

Shouto no podía empezar a describir sus emociones. Ni tampoco la razón por la que las palabras no salían. Pero para no ahogarse con su amor, para no llorar de felicidad, le regaló una sonrisa temblorosa.

—Volviste —suspiró en su oído, como la última vez que se habían visto. La vida había pasado y aún sin Midoriya, Shouto había sido feliz. Pero no tanto como lo era allí, porque por fin estaba completo—. Te tardaste un poco, pero estás aquí.

Compartieron una sonrisa, una pequeña carcajada de estupefacción porque no podían creer que estuvieran juntos por fin.

Pero lo harían, en cada una de sus vidas.

Midoriya tomó una de sus manos, y ya no la soltó.




Por los caminos que me llevaron hacia ti [TodoDeku Week 2018]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora