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Pasaron casi cuatro horas. Estábamos sentados a oscuras, delante del hospital, y no nos dejaban bajar del vehículo. Pasaron otros camiones, algunos con gente tapada por unas grandes lonas.
Las calles empezaron a llenarse de actividad.
-Nos han recogido temprano-le comentó un hombre a mi madre. Luego consultó su reloj-. Ya son casi las tres de la madrugada.
El calvo, tendido de espaldas, volvió la cabeza hacia Jonas.
-Chico, tápame la boca y la nariz con las manos, y no las apartes pase lo que pase.
-No va a hacer nada de eso -contestó mi madre, atrayendo a Jonas hacia sí.
-Estúpida ¿es que no se da cuenta de que esto es sólo el principio? Ahora tenemos la oportunidad de morir con dignidad.
-¡Elena! -Se oyó una voz muy tenue en la oscuridad. Vi a Regina, la prima de mi madre, ocultándose entre las sombras.
-¿Siente algo de alivio ahora que está tendido? -le preguntó mamá al calvo.
-¡Elena!- volvió a oírse la voz, esta vez algo más fuerte.
-Mamá, creo que te están llamando- susurré, vigilando de reojo al agente del NKVD, que estaba fumando al otro lado del camión.
-No me está llamando nadie, será una loca, nada más- dijo mi madre en voz alta-. Váyase y déjenos tranquilos -gritó.
-Pero Elena, soy...
Mi madre giró la cabeza y fingió estar enfrascada en una conversación conmigo, haciendo caso omiso de su prima. Un pequeño paquete rebotó sobre el suelo del camión, junto al calvo, que alargó la mano con avidez para agarrarlo.
-¿Y me habla usted de dignidad, señor?- le objetó mi madre, arrebatándole el paquete y poniéndoselo debajo de las piernas. Me pregunté que contendría. ¿Cómo podía mi madre decir que su prima era "una loca"? Regina se había arriesgado mucho para encontrarla.
-¿Es usted la esposa de Kostas Vilkas, el rector de la universidad? -le preguntó a mi madre un hombre trajeado que estaba sentado cerca de nosotros, en el suelo. Mi madre asintió, retorciéndose las manos.

Observé a mi madre retorcerse las manos.
En el salón se alternaban murmullos y silencios. Los hombres llevaban horas allí sentados.
-Cariño, llévales la cafetera con el café recién hecho -me pidió mi madre.
Avancé hasta la puerta del salón. Sobre la mesa flotaba una nube de humo de cigarrillos; cautiva de las ventanas cerradas y las cortinas, no podía disiparse.
-Repatriarlos, si es que es posible -dijo mi padre, pero calló de pronto al verme en el umbral.
-¿Alguien quiere un poco más de café? -pregunté, blandiendo la cafetera de plata.
Algunos hombres bajaron la vista, y uno de ellos carraspeó.
-Lina, ya casi eres una mujercita -comentó un amigo de mi padre de la universidad-. Y tengo entendido que eres una artista de mucho talento.
-¡Claro que sí!- confirmó papá-. Tiene un estilo único. Y es excepcionalmente inteligente. - añadió, guiñándome un ojo.
–Entonces ha salido a su madre - bromeó uno de los hombres,y
todos los demás se rieron.
–Dime una cosa, Lina –dijo el hombre que escribía en el periódico–, ¿qué te parece esta nueva Lituania?
–Bueno –se apresuró a interrumpirlo mi padre–,ese no es tema
de conversación para una chica joven,¿no crees?
–Pronto será tema de conversación para cualquiera, Kostas, joven
o viejo –contestó el periodista–. Además –añadió,sonriendo–,tampoco es que vaya a publicarlo en el periódico.
Papá se revolvió nervioso en su silla.
–¿Que qué pienso de la anexión soviética? –Callé un momento,
evitandola mirada de mi padre–.
Pues pienso que Josef Stalin es un
bravucón. Creo que deberíamos echar a sus tropas de Lituania. No
deberíamos permitir que vengan y se lleven lo que les da la gana y...

–Ya basta,Lina.Deja la cafetera y vete a la cocina con tu madre.
–¡Pero es que es verdad! –insistí–.¡No está bien!
–¡Ya basta,he dicho! –replicó mi padre.

Volví a la cocina,pero me detuve a mitad de camino para espiar
la conversación.
–Tú no la animes, Vladas. Esta niña es tan cabezota que me
tiene muerto de preocupación –dijo papá.
–Bueno –contestó el periodista–, ahora vemos que también ha
salido a su padre, ¿verdad? Tienes una verdadera rebelde en casa,
Kostas.
Papá no dijo nada más. La reunión terminó y los hombres salieron de casa, pero no todos a la vez. Algunos lo hicieron por la
puerta principal ,y otros se escabulleron por la trasera.

–¿La universidad? –preguntó el calvo, con una mueca de
dolor–. Ah, sí, entonces a él hace tiempo que se lo llevaron.
Se me encogió el estómago como si alguien me hubiera
dado un puñetazo. Jonas se volvió hacia mi madre, con una expresión de desesperación.
–Mira, trabajo en un banco, y casualmente he visto a tu padre esta misma tarde –comentó un hombre, sonriendo a Jonas.
Yo sabía que estaba mintiendo. Mi madre le hizo un gesto de
agradecimiento.
–Entonces debió de verlo cuando iba camino de la tumba - dijo el calvo con un ademán hosco.
Le lancé una mirada asesina, preguntándome cuánto pegamento haría falta para pegarle la boca y que no pudiera abrirla más.

–Yo soy coleccionista de sellos. Un simple coleccionista de
sellos, y me van a matar solo porque me carteo con otros coleccionistas de todo el mundo. Un tipo que trabaja en la universidad seguro que está el primero de la lista para...

–¡Cállese! –le espeté.
–¡Lina! –me reprendió mi madre–. Debes disculparte inmediatamente. Este pobre señor sufre un dolor terrible; no sabe
lo que dice.

–Sé perfectamente lo que digo–replicó el hombre,mirándome fijamente.
En ese momento se abrieron las puertas del hospital y un
grito tremendo salió desde el interior. Un agente del NKVD
arrastraba escalinata abajo a una mujer descalza vestida con un
camisón de hospital manchado de sangre.
–¡Mi bebé! ¡Por favor, no hagan daño a mi bebé! –gritó la
mujer.
Detrás de ellos salió otro agente, llevando en los brazos un
bulto envuelto en un arrullo. Acudió corriendo un médico, y
agarró al policía del brazo.
–Por favor,no puede llevarse al recién nacido.¡No sobrevivirá! –gritó el doctor–. Señor, se lo ruego. ¡Se lo pido por favor!
El agente se volvió hacia el médico y le propinó una patada
en la rodilla.
Subieron a la mujer al camión. Mi madre y la señorita
Grybas se desplazaron hacia un lado para hacerle sitio y la tendieron junto al calvo. Los agentes nos pasaron también al bebé.
–Lina, por favor –me dijo mi madre, entregándome al bebé color rosa. Lo sostuve entre mis brazos y enseguida sentí el calor de su cuerpecito a través de la tela de mi gabardina.
–¡Oh, Dios, por favor, mi bebé!–exclamó la mujer, levan-
tando la vista hacia mí.
El niño dejó escapar un tenue sollozo y agitó sus puñitos en
el aire. Su lucha por la vida acababa de empezar.

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⏰ Última actualización: Mar 22, 2020 ⏰

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Entre Tonos De Gris - Ruta SepetysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora