Infiel

7.4K 298 154
                                    


Estabas ahí parada frente a mí, no podías ni siquiera verme a los ojos. Te sentías avergonzada, yo lo sabía. Pude notar el nerviosismo en tus manos y en la forma en que mordías levemente tu labio inferior; siempre lo hacías cuando no querías llorar frente a mí. En algún momento de mi vida te habría dicho que no lloraras y te hubiera acurrucado contra mi pecho, te habría dicho que todo estaría bien... que todo estaba bien con nosotros, pero en ese momento lo último que quería hacer era tocarte, aunque fuera solo para darte un abrazo de consuelo. Dentro de mí tenía un debate entre lo que mi corazón quería y lo que la razón le decía a mi cuerpo que hiciera, quería estar contigo, decirte lo mucho que te amaba y que no importaba lo que hicieras, yo siempre te perdonaría y volvería a ti.

Pero en ese momento era mentira.

Me doliste mucho, heriste todo de mí y aún no decías nada, pero la verdad era latente en el aire, en tu forma de mirar al suelo y las comisuras de tus labios curvándose hacia abajo, sabía que no era necesario preguntar para conocer tu respuesta, pero aun así lo hice.

–¿Te acostaste con él? –pregunté con la voz temblorosa.

–Sí, perdóname –respondiste con una voz muy baja, pero fue suficiente para escucharte.

En ese momento sentí un gran peso caer sobre mis hombros, sentí las paredes y el suelo que nos rodeaban caer a pesar de que estos estaban intactos, las palabras no salían de mi garganta porque un enorme nudo no dejaba que pasaran a través de ella. Me quede mudo, ahí parado frene a ti, sin saber qué decir o sentir. Los años que habíamos pasado juntos pasaron como flashes frente a mis ojos: la vez que te conocí, todas las sonrisas que me dedicaste, nuestro primer beso y todas las veces que habíamos hecho el amor.

¿Qué fue para ti todo eso?

Un segundo después sentí un mar de emociones inundarme, ira, amargura, tristeza, decepción y un enorme dolor en el corazón, mi alma estaba rota, tú la habías roto.

–Fue solo una vez, lo juro, tomé algunos tragos, fui débil –me dijiste como si tus palabras fueran a disminuir el daño que me habías provocado.

¿Un momento de debilidad? ¿no sabías lo que hacías?

Sentí una enorme vergüenza con solo escuchar tus palabras, no aliviaban nada dentro de mí ni me consolaban, parecía que todos nuestros momentos juntos ya no valían la pena. Me sentí desolado, te conté cosas que a otros jamás me atrevería a decirles, te apoyé en todos tus buenos y malos momentos, te hice el amor tantas veces que sentí mi alma conectar con la tuya y eso para ti no fue suficiente.

Me dijiste que no sentías nada por él, que ni siquiera lo habías llamado después de que habían intercambiado números, pero eso no hizo que mi pena disminuyera. Sé que probablemente tu resentimiento hacia mí por nuestra discusión de aquel día combinada con aquellos tragos te hizo ceder, tal vez incluso te pareció un hombre atractivo o algo en él te llamó la atención y tu mente no pudo con la curiosidad. Podía imaginar miles de razones por las que te atreviste a hacerlo, pero todas serían simples escusas que querrías enmascarar como justificaciones y yo ya estaba harto de escucharlas, estaba harto de escucharte.

–Te amo –en ese momento te atreviste a verme a los ojos–, te amo, por favor... perdóname.

Sabía que me amabas, después de todo no podía ser posible que dejaras de hacerlo de la noche a la mañana y por haber sido débil ante tus instintos más primitivos. Sabía que estabas arrepentida, se podía notar en tus hermosos ojos que en ese momento estaban llenos de tristeza, pero para mí no era fácil lidiar con todo aquello.

No pude más y di media vuelta para dirigirme a la puerta, gritaste mi nombre y trataste de evitar que me fuera, pero en cuanto retiré tu mano de mi hombro entendiste que necesitaba mi espacio, fue lo único que ese día te agradecí. Salí del apartamento que llevábamos un par de años compartiendo, conduje mi auto al primer bar que se me ocurrió, ese día estaba algo vacío porque era miércoles apenas, casi todo mundo estaba trabajando u ocupado. Me acerqué a la barra y pedí la bebida más fuerte que tuvieran, el hombre me entregó un pequeño vaso con un contenido que poco me importó qué era, lo bebí de un solo trago y pedí otro y otro y otro. Al rato me sentí mareado y un poco acalorado, no solía beber mucho porque sabía que no solucionaba nada, pero en ese momento no sabía qué más hacer, no quería llamar a mis amigos porque ellos fueron los que me abrieron los ojos contigo ¿cómo podría verlos a la cara cuando yo los insulte por defender tu fidelidad hacia mí? No podía en ese momento.

En un fin de semana [Borusara] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora