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–¡Está despertando! ¡doctora, venga! Mi hija está despertando.

Estoy aturdida, cada sonido suena el triple de fuerte de lo normal. No me gusta esta sensación.
Cuando abro los ojos la claridad de la lámpara que vi hace un rato está interrumpida por el rostro de mi madre, refleja una mezcla de preocupación, paz y alegría.

–¡Vaya, ya era hora jovencita!, ¿cómo te sientes?

La doctora me está haciendo una pregunta, pero no tengo la menor idea de como debo contestar, ¿me siento bien?, definitivamente no, siento como si un tractor me hubiera pasado por encima, ¿me siento mal?, claro que si pero, ¿quien le diría a un doctor que se siente mal?, en lo personal yo no, odio los hospitales y me urge salir de este lugar, así que por costumbre contesto.

–Bien, me siento bien –mi voz suena ronca y siento la garganta rasposa, dolor de garganta ¡desbloqueado! –es decir, no me siento de maravilla, pero creo que estoy mejor que hace un rato.

–Si, hace un rato sufriste un mareo, solo salimos un momento para mostrar a tú madre las radiografías que sacamos de tú cráneo en los pocos momentos de lucidez que tuviste.

No recuerdo que eso haya pasado, pero en estos momentos lo último de lo que me acuerdo terminaba conmigo en el piso y una oscuridad total, así que no me parece extraño.

–Dejamos a una enfermera para que te cuidara por si despertabas, pero se presentó una emergencia por lo que tuvo que salir rápidamente, cuando regresó te encontró inconsciente en el suelo.

–¿Cuánto tiempo llevo aquí?

–Estás aquí desde ayer, llegaste al rededor del medio día.

«Estoy muy confundida».

–Mamá, ¿puedes decirme la hora?

–Oh, claro Mandi, son las 4:30 p.m.

–Ah, gracias –fruncí el ceño.

–¿Qué pasa Mandi? –preguntó mamá con un tono de preocupación en la voz.

–Me siento perdida, no tengo idea de cómo fue que llegué aquí, me cuesta recordar lo que pasó –la frustración era notoria en mi voz.

–Cálmate Amanda, es normal que tengas lagunas mentales después del fuerte golpe que te diste en la cabeza, la doctora dijo que pronto podrás recordar todo con facilidad.

–Así es Amanda, ahora no hagas esfuerzos en recordar algo que pronto llegará a tú memoria, no te estreses, te voy a hacer un chequeo muy sencillo para analizar tus signos vitales ¿vale?

Asentí con un movimiento de cabeza.

El chequeo fue muy rápido, en menos de lo que esperaba la doctora se había ido.

–Mamá... ¿Qué fue lo que pasó? – tomó una bocanada de aire y suspiró.

–Amanda, ¡eres muy descuidada! te caíste de las escaleras, venías corriendo por el pasillo cuando pisaste mal un escalón y saliste volando, tú padre y yo escuchamos un fuerte golpe y cuando llegamos al recibidor te vimos tirada en el suelo, nos asustamos mucho porque no despertabas, y chorros de sangre emanaban de la herida que se te ha hecho en la frente –toqué mi frente y me di cuenta que llevaba puesto un vendaje al rededor de la cabeza –y bueno te trajimos aquí, te pegaron la herida, te sacaron radiografías para comprobar que no hubiese pasado algo más grave internamente y te quedaste dormida después de haber tomado algunos medicamentos.

Mi mamá sonaba cansada y un poquito enfadada conmigo después de tal descuido.

Se veía muy pálida, llevaba el cabello castaño en un chongo improvisado, tenía ojeras y noté como sus arrugas se habían vuelto más pronunciadas.

Después de un largo silencio mamá comenzó a sollozar, se cubrió con las manos para que no me diera cuenta, pero yo ya la había escuchado.

Me levanté de la camilla y me dirigí hacia ella, estaba sentada en un sillón blanco situado en frente de la cama, pareciera como si esta habitación estuviese diseñada para encandilar a los pacientes, hay colores vibrantes por todas partes. Cuanto estoy de pié junto a mamá comienza a llorar desconsoladamente, no sé que hacer, jamás he sabido lo que se tiene que hacer cuando alguien está llorando, así que solo me acerco a ella y la abrazo tan fuerte como puedo, no me gusta ver llorar a mi mamá, ni a nadie.

–P-pensé que habías muerto – dijo contra mi hombro, mientras se me formaba un nudo en la garganta –no, no despertabas, y yo no me imaginaba una vida sin ti, no podría vivir, eres todo lo que tengo.

No aguanté más y acompañé a mamá con mi llanto.

Pasaron los minutos y nosotras seguíamos abrazadas.

–Te amo mamá, ya estoy aquí, todo está bien.

Nos soltamos la una de la otra y la puerta se abrió, era la doctora.

–Ehmm, perdón no quería interrumpir –dijo con incomodidad en la voz, era obvio que mi madre y yo habíamos estado llorando.

–No se preocupe doctora, ¿pasa algo? –dijo mi madre.

–Solo vengo a sugerirle a Amanda que salga a caminar un rato al jardín que está en la primera planta, me parece que hará bien a su circulación, ya que ha estado mucho tiempo en reposo.

Me pareció una gran idea, pensé que me pasaría toda la vida dentro de estas cuatro paredes.

–Esta bien doctora, ¿será necesario que acompañe a mi hija?

–No, Amanda ya está mucho mejor, pronto la daremos de alta para que regrese a su casa, de hecho señora, ¿podría acompañarme?, hace falta que me de algunos datos para que esta misma noche Mandi pueda salir.

–Claro, con mucho gusto, Amanda ten mucho cuidado, en un rato vuelvo –observé como la doctora se llevaba a mi mamá, la noticia de que pronto me puedo ir de este hospital me puso muy feliz.

Me dispuse a salir de la habitación, necesito encontrar los baños, ¿hace cuanto que no me veo en un espejo?, siento mis pensamientos un tanto vanidosos, así que mejor me pongo en marcha.

El olor a hospital entraba por mis fosas nasales, medicamentos por todos lados, puaj, los pasillos del hospital se encontraban desérticos, de vez en cuando me encontraba con una enfermera sonriente que me indicaba como encontrar los baños.

¡Por fin!, encontré el baño, mi vejiga está bastante agradecida.

Salgo del baño y me dirijo a los lavabos para lavar mis manos, el agua está muy fría, mientras seco las manos en mi bata me miro al espejo, parezco hippie, mis largos cabellos rubios están enredados y apretados por la venda que llevo en mi cabeza, me veo demacrada, más pálida de lo normal, hasta mis labios están blancos, no tienen el color rojizo de siempre, las ojeras decoran la piel de mi rostro, parece que alguien me hubiese dado un puñetazo en cada ojo, intento acomodar un poco mi cabello desenredándolo con los dedos, sonrío y me da gracia el contraste de mi sonrisa con la cara que tengo en estos momentos.

Me despido de mi reflejo en el espejo y salgo de los baños en busca del jardín del hospital, no es difícil encontrarlo ya que es la única zona verde de este lugar.

Es hermoso, el pasto es tan verde como un limón, lo único que separa este jardín de los pasillos del hospital son un montón de rosales, huele tan bien, hay rosas de todos los colores, son tan vibrantes y tan bonitas que por un momento se me olvida que estoy en un hospital.

Una voz burlona me saca de mis ensoñaciones.

–Bonito trasero.

Remember «Amando a Amanda».Donde viven las historias. Descúbrelo ahora