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La luz de los faroles estaba apagada. La oscuridad era casi total. Los agentes marchaban detrás de nosotros, obligándonos a acompasar nuestro paso al suyo. Vi a la señora Raskunas mirar por la ventana, ocultándose detrás de las cortinas. En cuanto se dio cuenta que la había visto, desapareció. Mi madre me pellizcó el brazo, lo que significaba que no debía levantar la vista del suelo. A Jonas le costaba cargar con su maleta, pesaba tanto que le golpeaba las piernas.
-Davai! -ordenó uno de los policías. Deprisa, siempre deprisa.
Seguimos andando hasta la esquina, hacia una gran masa oscura. Era un camión, rodeado de más agentes del NKVD. Al acercarnos a la parte trasera del vehículo vi que ya había gente dentro, sentada sobre su equipaje.
-Ayúdame a subir antes de que lo hagan ellos -me susurró mi madre rápidamente, púes no quería que ningún agente le tocara el abrigo. Hice lo que me pedía. Los agentes levantaron a Jonas en volandas para meterlo en el camión. Cayó de bruces sobre él tiraron su maleta. Yo conseguí subir sin caerme, pero cuando me incorpore, una mujer me miró y se llevó una mano a la boca.
-Lina, cariño, abróchate el abrigo -me ordenó mi madre. Bajé la vista y descubrí mi camisón de flores. Con las prisas y mi empeño por encontrar mi cuaderno de dibujo se me había olvidado cambiarme de ropa. También vi a una mujer alta y delgada, con la nariz puntiaguda, que miraba a Jonas. La señorita Grybas. Era una profesora del colegio, solterona, una de las más severas. También reconocí a otras personas más: la bibliotecaria, el dueño de un hotel cercano y varios hombres con los que había visto a papá hablar en la calle.
Todos estábamos en la lista. No sé qué lista era ésa, sólo que estábamos en ella. Y, aparentemente, también lo estaban las otras quince personas reunidas en el camión con nosotros. La puerta trasera se cerró. Un hombre calvo, sentado delante de mí, empezo a gemir bajito.
-Vamos a morir todos -dijo-. Motiremos todos, seguro.
-¡Tonterías! -se apresuró a replicar mi madre.
-No, no son tonterías. Moriremos todos -insistió-.  Esto es el fin.
El camión se puso en marcha, tan deprisa que la sacudida tiró a la gente al suelo. De pronto, el calvo se puso dr pie, se encaramó a la puerta trasera del vehículo y saltó a la calle.
Se estrelló contra el suelo, dejando escapar un rugido de dolor como un animal atrapado en una trampa. En el camion, algunos gritaron. Los neumáticos rechinaron cuando el motor se paró, y unos agentes saltaron a tierra. Abrieron la puerta trasera del camión, y vi al hombre, que se retorcía de dolor en el suelo. Lo levantaron y arrojaron su cuerpo maltrecho al camión. Tenía una pierna destrozada. Jonas escondió la cara en la manga del abrigo de mi madre. Le tomé la mano, mi hermano estaba temblando. Yo veía borroso. Cerré los párpados con fuerza y luego volví a abrirlos. El camión dio otra sacudida hacia delante al ponerse en marcha.
-¡NO! -gritó el hombre, sujetandose la pierna.
El vehículo de detuvo delante del hospital. Todo el mundo pareció aliviado al pensar que los agentes atenderían al calvo y le curarian sus heridas. Pero no fue así. Estaban esperando. Una mujer que también figuraba en la lista estaba dando a luz. En cuanto cortaran el cordón umbilical, arrojarían a la madre y al bebé dentro del camión.

Entre Tonos De Gris - Ruta SepetysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora