Hacía tiempo que lo había notado. ¿Cómo no hacerlo? Si sus gritos le despertaban de la siesta que siempre tomaba al medio día en la rama más alta de alguno de los árboles que se encontraban en el jardín trasero de la Academia.
Aunque al principio su interés solo había sido curiosidad por la morena carita y el genio de mil diablos que se cargaba, la verdad tenía tiempo sin poder sacárselo de la cabeza. Ya hacía más de medio año que se había convertido en su rutina: subir al lugar más elevado y leer un par de capítulos de su pornografía escrita a la espera de que la clase B, impartida por Umino Iruka, saliera a entrenar su puntería.
En algún punto, había dejado de prestar atención a las páginas y se la dedicaba por completo a la coleta alta de cabello castaño. Y aún así sabía apenas lo más indispensable sobre él: su nombre, que era un chūnin nada relevante y que tenía relativamente pocos años dando clases. Aparentemente nada interesante. O éso le había parecido al inicio, antes de que el instructor dejara ver su inusual carácter.Había perdido la cuenta de las veces que el maestro, irritado por la broma de un alumno en especial había explotado frente a su clase y les había mandado tareas extra; pobres niños.
Pese a eso, con el tiempo notó que también era amable y dulce con ellos. Siempre que alguno tenía cualquier duda, les explicaba todo nuevamente, con una paciencia que en otras cuestiones no sabía tener.
Pronto, sus gestos y maneras comenzaron a llamar su atención; después la forma en la que les relataba la historia de la aldea, hablando apasionada y respetuosamente de los héroes del pasado que se sacrificaron por ésos momentos de paz era algo que honestamente pocas veces veía e hizo que empezara a parecerle agradable hasta el sonido de su voz.Recordaba con calidez cuan feliz se había puesto el instructor la primera vez que todos sus estudiantes atinaron el blanco con destreza. Los felicitó efusivamene y para premiarlos en ésa ocasión decidió mandarlos temprano a casa y sin deberes.
Todos corrieron emocionados despidiéndose del sensei hasta el lunes siguiente, y él pensó que ya no le vería más por ése día cuando el moreno regresó al salón de clases, pero entonces lo vio aparecer en el pequeño balcón que sobresalía de su aula. Ahí, donde lucían docenas de macetitas de colores con todo tipo de plantas y flores.Kakashi siempre pensó que ésa decoración ya formaba parte de la escuela, pero con el paso del tiempo se dio cuenta de que Iruka-sensei lo había armado, y que cada tanto añadía otra variedad de arbustos o flores al jardín en miniatura.
De hecho, todas las tardes procuraba hidratarlas y cuidar que les diera el sol suficiente.Sí, al inicio sólo le miraba con y por curiosidad, contando los minutos para que terminara la lección práctica y le dejaran seguir con su lectura. Pero ahora, difícilmente podía decir que se trataba sólo de éso.
Ahora no subía al árbol para leer y tomar la siesta, sino que lo hacía para mirarle exclusivamente a él. Escuchaba con atención las instrucciones que daba y los comentarios que les hacía a los estudiantes, maravillado por su conocimiento. Más de una vez recitó alguna frase sabia o un buen consejo que igual y los pequeñajos no entendían en el momento pero sí recordaban más adelante en su vida como ninjas les sacaría de más de un apuro.Con el paso de los días la curiosidad que sentía por el chūnin se convirtió en admiración por su trabajo y carácter. Después de todo no cualquiera estaba dispuesto a lidiar con niños y él lo hacía con gusto, se notaba a leguas que disfrutaba honestamente su trabajo y se deshacía en consejos para ellos, aunque la mayoría de las veces notó que caían en saco roto.
Luego, comenzó a fijarse más en su persona.
En el tono moreno suave de su piel y en la coleta alta que siempre usaba; los bonitos ojos pardos que protagonizaban el lindo óvalo que era su cara de rasgos afables pero masculinos. Su sonrisa amplia y risa escandalosa y sobre todo en ésa curiosa cicatriz que le atravesaba la nariz y que aún hoy día nadie sabía cómo se había hecho.
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Girasoles para ti [KakaIru]
RomanceDespués de un agotador día en la academia, al fin estaba en casa. Arrastrando los pies, se dirige a su habitación y allí descubre con emoción, un gigantesco ramo de girasoles. "Cuando te miro a la distancia, ya no puedo apartar la vista. Te has conv...