Capítulo VII: Estúpido encontronazo

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"Por el sufrimiento han surgido las almas más fuertes. Las personalidades más enormes están marcadas con cicatrices." — Khalil Gibran.

No había nada más placentero que pasar los apuntes a limpio. Cogí mi subrayador rosa pastel y escribí el título en cursiva. Estudiar medicina no significaba que tu letra se volviera horrible e imposible de leer, la mía era perfecta. Literal, había ganado varios concursos de caligrafía.

— Mierda.

Me había saltado una palabra. Rompí el folio que estaba escrito por las dos caras y lo tiré a la basura. Ahora tenía que empezar de nuevo. Volví a coger el subrayador rosa pastel y escribí el título de nuevo.

— Estás fatal. — comentó Dorian y me miró como si tuviese tres cabezas. — ¿No podrías haberlo tachado o borrado con tipex?

Sentí como mi corazón se saltaba un latido.

— Antes de usar tipex o hacer un tachón en mis preciosos apuntes me corto las venas. Nunca me he sentido tan ofendida.  — dije seriamente. — ¿Qué va a ser lo próximo? ¿no usar posavasos? Deja de decir locuras.

— Olvida lo que he dicho.

Seguí escribiendo bajo la atenta mirada de Dorian. Sabía que me juzgaba, pero yo no le insultaba por esos garabatos que él llamaba apuntes. Miles de veces le había pedido que me dejase pasárselos a limpio, pero siempre se había negado.

Estábamos en la biblioteca y ya llevábamos tres horas allí estudiando. Zoe se había rendido a los veinte minutos de entrar y se fue a casa a echarse la siesta, Maeve tenía que hacer un trabajo con sus compañeros de clase y estaba en el aula de informática y Dorian estaba dándose cabezazos contra la mesa mientras repetía '¿por qué soy tan imbécil?'. Tuve la tentación de responderle, pero no me parecía lo correcto en ese momento.

— Deja de darte contra la mesa o las tres neuronas que te quedan se morirán. — advertí. Levantó la cabeza de la mesa y reí al ver la marca roja que se le había quedado en la frente. Cogió un bolígrafo verde de su estuche e hizo una raya en uno de mis folios.

Mi insulto fue inocente, lo suyo era un ataque psicológico hacia mi persona.

Dejé de respirar. Miré el papel y luego al chico que sonreía con maldad. Volví la vista de nuevo a mis preciosos apuntes que ahora tenían una gran línea verde en medio y otra vez a Dorian. Sentía como la ira recorría mi cuerpo y como mi boca se secaba. Tenía ganas de gritar, meterme debajo de la mesa y llorar de la impotencia como una niña pequeña.

— ¡Hijo de perra! — grité y me abalancé sobre él. Abrió los ojos sorprendido e intentó esquivarme, pero falló.

Estábamos en el suelo, él tumbado bocabajo y yo sentada encima de su culo mientras le torcía el brazo y le tiraba del pelo. Sabía que estábamos montando una escena en medio de la biblioteca, pero me daba completamente igual. Cogí mi regla de plástico azul y comencé a pegarle con ella, como si fuese una monja en una clase en los años 50.

— ¡Que alguien la pare! — suplicó mientras intentaba librarse de mi agarre. Nadie se atrevía a meterse conmigo, así que el corrillo que se había formado a nuestro alrededor se dedicaba a reírse y grabarlo con sus móviles. — ¡Cobardes!

Alcé la mano, agarré el primer libro que pillé de la estantería que tenía a mi izquierda y comencé a pegarle con él mientras Dorian se retorcía e intentaba evitar mis golpes sin suerte alguna.

— ¿Olympia? — preguntó Dorian y entrecerró los ojos. — Llevas mirándome sin pestañear como dos minutos.

La escena solo había ocurrido en mi cabeza, pero tenía que irme de allí antes de hacerla realidad. Cogí la hoja, la arrugué y la lancé a la basura más cercana.

El Asesinato de HeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora