Eigengrau

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Balt caminaba de un lado a otro de la habitación mientras se mordía las uñas, siempre se ponía nervioso

-Todo va a salir bien, tiene que salir bien-suplicaba para sus adentros

Su celular sonó sobresaltandolo y casi grito

-¿si?-

-¿cariño?-escuchó

-ya te dije que no me llames así, ¿que pasó?-

-asunto arreglado-dijo ella con su típica voz melodiosa y colgó

Balt se tiró sobre la cama y dio un suspiro de alivio; nunca antes una chica le había costado tanto trabajo, se puso un cojín sobre la cara recordando el día que la conoció.

El estaba leyendo en una pequeña cafetería y entonces ella entro con una mochila y un montón de papeles en la mano y lo único en lo que el podía pensar era en Annabel Lee.

Ella era la Annabel Lee que su mente había creado cuando leyó el poema hace casi treinta años. Ese día supo que era la indicada.

Hablar con ella no fue complicado, el sabía que tenía encanto y si a eso se sumaba su vasta experiencia entonces era casi imposible rechazarlo. Lydia era su nombre, tenía una enorme sonrisa y los ojos del azul del cielo.

Ella lo invito a verla tocar el piano y el casi lloro al escuchar la hermosa melodía. La vida la seguía animada y el, como siempre sucedía, se llenaba de melancolía pero tenía una fuerte responsabilidad, más fuerte que el y que cualquier vida en la tierra.

Recordó el primer beso que le dio y sospechaba recordaría para siempre; ambos caminaban tomados de la mano, el brillo de la luna hacia que su cabello rubio palideciera aún más y entonces el tomo su rostro entre sus dedos y la beso sabiendo que ese sería su último beso.

Lo demás fue sencillo, en el camino al cine se desvió hacia el almacén abandonado donde ella los esperaba a ambos. Ella no sospecho, ni siquiera cuando sintió que algo más estaba ahí ella jamás sospecho de el.

Apareció primero como una pequeña sombra en la esquina y fue creciendo con la oscuridad de la noche y entonces las paredes ya no la detuvieron, Lydia grito de terror pero ya no había nada que pudiera hacer, escucho el dolor de su alma al ser succionada por ese monstruo hambriento y feroz. El derramo una lágrima por ella y se fue a casa antes de que todo terminara.

La puerta se abrió y el se quitó el cojín de la cara, ella estaba ahí y parecía casi febril. Tenía el cabello largo y negro mojado, las mejillas rosadas y sus labios rojos resaltaban aún más sobre su piel blanca, era hermosa como siempre lo había sido y lo único que delataba su verdadera naturaleza eran sus ojos, profundos y oscuros como la misma noche.

-tus ojos- dijo el levantándose lentamente, había estado lloviendo y el no se había dado cuenta

-no te preocupes para mañana tendrán el color de los de la preciosa Lydia-dijo con una sonrisa- tal vez deberíamos ir a las montañas, odio el aire de ciudad-

-suena bien-dijo Balt acercándose para poder verla mejor. Era perfecta e imposible de dejar de admirar, el la amaba tanto como la odiaba.

Ahora estaba aquí y el podía quedarse ensimismado viendo las curvas de sus pestañas y sintiendo el firme pulso de su corazón. Algún día todo eso volvería a desaparecer y el tendría que buscar otra chica como Lydia; lo hacia por mucho más que el simple hecho de que el moriría si ella moría, lo hacia por que a pesar de todo el dolor, la ira y la repulsión el siempre la amaría.

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